omo si lleváramos la piedra hasta la cima y, al igual que a Sísifo, siempre se nos cayera, pasamos de la devaluación de 1976 al retiro de los tres ceros, alcanzando y rebasando aquel 12.50 que simbolizaba el desarrollo estabilizador
y que hoy, al llegar a los 13 pesos pesos por dólar, significa que el país se ha devaluado en más de mil por ciento. Somos 10 veces más pobres que en 1976 frente a la economía de Estados Unidos.
Las sobrevaluaciones manipuladas sólo han servido para hacer más incompetente nuestro aparato productivo y estimular las exportaciones estadunidenses, europeas y chinas contra nuestra economía. Nos hemos integrado al mundo global de la peor manera, generando desempleo, pobreza, recesión y crisis crónicas. El valor real de los salarios ha caído en picada, la pobreza frente a la riqueza extrema es más distante y mayor, Pemex es ordeñado por todas partes, Procampo quedó en manos de terratenientes, y empieza el gran ajuste con despidos masivos en todos los gobiernos en medio del sexenio del empleo
. Pero éstos son lugares comunes, parte de nuestra idiosincrasia y el modelo nacional de modernización. Trabajar y trabajar, sexenio tras sexenio, incertidumbre estructural, discursos y discursos, no solamente nos hace terminar igual que la piedra de Sísifo, sino caer más abajo de donde estábamos.
En lo político, el optimismo sin fundamento, celebrar derrotas y nuestra falta de autocrítica conducen a decir que siempre hay uno peor que no-sotros y a tropezar con la misma piedra. Carlos Salinas regresa triunfante cuando el PRI ha demostrado que el país ha fracasado y que el propósito del cambio fue, además de ingenuo, un derecho de los priístas a nueve años de vacaciones, después de haber gobernado al país por más de 70. Es como si la democracia y la alternancia de partidos de poco hubieran servido. La necesidad del paternalismo, del corporativismo y el clientelismo nos regresó la roca de Sísifo, luego de empujar el tan mentado cambio sin coherencia ni proyecto alguno. Cambiar por cambiar condujo a la derrota del cambio, haciendo de los viejos vicios del priísmo, como el clientelismo, virtudes que ahora todos practican.
La maldición de Sísifo permitirá que hoy se gobierne desde lo bajo, desde el pasado. El triunfalismo priísta se basa en el ánimo termidoriano de la restauración del viejo régimen, que en 1913 representó Victoriano Huerta, pues si bien la nueva mayoría del PRI en el Congreso no proviene de un golpe cruento, sí deviene de un vacío y de alianzas oscuras con fuerzas que públicamente los trataron como adversarios, pero que en los hechos les abrieron el camino. El triunfo del PRI es un retroceso en la perspectiva del país; es una prueba más de la gran ineptitud. La nueva legislatura con mayoría priísta sólo tendrá respaldo de 7 por ciento de los ciudadanos empadronados. ¿Qué festejan?
En el año 2000, cuando el candidato del PRI perdió la Presidencia de la República apareció un amplio espectro de damnificados políticos. La crisis de los interlocutores profesionales, los administradores de conflictos, los apagafuegos, los defensores de la estabilidad, los opositores leales al sistema, la izquierda atinada, los provocadores y reventadores, los autocensurados, los conectados al viejo régimen, se convirtieron en damnificados y de la noche a la mañana quedaron sin empleo.
Hoy al país se le viene abajo de nuevo la piedra, pues mientras unos se dedicaban a la guerra contra los narcos y al triunfalismo; otros luchaban por la división de sus propias fuerzas, y otros se dedicaban a impedir cualquier tipo de recomposición, apelando a la unidad a toda costa. El nuevo PRI se alimentó de todos ellos y restituyó el viejo esquema de que todo lo que resiste apoya
, demostrando cuán culturalmente priísta es el país y sus opositores cortesanos.
Las verdaderas batallas desde la oposición son aquellas que demostraron pensamiento y organización independiente y autónoma; fueron los grandes movimientos sociales y democráticos a partir del fin de la segunda guerra hasta la insurrección indígena en Chiapas. En particular, el movimiento de 1988, que constituyó la gran fisura del viejo régimen, sobre el que ahora, con todo el ánimo de venganza, se intriga y calumnia a partir de los objetivos y alcances que tuvo el movimiento, en particular el papel de Cuauhtémoc Cárdenas como candidato, unificador y constructor de organizaciones democráticas. Sólo desde el priísmo más perverso, ahora encubierto de izquierda
radical, se puede intentar distorsionar la historia. ¿No es una aportación profunda y generosa haber arrebatado al PRI, a favor de los principios democráticos contemporáneos, el legado del cardenismo y su obra nacionalista?
La triste mediocridad de los sectores más conservadores y oligárquicos que no permitieron el cambio, más la hipocresía de los que hoy hablan en nombre de una izquierda única, han llevado al pueblo a empujar la piedra cuesta arriba como Sísifo, para después verla caer por el precipicio de la derrota inmerecida y la reacción.
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