ara la generación de dramaturgos que emergió a mediados del siglo pasado, la familia fue un tema importante y recurrente, porque ya era necesario subvertir ese tipo de formación familiar en que el padre proveedor tenía un control absoluto sobre la esposa, ama de casa, y los hijos ya jóvenes pero legalmente dependientes (hay que recordar que no se obtenía mayoría de edad hasta los 21 años) que los dramaturgos hacían escapar del redil o por lo menos oponerse a un orden que les resultaba exasperante. Las revueltas feminista y sexual de las décadas siguientes, en las que se conformó una familia menos parecida a las películas de Gavaldón, relegaron el tema de nuestros escenarios. Ahora Leticia Huijara lo toma de una manera menos tradicional aunque la pareja formada por el hermano varón y su mujer parezcan ceñirse en la superficie al prototipo en muchas partes superado.
Es la primera obra larga y completa de la actriz, aunque ya teníamos atisbos de su inmersión en la dramaturgia en alguna escenificación de textos propuestos por el taller de Vicente Leñero. Desdeñando toda embestida contra el realismo, Huijara elabora en esta tesitura su obra, aunque añada un par de escenas retrospectivas –e inútiles a mi modo de ver– frente a unas psicoanalistas incorporadas por alguna de las actrices que representan a las hermanas. La madre muerta, que es la razón del encuentro, no está totalmente dibujada a través de sus vástagos y no se llega a explicar la razón de que las mujeres la hayan abandonado enferma a los cuidados del hijo varón y de la nuera, lo que es un argumento a favor del varón en el interminable pleito familiar y que recordaría de alguna manera a El precio de Arthur Miller si ese fuera el eje de la trama. La dramaturga prefiere dejar el dato en blanco y hacer hincapié en la vieja rivalidad de las dos hermanas y en el destino de Jorge, el hermano ausente y añorado que termina por tener un peso muy importante en el oscuro drama que se va revelando.
Los personajes se definen por sus diálogos y sus actitudes –como en toda obra que implique realismo– y habría que afirmar que los actantes femeninos están mejor delineados que el varón (Juan Carlos Barreto), que tenía grandes posibilidades en su doble actitud de macho enérgico frente a una esposa débil y de burócrata que omite la verdad por temor a perder un ascenso. Un humor negro y extraño se destila en el cinismo con el que María (Leticia Huijara) oculta soledad y desdicha, o en el toma y daca con la hermana mayor (Carmen Delgado), igual de herida pero parapetada en sus buenas maneras la única que buscaría al padre que los abandonó, mientras la cuñada (Bárbara Eibenschutz) se deja deslizar hacia el olvido de su triste vida.
Mejor producida –por La Divina Providencia en que concurren Leticia Huijara y Pilar Boliver– que otras que se ven en La Capilla, la escenificación cuenta con la escenografía de Víctor Padilla que diseñó una cocina muy realista como punto de encuentro de los personajes y el vestuario de Pilar Boliver que logra dar identidad a cada una de las mujeres. La directora Claudia Ríos tiene un trazo muy limpio y sencillo y da a las escenas de análisis autonomía mediante la luz del iluminador Diblik Rabia y el expediente de acercar un par de sillas al proscenio. También es muy buena la dirección de actores, quizás a excepción del caso de Carlos Barreto que no logra dar a su personaje los cambios requeridos por el patetismo de una vida gris y frustrada que lo convierte en energúmeno ante su mujer y en un ansioso y opacado ser, que termina por confesar lo que antes ocultaba ante sus hermanas. Leticia Huijara, autora y coproductora, se reservó el rol de la cínica María para actuarla y su experiencia actoral la lleva a terminar de construir un personaje al mismo tiempo repelente y atractivo, con el cinismo de la rebelde sólo comprendida en infancia y adolescencia por el hermano del que no ha vuelto a saber nada. Carmen Delgado es esa mujer más bien rígida que oculta soledad y falta de afectos, víctima de su arrogante hermana en su historia amorosa. Bárbara Eibenschutz logra uno de los mejores trabajos que se le conocen en esa mujer maltratada y drogadicta que cuidó y amó a su suegra, sin esperar recompensa.