Madrid y la fiesta gay
omosexuales, lesbianas, transexuales y bisexuales los hay en todo el mundo. Pero en Madrid, donde el llamado colectivo del arcoiris tiene uno de los barrios –el de Chueca– más grandes y prósperos de la ciudad, la fiesta del orgullo gay se convierte en un auténtico botellón
masivo, que impregna de su alegría y de su desenfreno al resto de la ciudad.
El fin de semana que se celebra en todo el mundo el comienzo público de la lucha por los derechos de este colectivo históricamente vapuleado por el conservadurismo y la falocracia, en Madrid la fiesta no se limita a un barrio o a un par de calles ni siquiera a la zona céntrica de la urbe, como ocurre en la mayoría de las grandes ciudades europeas y latinoamericanas.
No, en Madrid, la fiesta del orgullo gay es con diferencia la fiesta de Madrid. Lejos quedaron aquellos años en los que los madrileños esperaban con ansia las conmemoraciones de sus patronas o de sus santos. Ahora la fiesta que de verdad logra congregar a centenares de miles de personas con un solo fin y contagiar de su aire alegre es precisamente la celebración que recuerda que los homosexuales, transexuales y bisexuales también son personas y necesitan que se respeten sus derechos.
La fiesta tiene entre sus actos principales el llamado desfile, en el que este año circularon más de 40 carrozas, muchas de ellas procedentes de fuera de Madrid, donde llegaron centenares de autobuses de otras partes del país y de Europa. Este año pretenden lograr al menos una cifra similar a las anteriores: más de un millón de personas bailando y celebrando la fiesta del arcoiris, para lo que incluso cierran el tráfico de más de la mitad de la ciudad e interrumpen los servicios de transporte público como el autobús y los taxis.
Esa caudal de gente con ánimo de fiesta llenan a su vez cada noche de las dos semanas que duran los festejos todos los bares y discotecas del barrio de Chueca, engalanado como nunca en el año para recordar las luchas de un colectivo castigado y, ahora, convertido en un icono de libertad.
Armando G. Tejeda, corresponsal