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El sicariato y los levantones, dos fenómenos del hampa que terminan en ejecuciones, dicen

El Estado perdió su capacidad de árbitro y de control ante el narco: investigadores

A principio de los 90, un policía judicial conocido como El Chaky instauró este tipo de secuestro

 
Periódico La Jornada
Lunes 20 de julio de 2009, p. 10

Arturo Hernández González, El Chaky, ex policía judicial que devino sicario por diversas circunstancias, fue uno de los primeros pistoleros al servicio de narcotraficantes que operó los llamados levantones, a principios de los años 90.

El levantón es similar al secuestro. La diferencia es que el objetivo del primero no es cobrar rescate por la víctima, sino vengarse de cualquiera que haya traicionado a una organización criminal.

El Chaky, preso desde hace seis años en un penal de máxima seguridad, comenzó su carrera policiaca en los años 80, de la mano del general Arturo Acosta Chaparro, acusado éste de narcotráfico y delitos de lesa humanidad presuntamente cometidos durante la llamada guerra sucia.

De ayudante escaló a agente judicial en el municipio fronterizo de Ciudad Juárez, Chihuahua, y luego a funcionario de la Procuraduría General de la República.

Una noche de octubre de 1990, El Chaky tomó una daga y sin remordimiento la clavó en el corazón de cada uno de los cinco hombres levantados por miembros del cártel de Juárez.

La orden fue ejecutarlos como castigo, luego de que la policía interceptó siete toneladas de cocaína que las víctimas garantizaron entregar en Estados Unidos. Hernández González terminó por enterrar los cinco cadáveres en una fosa que hizo construir con un trascabo en un rancho ubicado en Ciudad Juárez.

Testimonios de sujetos que pertenecían al cártel de Juárez refieren que al ex judicial se atribuye la autoría de la primera cadena de levantones ocurridos en el país. También se le considera el creador de las llamadas narcofosas –cementerios clandestinos donde eran depositados los cuerpos de quienes eran ejecutados– cuya práctica comenzó a ser común en la década de los 90.

A partir de esa quíntuple ejecución, El Chaky se convirtió en sicario. Más tarde, en jefe de seguridad del fallecido Amado Carrillo Fuentes, El señor de los cielos, y luego de su hermano Vicente, actual líder del cártel de Juárez. Su responsabilidad era garantizar la seguridad de ambos capos y coordinar los llamados levantones, que sólo entre 1994 y 1995 fueron más de 700.

Cuando El Chaky fue detenido, declaró a la fiscalía antidrogas de la Procuraduría General de la República (PGR) que conoció a Amado Carrillo y a su hermano Vicente durante una carrera de caballos en la ciudad de Chihuahua. Hoy día está a la espera de recibir sentencia por los cargos que se le imputan.

La trayectoria criminal de Arturo Hernández González no es muy diferente de la de muchos policías mexicanos que se han ligado al narcotráfico y forman parte de la expresión criminal que se ha extendido en todo el país en menos de dos décadas.

Otro fenómeno ligado al llamado sicariato se sumó en los años 90 al hecho de que los policías trabajaran desde entonces para los cárteles de la droga: militares desertores del servicio de élite del Ejército se unieron a las filas del crimen organizado. Así, con el cobijo del capo Osiel Cárdenas, surgió el grupo de Los Zetas, que comenzó siendo el brazo armado del cártel del Golfo.

Desde entonces se instauraron los levantones, y provocaron un efecto dominó. Otros cárteles como el de Sinaloa, de los hermanos Beltrán Leyva; de Tijuana, o el de La Familia, de Michoacán, siguieron los pasos de Los Zetas: corrompieron a policías municipales para que se dedicaran a ejecutar y/o extorsionar a personas contrarias a sus grupos.

En la actualidad Los Zetas también realizan actividades de negociación, trasiego y venta de drogas.

El fenómeno del sicariato, que va aparejado con el de los levantones, según los expertos del Centro de Investigación para el Desarrollo (CIDAC), Guillermo Zepeda Lecuona, y de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Guillermo Garduño, son una extensión del crimen organizado que se concreta con las ejecuciones ocurridas a lo largo y ancho del territorio mexicano.

Además, según la doctora Feggy Ostrosky, directora del laboratorio de neuropsicología y psicofisiología de la Facultad de Psicología de la UNAM, a los asesinos a sueldo no se les puede considerar dementes. La especialista en el estudio del comportamiento de sicópatas asegura en su libro Mentes asesinas, la violencia en tu cerebro, que el aspecto psicológico de los sociópatas (así clasifica a los sicarios) los lleva a entender la libertad desde un particular sentido.

Para ellos ser libre es equivalente a poder hacer lo que deseen en un momento determinado, sin impedimentos morales, éticos o religiosos ni de ninguna otra índole, refirió Ostrosky.

Informes policiacos extraoficiales reportan que, sólo en el primer semestre de este año, mil 700 personas han sido asesinadas en los estados del norte del país por ataques entre cárteles rivales.

La hipótesis de los investigadores Zepeda y Garduño refiere que las organizaciones dedicadas al tráfico de drogas en México han encontrado en las policías federales, estatales y municipales de todo el país, uno de sus semilleros para la integración de sus propios grupos de asesinos.

Lo preocupante, coincidieron ambos investigadores, es que vivimos un contexto de transición en el que el Estado perdió su capacidad de árbitro y de control ante el narcotráfico, es por eso que los grupos delictivos buscan en la lucha entre ellos la hegemonía a toda costa.