a economía mexicana tendrá este año el peor desempeño económico entre las de América Latina. La caída del crecimiento del producto, sobre todo en el sector de las manufacturas, en el primer semestre ha sido brutal, lo que se asocia con la abrupta reducción de las exportaciones. (Véase, por ejemplo, Latin Watch 1er semestre 2009, Servicio de Estudios Económicos, BBVA, 30/06/2009).
Los flujos de divisas por turismo, remesas e inversión han sido muy negativos. La política monetaria, prácticamente el único instrumento activo de las medidas aplicadas para contrarrestar la crisis, se aproxima ya a su límite.
Pero entre muchos analistas, banqueros, empresarios y, por supuesto en el mismo gobierno se le siguen buscando tres pies al gato. Existen restricciones fiscales cada vez más claras y se agravarán hacia finales del año y en 2010. El tipo de cambio no se puede sostener en los niveles actuales y tampoco las tasas de interés mientras se sacrifican recursos escasos. El control de la inflación no proviene de la gestión monetaria y fiscal, sino de la misma crisis. Hay pues una distorsión creciente entre las políticas públicas y la dinámica de la economía.
La manifestación de esta crisis es de índole estructural y se lleva arrastrando ya muchos años. Seguir eludiendo esta situación es engañarse en el mejor de los casos, o bien, perpetuar una situación de privilegios anquilosada y de desigualdad social. Y no se trata únicamente de una cuestión ética, que podría ser un enfoque válido, sino que en el terreno estrictamente económico es cada vez más ineficiente. Esta ineficiencia se desborda al conjunto del sistema de producción y al conflicto social y político que se advierte en el país.
La economía de México ha sido por mucho tiempo dependiente de la de Estados Unidos, no es un rasgo nuevo. Ahora se ha institucionalizado y esto impone mayores restricciones a la estructura productiva, a la generación de empleos y reduce los márgenes de maniobra de las políticas públicas. Este sistema no crea suficiente riqueza aunque genera ingresos altamente concentrados en la punta de la pirámide de la distribución. Este es un problema crónico.
Al contrario de las ofertas técnicas, políticas e ideológicas de populistas y reformistas en el poder desde los años 70, la dependencia se ha agravado y las condiciones de productividad y bienestar en el país no mejoran, al contrario. Desde la apertura de la economía a mitad de los años 80 y del TLCAN a mediados de los 90 el producto generado en el país crece muy raquíticamente en promedio anual y sigue siendo muy propenso a las crisis, sean de origen interno o vengan de fuera.
El caso es que se admite abiertamente que cuando la economía estadunidense crece, la mexicana no se beneficia grandemente, pero cuando allá hay fuerte desaceleración, como en 2001, o de plano, una crisis, como hoy, la reacción negativa aquí es muy fuerte.
Si nos concentramos de plano en las nuevas pautas de la dependencia en el marco que se quiera: regional o global. Y si atendemos a las repercusiones internas, esas en las que aquellas se expresan a escala nacional y que a las claras no ha desaparecido, sino es tan evidente como siempre o incluso más aún. Y si grabamos en los análisis y en las pautas del quehacer de las políticas públicas sin equívoco el término d-e-p-e-n-d-e-n-c-i-a.
Y si así dejamos de darle vuelta a lo que debe hacerse en este país y sacamos a la luz sin tantos subterfugios cada vez menos defendibles, sean de orden técnico, político e institucional sobre lo que aquí ocurre y empezamos a hacer algo al respecto en serio. ¿Será esto optimista
o “ingenuo? O, de plano, indispensable.
Las recientes elecciones han puesto en evidencia que sólo se necesitó un gobierno y medio del PAN para mostrar que por ahí no va un cambio para el país. La experiencia ha sido fallida. La confianza en los partidos políticos no existe y siguen siendo un medio de control del poder y del presupuesto público. No hay renovación por ningún lado.
Las políticas públicas emanadas del entusiasmo globalizador, están ahora en la lona y con una cuenta de 9; igual ocurre con su principal doctrina, el llamado Consenso de Washington” que es una ruina, empezando por la economía de Estados Unidos. A pesar de eso, los enraizados neoliberales mexicanos no pueden salirse de ese marco y quieren aun más. Ya ni la amuelan.
La disciplina económica está hoy noqueada, las políticas públicas buscan transformación, pero en el fondo parecen querer recrear la situación anterior. Cada vez son mayores los indicios de que eso no será posible, o sólo lo será agravando los conflictos sociales por todas partes.
Los brotes verdes parecen todavía un mal de daltónicos y la recuperación, cuando ocurra, será lenta y desde una base muy baja. En Hacienda dicen que la economía mexicana puede fácilmente
crecer 3 por ciento en 2010. Tendrán ahí una bola mágica, pero no pueden ocultar que incluso si así ocurre será luego de caer alrededor de 8 por ciento este año. Vaya discurso.