Opinión
Ver día anteriorMiércoles 5 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La diadema de la Sulamita
L

o dice la Escritura y lo confirma la estadística: el amor nunca dejará de ser. En este fin de la historia para algunos, antesala del fin del mundo según otros y para unos más proximidad del Apocalipsis maya que habrá de ocurrir en el fatídico 2012, la preminencia del amor es indudable.

Ni el sida ni el hambre han impedido su paso en la inverosímil África; el cilicio y los votos se han hecho polvo, humo, nada cuando los amorosos han aumentado la temperatura de los altos y oscuros pasillos de los conventos. Y, ¿cuántos Montesco y Capuleto no han visto a sus hijos sucumbir ante el amor prohibido?

Las muchas aguas no podrán apagar el amor ni lo ahogarán los ríos, dice la Escritura. Acabarán las profecías y cesará la ciencia, pero el amor nunca dejará de ser. Francisco de Quevedo en el más famoso soneto de la lengua española, imaginó al amor como una pasión constante más allá de la muerte: cuando el polvo vuelva al polvo será, si se ama, polvo enamorado.

Por todo ello no me sorprende que dos de los mejores poetas mexicanos hayan publicado en este México fustigado por la muerte y la penuria un par de libros dedicados exclusivamente al amor.

Ni el narco criminal que esparce calaveras ni la cultura del dinero fácil del secuestrador que cree vivir con la muerte de los otros impidieron, para fortuna nuestra, que Gabriel Zaid y José Emilio Pacheco centraran su atención en esa constante de nuestra historia que lo mismo ha desvelado a Ovidio que a Julieta Venegas, quizá porque la pasión de uno, como asegura el poeta, forma parte de la vida de todos.

Gabriel Zaid publicó las Canciones de Vidyapati y José Emilio Pacheco una nueva versión de otro cancionero de la antigüedad: El cantar de los cantares.

Ambas traducciones fueron hechas a partir de otras. La del inglés de Deben Bhattacharya en el caso de la de Zaid y la de Francisco Díaz de León en el caso de la de Pacheco.

En ambos libros llama la atención la fuerte presencia de la voz femenina y del amor como forma de plenitud. También la maestría de dos poetas en total madurez que decidieron recrear en su lengua un par de poemas clásicos, aunque las magníficas versiones de Zaid estén hechas en verso y El cantar de los cantares de Pacheco esté escrito, más que en versículos, como un moderno poema en prosa.

Las Canciones de Vidyapati son probablemente uno de los cancioneros eróticos más importantes de Asia y El cantar de los cantares es, sin duda, el más importante de Occidente. Pero aunque se hayan escrito en sociedades y tiempos distintos (uno en el remoto siglo XIV de la India y el otro hace 3 mil años) y aunque uno tenga un autor claramente identificado y el otro no, no es un pecado imaginar que la dueña de la diadema cuyos senos se agitan como borbotones de leche mientras monta a su amado de la que nos habla Vidyapati, sea la misma Sulamita que le pide al objeto de su deseo: “Ponme como sello en tu corazón, como marca en tu brazo… porque fuerte como la muerte es el amor”.

Las Canciones de Vidyapati fueron publicadas por Taller Ditoria y el Cantar de los Cantares por Ediciones Era.