or amor a las palabras llamemos jofaina
a la jarra de barro que nos mata la sed y vuelve a la vida
esta tarde
llegados al refugio de una pausa.
Ah la travesía que no empieza ni termina
¿o perdimos ya el hilo y la cuenta
por efecto de aquel romper cadenas
hace tanto
que el pedazo de eslabones que nos acompaña la muñeca
(no falta quien lo lleve al cuello)
acusa herrumbre y otras indelebles huellas de las décadas?
¿Cansados?
Sí. A cada rato.
¿Arrepentidos?
¿De qué? ¿De liberarnos?
Qué te pasa.
El dulce sabor de la libertad.
Hemos trotado,
los de a pie y los de a caballo,
los prados con espigas entre dientes, suavemente,
las colinas voraces
dominio de la nauyaca y las hormigas,
la oscura jungla gritando sombras verdes que palpitan
calientes,
curiosas.
Han asomado con timidez los ciervos
y los zorros
y les hemos cedido el paso.
En la rabia roja del crepúsculo
sembramos la página del día
para aclarar la memoria
con otro trago de agua fresca.
¿Es circular el viaje de los libres?
¿Espiral? ¿Espejo de espanto?
Pasa la jofaina, no te quedes con ella.
En un paraje unas mujeres mojaban ropa
contra la mejilla lisa de un arroyo de serpientes.
En sus faldas cien cintas de colores
se sublevaban de los cuerpos queriendo escapar al viento.
Reían, un rubor prieto les incendiaba el semblante,
las manos sumergidas,
las miradas desafiando.
Ellas y nosotros poblamos la selva
entre la piel y los huesos,
a dentelladas nos entregamos a ella,
nos devora pero la mordemos,
quedamos a mano.
Tiene una lujuria este reposo
que no alcanzo a pronunciar.
Hemos vaciado la jofaina
pero la sed da para más conversación,
la desencadenada tiempo allá
cuando irrumpimos la libertad
con un sentimiento de huida que no ha sanado
y nos recuerda de dónde venimos,
quienes fuimos,
cuánto hemos sido capaces de andar.
Los tambores del maíz batiente
azotan el resguardo de tablas
y el sombrero de láminas.
Las cañas entregan su dulzor
en las sacrificiales garras del trapiche.
Seguimos huyendo.
La libertad no se perdona.
Si nos atrapan
la cadena será perpetua,
y entre menos dure esa perpetuidad
mejor.
Si nos capturan.
Las esbeltas primaveras
estallan un robusto amarillo
que la distancia agiganta.
Las lianas encajan las uñas
en la hojas podridas de la tierra negra.
Los tucanes se ponen a modo,
se prenden guayabas al pico,
colorido cascanueces que grazna,
y se condecoran el hambre.
Un nudo de gusanos hierve
en algo que debió ser caca o cadáver.
Un aroma dulzón invade los cinco sentidos,
los árboles sudan leche
y los jaguares merodean en santa paz.
El ángelus revienta
desde una capilla
que no logramos distinguir en la espesura.
La tarde
progresivamente rosa
tiembla hasta ponerse morada.
Asoma la primera estrella
sucesora del sol.
Todo en calma.
Qué bueno que hay otra jofaina.
Tráela acá. Dame.
La noche, esta noche es nuestra.