Sábado 27 de junio de 2009, p. a15
Música de tierra y nube y sonrisa y clorofila y sol y viento y piedra y magia y un vientecillo tenaz de encantamiento, una edición indígena y soberana de la Sonata proustiana de Venteuil.
En cuanto pone uno a andar el disco Sones de tierra y nube, editado por la Asociación Cultural Xquenda y presentado su segundo volumen hace unos días en una gran fiesta-ritual-jolgorio en la Sala Nezahualcóyotl, se conecta una magia inenarrable, el aire adquiere el color de las emociones más entrañables, las nubes toman formas fantásticas y el alma inicia una ondulación de baile y gozo y asombro y la sonrisa en el rostro es el reflejo de esta música bellísima, una explicación de la belleza femenina, la belleza del paisaje, la belleza de la vida.
Dos noches se llenó la mejor sala de conciertos de América Latina y en dos ocasiones ondularon los rebozos cuando sonó Pinotepa, se pusieron todos de pie cuando escucharon Dios nunca muere, se indignaron cuando Horacio Franco dijo en público que la SEP se niega a otorgar reconocimiento a la escuela oaxaqueña donde estudian estos niños y jóvenes músicos que son mejores que muchos que cobran en nómina y estuvimos todos de acuerdo en que esta música, la que ponen en vida con tanto empeño, talento y calidad estos infantes notables, es de lo cada vez más poco que es bueno en este momento tan tristísimo que vive nuestro país.
Además de Horacio Franco, quien también participó en la grabación del primer volumen de este álbum, aparecieron en escena y aparecen en audio el tenor Fernando de la Mora, el saxofonista Miguel Ángel Samperio, el pianista Héctor Infanzón (también responsable de la producción musical) y en especial Susana Harp, artífice generosa, autora de una discografía propia tan recomendable como todo lo que emprende. Calidad humana y artística como la de ella forma parte de lo bueno con lo que contamos.
Entre los muchos aciertos de este segundo volumen destaca una versión maravillosa del Huapango de Moncayo, con los sones originales que dieron origen a la partitura. Son ejecutados esos sones por don Andrés Alfonso Vergara y sus dos hijos en jarana, arpa y voz. En escena un espejeo: cuando alegrean el Mambo número 8, de Pérez Prado, las niñas, niños y jóvenes de la Banda Filarmónica del Centro de Capacitación y Desarrollo de la Cultura Mixe (Cecam), bailan al mismo tiempo que tocan sus instrumentos y los abrazan, arropan, los elevan por encima de sus cabezas en señal de gozo compartido.
El espejeo es con los niños y jóvenes del sistema bolivariano de orquestas de Venezuela, cuando hacen lo propio con el Mambo de Bernstein. Gozo, transformación de las personas, elevación. He ahí el sentido de la música.