Cultura
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Mostró que esa manifestación cultural vive un momento afortunado

La gran familia del son jarocho colmó de música y baile el centro de Tlalpan

Jaraneros, versadores, bailarinas y repentistas celebraron la expresión del fandango como un mundo de vida

Ritual solemne, pero sencillo, a cargo de una multitud intensa llena de alegría

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Músicos del son jarocho del estado de Veracruz afinan sus instrumentos como tarea previa a su presentación en el centro de TlalpanFoto Pablo Espinosa
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Los tacones femeninos, música sobre el tablado durante dos días para compartir el resurgimiento de la cultura jarochaFoto Pablo Espinosa
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Conjunto de jaranas que se exhibió el domingo antes de comenzar la jornada de fandango en esa demarcación del Distrito FederalFoto Pablo Espinosa
 
Periódico La Jornada
Miércoles 15 de julio de 2009, p. 4

Durante dos días, en el centro de Tlalpan, jaraneros, versadores, bailarinas, repentistas, la gran familia del son jarocho se reunió para celebrar el foro titulado El fandango jarocho, un mundo de vida, reflexión y diálogo que culminó en fenomenal fandango, esa fiesta social alrededor de una tarima de madera, clamor de tacones, zapateado, coro de jaranas, alegría infinita, y una conclusión rotunda: la cultura jarocha vive un momento afortunado.

Viajaron desde Comején, comunidad del municipio de Acayucan; desde San Juan Evangelista, Zinapan, San Andrés y Santiago Tuxtla, Chacalapa, Minatitlán y desde el puerto de Veracruz. Músicos notables, músicos campesinos, bailadoras octagenarias como doña Elena Ramírez y doña Adela Casarín, y jaraneros egregios como don Félix Baxin, don Isidro Nieves, don Tirso López, don Delio Morales. Y jóvenes, muchos jóvenes músicos y bailadores.

Poner orden en la casa

El foro se inició el sábado por la mañana con la exposición de Patricio Hidalgo, Planteamiento de los temas y problemáticas del fandango y se sucedieron semblanzas históricas, anécdotas, vivencias, intercambio de conocimientos, enseñanza-aprendizaje de las distintas afinaciones de las jaranas por zonas geográficas, culturas, tradiciones, sesiones analíticas del arte de la versada, esa poesía repentista, amena, deslumbrante.

Entre los participantes, Gilberto Gutiérrez, uno de los iniciadores, hace 32 años, de este gran resurgimiento de la cultura jarocha, cuando dio a conocer al mundo a don Arcadio Hidalgo, músico legendario que frisaba los 90 años de edad, y con Juan Pascoe y otros músicos formaron el grupo Mono Blanco, en un momento en que la tradición del son jarocho agonizaba.

Ahora esa cultura “vive un momento afortunado –dice Gilberto Gutiérrez–. Están sucediendo muchas cosas alrededor del son jarocho, no todas buenas, pero están pasando también muchas cosas buenas. Lo más importante es que se ha garantizado que esta cultura sobreviva en mejores condiciones”.

En el balance, el saldo negativo es mínimo, sopesa Gutiérrez: el resurgimiento, explosión y florecimiento del son jarocho ha sido tan grande que se ha salido de control, ha crecido demasiado. Además de la revitalización del fandango en sus lugares de origen, en las comunidades campesinas, el movimiento ha irradiado y se han creado epicentros en varias metrópolis: la ciudad de México, pero también Tijuana, Los Ángeles, Nueva York, Puebla, Oaxaca.

El problema, plantea el fundador de Mono Blanco, “es que lo que desarrollan como son jarocho y fandango en esos lugares cada vez menos tiene que ver con nosotros, quienes cultivamos las formas tradicionales en sus lugares de origen. Sin embargo, ambas vertientes se retroalimentan; lo que se hace en las metrópolis tiene ya vida propia y por eso nosotros no podemos ni debemos querer dirigir todo eso. Hay que observarlo, ver qué rumbo toma. Lo mejor que podemos hacer es apoyar todo lo que está ocurriendo con la cultura jarocha en todos esos lugares y nosotros dar el ejemplo de cómo lo hacemos en Veracruz.

Si ordenamos nuestra casa, no es necesario pretender ir a corregir cosas o a dirigir cosas a miles de kilómetros de distancia de su origen. Lo mejor es convertirse, desde dentro, en el mejor ejemplo posible para los de afuera.

Sorpresivo auge

A todos tomó por sorpresa este boom, observa Gilberto Gutiérrez. “Desde un principio mantuvimos la preocupación de mostrar con la mayor claridad posible en qué consiste la cultura jarocha, ofrecer conciertos didácticos, talleres. El encuentro con don Arcadio Hidalgo, en 1977, dio sentido a todo lo que nosotros solamente intuíamos. A partir de él pudimos poner atención en muchos otros veteranos de su edad y pudimos brincar a la generación siguiente, que es la que perdió la transmisión de la cultura y se estaba influenciando mucho de los medios solamente.

Pero se lograron muchas cosas buenas: que la gente supiera que esta tradición no era la de los músicos vestidos de blanco y los ballets folclóricos y esas cosas. Se ganó el respeto para los músicos campesinos, que son la mayoría, como la familia Baxin, que ahora tienen discos grabados y son invitados por doquier y van con mucha dignidad, cuando antes los músicos campesinos eran menospreciados y si en algún momento los invitaban, lo primero que hacían era vestirlos de blanco, quitarles identidad. En cambio, ahora ese acto social llamado fandango se celebra en sus casas, en sus comunidades, y en muchos rumbos, en muchas metrópolis.

La noche del sábado ocurrió lo mejor del fandango. Un estallido de alegría en cuanto llegaron los veteranos músicos campesinos e iniciaron la afinación, como indica la costumbre, y se fueron sumando por aquí otra jarana, por allá un marimbol, más acá un violín, acullá un mosco (guitarra mínima en tamaño, máxima en sonido colibrí), hasta formar una multitud intensa, inmensa de músicos alrededor de la tarima de madera y en medio del clamor de cuerdas y versos, de sensualidad y de alegría, la egregia guitarra leona, o guitarra panzona, como uno de los rescates ocurridos merced al renacimiento de la cultura jarocha que hoy vivimos.

Sobre el tablado las mujeres, las parejas. Un ritual solemne y sencillo al mismo tiempo. Una fiesta íntima y comunitaria. A un lado los músicos, y una comunidad intensa, libre, plena, celebrando la vida en común, encendidos todos como durante siglos los humanos se reúnen alrededor del fuego, la fiesta, la comida, la alegría. La luz.

Un coro enardecido de muchas, muchísimas jaranas sonando juntas, los versos como cataratas y sobre el tablado la música de los talones femeninos.

Es cuando los pasos se vuelven tambores.

Es cuando la alegría se llama son jarocho.