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Carlos San Juan Victoria 1 ¿Por qué en México no cuajó la historia acumulada del siglo XIX y primeros años del XX, con sus dos Repúblicas y el predominio de oligarquías dispuestas a borrar –con la violencia cultural, jurídica y militar— el contrapeso de lo que aquí pudiéramos denominar en forma provisoria como el poder social-popular?; ¿por qué en este histórico palimpsesto de rayas, textos y garabatos diversos aparece, por el contrario –en curiosos y a veces indescifrables diseños— el alba de una política popular ? (en el esplendor de sus corrupciones, ciertamente, pero también de conquistas sociales ciertas). La respuesta parte de una simple y llana constatación : los torrentes armados que bajaron de Sonora y Coahuila y se encontraron con los afluentes rebeldes del centro del país en las dos primeras décadas del siglo XX le doblaron la mano al destino manifiesto de la utopía oligárquica. Surgió entonces una tercera República que ya no pudo gobernar como antes. Dicho de otra forma: la erupción rural cambió los rumbos del barco en el que todos estamos encaramados, obligando a que se inventara sobre la marcha una política popular de muchos filos que rehizo elites, alianzas, pactos y subordinaciones. Y conformó los perfiles de un nuevo Estado-nación. 2 En el impulso referido, la Revolución transformó de manera radical el horizonte vital de por lo menos tres generaciones, incluso en espacios geográficos en los que no se registró movimiento armado propio. De la sierra y del campo a la ciudad, de los oficios campesinos a los sindicatos y al sistema de educación básico y superior, de las enfermedades curables y mortales a las incurables a secas: en esos desplazamientos bruscos, entre otros, pudo dibujarse la transformación profunda de nuestro ser nacional. Visto desde otro ángulo, podemos decir que los campesinos –con todo lo que implica su ruralidad– dejaron plasmadas sus huellas profundas, pero a la vez llegaron para quedarse –como eco, huella, ser o voz profunda— en la vida política del país. 3 Son estas grandes huellas profundas en el ser y en la memoria nacional las que inquietan a las elites actuales, pues reviven multiplicadamente o en torrentes diversos como emociones, imágenes y figuras rebeldes (populares) de acción social y de heroicidad. En un mensaje que ha dicho –y sigue diciendo: a) Que rancheros, pueblos, mineros, arrieros, artesanos, obreros, al resistir para ampliar sus pequeños mundos locales y familiares, podían –pueden– formar parte de coaliciones amplias, hacer alianza con jefes militares, políticos opositores, ideólogos, agitadores, rebeldes en general; y, con ello, desde la pequeña política , que entran o pueden entrar y pelear –aún hoy– en la gran política; b) Que justo en el mar agitado de la movilización popular –y de la guerra-revolución, para el caso que nos ocupa–, es donde cristalizan (las) nuevas dimensiones básicas de la gran política: la que forja (o re-forja) a la nación, la soberanía y el Estado. Y todo ello dentro de un horizonte de derechos disponibles ; c) Que los recursos son de la nación. Que el Estado debe mediar y equilibrar en justicia; Que… Ese es el tatuaje vivo y el escándalo vigente de la vieja revolución. 4 Todo lo anterior no puede leerse ahora –ya en el siglo XXI– como un mito legitimador o como algo-que-ya-pasó en aquel mar de rebeliones sin trascendencia. Nuestro presente ofrece una extraña conjunción de saber, poder y resistencia popular –cada uno en su ruta y sus desafíos– que puede alumbrar caminos y posibilitar reconsideraciones profundas de la tantas veces visitada y enterrada Revolución. Y esa extraña pero identificable conjunción se expresa en términos y lógicas de la propia movilización social, en experiencias de gestión de municipios y estados, en la construcción de nuevas instituciones y leyes, en usos y costumbres populares de muy diversa índole, etcétera. Los nuevos poderes gobernantes pretenden desechar a la Revolución como ideología y como memoria, porque ya no le sirve. Pretenden un borrón y cuenta nueva que suprima regulaciones al capitalismo agrario y urbano y desteja o desestructure las rebeldías organizadas. Pero a contrapelo viene o fluye un claro renacer de memorias sociales que, sabemos, vendrán una vez más a contradecir… El saber, el poder y la resistencia social, entreveradas o cada una en su propia ruta, generarán de nuevo esa rendija que la lleve a tocar de nuevo a su –¿perdida?– Revolución. |