Opinión
Ver día anteriorLunes 20 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La cumbre del G-8
L

as emisiones tóxicas, especialmente las de bióxido de carbono (CO2), fueron una de las preocupaciones centrales de la cumbre del G-8 que se celebró el pasado 9 de julio en L’Aquila, Italia, y a la que asistieron Australia, Brasil, Canadá, China, la Unión Europea, Francia, Alemania, India, Indonesia, Italia, Japón, República de Corea, México, Rusia, Sudáfrica, Reino Unido y Estados Unidos, que se conocen en nuestros días como las mayores economías.

No sólo se trató el problema del aumento de las emisiones tóxicas, aparejado al desarrollo industrial en todo el mundo, y que representa la paradoja del siglo XXI hasta 2050, por lo menos, y que consiste en el esfuerzo conjugado para combatir las emisiones de CO2, sino también el de la amenaza de la proliferación nuclear, que, según se expuso, está en peligro de aumentar debido a los programas de desarrollo económico industrial que tienen en marcha Irán y Corea del Norte a quienes los miembros del G-8 advertirán sobre el riesgo que van corriendo de continuar sus planes atómicos, completamente al margen de la comunidad internacional.

Hubo también en esta cumbre otras preocupaciones. Por si no fueran de gravedad las que ya hemos mencionado, que son de orden universal, se habló de la crisis económica que se da en la actualidad en todos los países presentes en L’Aquila, asunto sobre el que los jefes de Estado y de gobierno, como Estados Unidos, Rusia, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia, que constituyeron originalmente el G-8, no consiguieron ningún acuerdo.

Quizá el asunto de mayor importancia sea el concerniente a la planeación para desacelerar los cambios climáticos motivados por las emisiones tóxicas de la industria, ya que el crecimiento económico guarda una relación muy clara con la emisión de CO2, pues habrá que considerar que a mayor índice de desarrollo, más amplias deberán ser las tareas de la cooperación internacional. En esto consiste precisamente la insistencia de estudios muy serios, tanto de Estados Unidos como de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, que hablan de la necesidad manifiesta en este principio de siglo tan convulsionado de aumentar los índices de desarrollo económico en plena crisis universal por la que atravesamos, por lo menos en este año de 2009, y muy probablemente en 2010, lo cual pone un grado adicional de dificultad ya que no es fácil mantener hasta el año 2050 las emisiones tóxicas en el mismo nivel que tenemos ya en este año, final de la primera década del siglo XXI.

Por otra parte, la meta es realista. El objetivo ideal sería reducir a la mitad, en ese año de 2050, las emisiones tóxicas que provocan el cambio climático, siempre en relación con las que se generan actualmente.

En un estudio publicado en El País, que realizó Climate Scoreboard (Allianz y WWF) muestra que en un esfuerzo por atenuar las emisiones tóxicas de CO2, siendo cien por ciento la máxima puntuación, Canadá y Estados Unidos no llegan en la actualidad a 20 por ciento, mientras que a Francia, Reino Unido y Alemania se les puede acreditar más de 30 por ciento.

En cuanto a políticas futuras, nuevamente Canadá, que es el que tiene objetivos más modestos, y Estados Unidos en las mismas condiciones, no llegan a 30 por ciento para las políticas futuras, mientras las mismas naciones citadas con el mayor esfuerzo para atenuar las emisiones tóxicas pasan de 50 por ciento.

A Reino Unido, Alemania, Italia y Francia se les puede acreditar más de 40 por ciento, y hablando de millones de toneladas de CO2 generadas o por ser producidas hasta 2020, mientras que Estados Unidos produce cerca de 8 mil toneladas anuales, Rusia las bajó de 3 mil 500 a 2 mil entre 1995 y 2000. Este país gigante desde todos los puntos de vista llegará en 2020 a 2 mil 500 toneladas, Japón se quedará en mil 500 y Alemania tiene como valor estimado de la convención de emisiones tóxicas para el año de 2020 mil millones de toneladas, que son ocho veces menos de las que se producirán en Estados Unidos en el mismo año.

Estas previsiones para el futuro próximo y para el año 2050, a mediados del siglo, produjeron en la reunión cumbre de L’Aquila bastante incertidumbre entre los jefes de Estado y de gobierno asistentes, no solamente en relación con la factibilidad de alcanzar las metas establecidas, sino sobre el futuro mismo del G-8, que ve con enorme escepticismo posibilidades de éxito, aunque en lo que se refiere específicamente al CO2 el acuerdo sobre su reducción concitó un avance considerable respecto a la posición que algunos países, como Estados Unidos, habían venido sosteniendo hasta ahora, negándose inclusive a aceptar el protocolo de Kioto.

Todos esos asuntos perturbadores de la conciencia de los jefes de Estado volverán a ser abordados el próximo diciembre en Copenhague, así que estaremos haciendo votos por que haya en la siguiente cumbre logros más sólidos que los que hasta ahora se han alcanzado, y que de alguna manera representan la única posibilidad realista para obtener junto con los mayores índices de desarrollo económico posible las reducciones más importantes de las que se tenga memoria al terminar el siglo. La historia inexorablemente habrá de llevar a juicio a todos los jefes de Estado y de gobierno que participen en el esfuerzo para conciliar estos dos objetivos antagónicos, pero absolutamente indispensables, porque son claves en el bienestar de la población en todo el planeta. Poner un freno a las emisiones es una necesidad impostergable, al igual que evitar la proliferación nuclear, de ahí la importancia de los temas tratados en L’Aquila.