n Los bastardos, su segundo largometraje, el realizador mexicano Amat Escalante prosigue con un dominio mayor de sus recursos estilísticos lo iniciado en su opera prima Sangre, la exploración de la violencia a partir de un registro minimalista de la vida cotidiana. Va inclusive más lejos: procura capturar, al término de una situación de crecientes tensiones dramáticas, el punto de ruptura que genera un acto de brutalidad, en apariencia absurdo, y cuyas claves el director deja abiertas deliberadamente. Se trata de una película mexicana filmada en Estados Unidos que refiere en términos muy crudos la exposición de una comunidad indocumentada a la explotación laboral y al racismo, la tensión que esto genera, y la respuesta de dos hombres jóvenes de pronto descarrilados en una espiral de violencia.
Los bastardos es crónica minuciosa de una jornada en la vida de Jesús (30 años) y Rubén (adolescente), dos compañeros en la faena mal pagada de albañilería, que recurren a otros ingresos clandestinos (ser asesinos a sueldo) para sobrellevar una existencia precaria. Hay en el relato de Escalante cierta ambigüedad sobre lo que motiva a los jóvenes indocumentados a irrumpir en un hogar estadunidense, donde aterrorizan y paulatinamente seducen a un ama de casa solitaria y deprimida. ¿Se trata de una ejecución ordenada y remunerada por el propio cónyuge de la mujer? ¿Acaso de un asalto, donde los delincuentes se distraen y complacen en el confort de un estilo de vida tan ajeno como excitante, al punto de perder de vista su cometido inicial? ¿Una manifestación de rencor social gradualmente exasperado hasta un desenlace trágico? Estas preguntas no tienen respuesta clara y en ello estriba buena parte del interés y originalidad de la cinta.
Escalante maneja con astucia lo que él sabe es un riesgo de incorrección política (atizar la paranoia colectiva presentando a dos bastardos indocumentados), sacudir las buenas conciencias de quienes sitúan la violencia y la mezquindad moral de un solo lado de la frontera, los bastardos de siempre; difuminar la frontera entre víctimas y victimarios, mostrando una inusitada, aunque breve, complicidad afectiva entre la mujer estadunidense y sus captores; y rematar con una secuencia final que consigna la impunidad y el carácter cíclico e indetenible de la violencia. Todo esto nos aleja diametralmente de las visiones edulcoradas a las que el cine mexicano ha recurrido últimamente para hablar de la inmigración ilegal, y cuya muestra emblemática es una efectiva comedia sentimental, La misma luna, de Patricia Riggen. El director de Los bastardos no avanza tesis ni mensajes, y tampoco convoca adhesiones afectivas; sólo vuelve al espectador testigo de la progresión dramática hacia una violencia irracional, con la convicción de que la vida de cualquier individuo puede colapsarse sin advertencia alguna, provocando desazón o azoro en quienes le rodean.
Los jóvenes protagonistas de esta cinta (actores no profesionales, contratados en la calle para una faena fílmica incierta), irrumpen en la falsa tranquilidad de un hogar estadunidense, llevan a cuestas su propio desorden emocional y no miden las consecuencias de sus actos. Ese hogar es a la vez el espacio metafórico, microcosmos preciso, de una nación a la que a diario ingresan miles de campesinos o desempleados mexicanos, con la misma incertidumbre y azoro de Jesús y Rubén, calificados ellos también como indeseables o bastardos por el prejuicio imperante. Un caso real inspiró al cineasta, el del asesinato de un joven guanajuatense ingresado ilegalmente a Estados Unidos; a partir de este suceso de nota roja, el crimen de odio se volvió detonador de una ficción perturbadora sobre los diversos rostros de la violencia social en el sur de la Unión americana. Que en un relato de violencia semejante –primero contenida, luego increíblemente explícita– haya espacio suficiente para la candidez y la ternura, es sólo una muestra más del talento narrativo y de la solidez del punto de vista de uno de nuestros mejores realizadores. La cinta ha recibido múltiples premios en festivales extranjeros; cabe esperar que el público mexicano reconozca oportunamente la calidad de su factura artística y la originalidad y contundencia de su comentario social.
Los bastardos se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.