obre México, perdido en los estrechos límites de la pobreza. La frontera con la muerte que acecha. Al perder los límites, sin tiempo ni espacio externo sólo queda la imaginación. Pero una imaginación bloqueada por las carencias síquicas enlazadas a la pobreza.
Las carencias síquicas emergen apuntaladas en las físicas, y las del marginado han pasado de generación en generación. Las carencias físicas empiezan desde la vida intrauterina: madres desnutridas, escaso aporte de nutrientes desde esa etapa, deficiente o nula vigilancia perinatal y precarias condiciones de manejo durante el parto, a ello se suman alta incidencia de partos distócicos con complicaciones perinatales.
Con esta base somática habrá, inevitablemente, consecuencias en la estructuración síquica. Estos niños son los herederos de neurosis traumáticas de muy difícil elaboración, por una herencia de pérdidas, duelos y abandonos. Si a ello se agregan un medio bajo en estímulos, ínfima o nula escolaridad, alto índice de morbilidad y depresión y violencia entre los progenitores, el pronóstico de estos individuos es más negro aún.
Se establece lo que llamamos un trauma por sumación, ya que cuando la intensidad de las pérdidas sobrepasa o desborda al yo, y además aparecen nuevos estímulos que lo desorganizan más aún, la intensidad y la magnitud del trauma se intensifica.
Los progenitores se encuentran inmersos en un mundo anárquico, carentes de los satisfactores más elementales, en condiciones permanentes de estrés y rodeados por una simbología que para ellos carece de significación.
El hacinamiento, la desorganización (tanto interna como externa) y la extrema pobreza configuran una compleja estructura. Alcoholismo, drogadicción y promiscuidad son los protagonistas habituales de tan dramático escenario.
Por tanto, aparecen la angustia, la irritabilidad y la violencia. Como consecuencia, los desarrollos cognoscitivo y síquico se ven alterados. Este terrible panorama, que ya era evidente antes de la severísima crisis actual, se ha agravado. De 2006 a 2008 nacieron casi 2 millones de niños condenados ya desde el nacimiento a estas patéticas circunstancias.
El hambre avanza inexorable mientras los más pobres de los pobres ni se enteran de la danza macabra de los millones que se manejan en el capitalismo salvaje. De lo que sí están enterados es del malabarismo que se hace para comer sin dinero mientras transitan como fantasmas adormecidos, anestesiados por el hambre y la depresión transgeneracionales.
Los pobres más pobres (y son muchos millones de mexicanos) ni entienden ni les importan los discursos, las elecciones ni quién será el próximo gobernante. En el tugurio, en los barrios pobres, en la miseria no se sabe nada ni de ley ni de justicia ni de democracia.
El hambre causa tales estragos tanto a nivel físico (desnutrición, infecciones, muerte; amén de las secuelas en las funciones cognoscitivas), como en lo síquico (neurosis traumáticas, depresión, traumas sin posible elaboración, sumación de duelos y pérdidas) que resulta imposible asimilarse al sistema e impensable que en esas condiciones puedan razonar y luchar por sus más elementales derechos.
Su mundo interno se llena de fantasías persecutorias, de sueños traumáticos, la ansiedad los invade y la única forma de escapar de ello es el alcohol, la promiscuidad, la violencia y vuelta a empezar la carrera descendente hacia el infierno cotidiano.
El capitalismo salvaje no sabe (tampoco le interesa, es más, le tiene sin cuidado) la forma de llegar a la misteriosa subrealidad que permite ser y sobrevivir de mala manera a los pobres más pobres que suman millones a lo largo y ancho del país.