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José González Figueroa y la educación normal
J

osé González Figueroa es director de la Telesecundaria 190-F, en ciudad Nezahualcóyototl. Hasta los 21 años trabajó en la cadena de hoteles Hilton, en Acapulco. Fue jefe de lavaplatos y garrotero, al tiempo que estudiaba la secundaria. Ganaba 50 pesos diarios y la comida, mucha plata para aquel entonces. Renunció el día en que uno de los gerentes, un estadunidense, lo humilló porque le había llevado un café sin cuchara para remover el azúcar.

González Figueroa se fue a la ciudad de Iguala con 40 pesos en el bolsillo, para tratar de entrar al Centro Regional de Educación Normal, y estudiar la carrera de maestro. Era su apuesta escapar del círculo de la pobreza en la que nació y se crió. Había solamente 500 plazas disponibles para 5 mil aspirantes, y él sobrepasaba el límite de edad para ingresar. Pero ganó el concurso, recibió una beca de 250 pesos semanales y tres años después se graduó entre los 50 mejores estudiantes.

Ahora Elba Esther Gordillo quiere que los centros de formación del magisterio reorienten sus actividades y se dediquen a formar técnicos en turismo. Es decir, pretende que los muchachos que, como el profesor Figueroa, ven en las escuelas normales la forma de adquirir una profesión que les permita salir adelante en la vida, se condenen a chambear de mesero, a cargar maletas y a lavar platos el resto de sus días.

Aunque su acta de nacimiento dice otra cosa, José González Figueroa nació en un bajareque de una comunidad rural del municipio de Copala, en Guerrero, en 1940. Su padre fue vaquero, cazador, campesino y peón de albañil. Su madre fue pescadora y comadrona. Nunca pudieron aprender a leer y escribir.

Él se asume como un mestizo completo. Su abuelo materno fue criollo; su abuela por parte de madre era afro y sus dos abuelos paternos eran indígenas al ciento por ciento. De los ocho hermanos que tuvo, cuatro murieron por culpa de la pobreza.

El profesor Figueroa creció sin estudios y sin escuela, trabajando desde que tiene uso de razón. Un maestro desorejado que llegó a la comunidad a enseñar salió a los pocos días. Comenzó a estudiar la primaria hasta que cumplió 13 años de edad, cuando su familia se había trasladado a Acapulco.

Laboró durante mucho tiempo como mil usos. No tuvo infancia. De niño cultivó y cosechó la tierra. De muchacho cargó canastos en el puerto de Acapulco. Dio de comer a las gallinas en una granja, vendió mercancía y fue mecánico de elevadores Otis. Salió de la empresa porque, a diferencia de sus compañeros, no bebía alcohol.

Estudió la primaria en el turno vespertino y la secundaria en el nocturno. Terminó la enseñanza básica en sólo cinco años, cuando ya tenía 17. Invariablemente fue nombrado jefe de grupo. Nunca se dejó de nadie. Vivía en casas prestadas, cuidando terrenos, en viviendas de bolsas de cemento y cartón.

Junto con su familia, siguió a Alfredo López Cisneros, reportero del periódico La Verdad de Acapulco, conocido como El Rey Lopitos, en la formación de la Unión Inquilinaria de Acapulco. “Los pobres –cuenta Figueroa– vivíamos hacinados en distintas colonias, sin tener posibilidad de contar con vivienda digna.” El 6 de enero de 1957 Lopitos y miles de precaristas tomaron la colonia La Laja. “Llegamos a las 12 de la noche –recuerda– y a las seis de la mañana ya teníamos las casitas con mantas, con ramas.” Durante siete años los colonos evitaron que la policía no entrara al asentamiento. Las familias adquirieron a buen precio terrenos de ocho por 17 metros.

Tres veces la muerte lo marcó profundamente. Son muertes de pobreza e injusticia. La primera fue cuando su hermana, de cinco años, falleció de una enfermedad en la garganta, después de estar casi sana. Él tenía ocho años. No sabía lo que era la muerte. Allí la conoció. La segunda fue cuando a los nueve años, a Marcial, su amigo de pesca y de trabajo y de lucha, se le fue la vida. “No había en la comunidad para enterrarlo –cuenta. No había ropa para llevarlo al panteón. Eso me caló profundamente.” La tercera fue cuando como orador en un mitin en contra del gobernador Caballero Aburto, su compañero cayó asesinado por tres balas disparadas por las fuerzas del orden.

Estudiante de historia en la Normal Superior de Tlaxcala y la ciudad de México, maestro de telesecundarias, el profesor Figueroa es un fundador de escuelas. En dos ocasiones ha ido a parar a la cárcel por ocupar, junto con padres de familia, predios o instalaciones abandonados para echar a caminar centros de educación pública o mejorar la infraestructura existente para los más pobres.

Como docente de El Molinito, en Naucalpan, conoció al sacerdote Rodolfo Escamilla, figura clave en el mundo de la teología de la liberación hasta su asesinato en 1971. Con él, Figueroa conoció el marxismo y el mundo obrero. Perseguido políticamente, es llevado por el Frente Auténtico del Trabajo (FAT) a Venezuela, donde se forma políticamente. Allí amplió su visión del mundo y de la lucha.

A su regreso a México se involucró activamente en la formación de círculos de estudio y en la lucha magisterial democrática. En 1979 participa en la fundación de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Desde el primer momento se convirtió en uno de los principales dirigentes de los maestros disidentes del valle de México y en un permanente dolor de cabeza para la maestra Gordillo.

Sin pavonearse, asegura tener más películas filmadas que Pedro Infante y Jorge Negrete juntos, sólo que las suyas están en la Secretaría de Gobernación. Está en lo cierto. Inclaudicable, perseverante e incansable, joven a sus 69 años, el profesor Figueroa es puntal de la lucha democrática dentro del sindicato de maestros. Pero es, además, un defensor a ultranza de la educación y de las normales públicas. En ellas estudió para no ser un trabajador más de la industria hotelera, ésa a la que Elba Esther quiere enviar a quienes desean ser maestros.