principios de 2008, en un artículo titulado Un conflicto interminable
(La Jornada 21/3/08), llegué a algunas conclusiones que siguen teniendo validez. Observé que en el entorno acrimonioso de las reformas (fiscal y electoral), el país seguía atrapado en el encono y la frustración del conflicto electoral de 2006, y terminé con una advertencia: “mientras la República languidece, seguimos enfrascados en la lucha del ‘voto por voto; casilla por casilla’”.
Hoy, a mitad del sexenio, cuando sufrimos la peor crisis económica de la historia, y la lucha contra el crimen organizado languidece en punto muerto, no hemos superado aún el encono generado por el conflicto electoral de 2006. Vislumbramos un nuevo conflicto electoral, que no debería alcanzar las proporciones del anterior, si no estuviera nuevamente en juego la Presidencia.
En 2008 lamenté que Andrés Manuel López Obrador, enfrascado como estaba en todos los conflictos que amenazaban la gobernabilidad del país, no hubiese querido dejar la lucha poselectoral para una ocasión más propicia, como serían las presidenciales de 2012. Para ilustrar el tema, mencioné la patriótica decisión de Al Gore en 2000, cuando suspendió su lucha presidencial por el bien de la nación, y el conflicto electoral de Kenia en 2008, donde Mwai Kibaki y Raila Odinga le pidieron a Kofi Annan que arbitrara una disputa que amenazaba convertirse en genocidio.
Leyendo el último libro de Roger Bartra, La fractura mexicana (Debate), y ante los acontecimientos de Iztapalapa, pienso que el conflicto electoral de 2009 va a tener, después de todo, consecuencias indeseables (la posible extinción de la izquierda mexicana y la firme entronización del binomio PRI-PAN en 2012). Bartra analiza la derrota de la coalición Por el Bien de Todos en 2006, y predice un importante desplome de la izquierda en 2009, como consecuencia del lamentable espectáculo de sus actitudes rijosas y de su corrupción interna
. (A una semana de los comicios todas las encuestas coinciden con esa predicción y le otorgan al PRD un tercer lugar en las elecciones para diputados federales.) Bartra, sin embargo, reconociendo los errores de López Obrador en 2006 (llamar chachalaca al Presidente, tolerar la arrogancia de sus voceros y adoptar una actitud poco razonable ante la clase media y los empresarios), atribuye el fracaso de la izquierda a un problema más vasto que la personalidad y decisiones de López Obrador. Reconoce que tras el derrumbe del bloque socialista la izquierda sufrió un lento proceso de sustitución de las ideas por los sentimientos. Las ideas han ido retrocediendo ante las pasiones.
¿Y cómo negar esa verdad frente al desmoronamiento del PRD (ocasionado en gran medida por las pasiones que genera López Obrador) y a las pasiones que han aflorado en el conflicto de Iztapalapa? Es obvio que estamos frente a una decisión fundamental de López Obrador: si su propósito no es únicamente medir fuerzas con Felipe Calderón a mitad del sexenio, es un hecho que ha decidido continuar a plena máquina su campaña presidencial hacia 2012.
Desafortunadamente, su campaña no muestra una estrategia diferente; comienza donde terminó el episodio anterior: entre conflictos, descalificaciones, epítetos y desacuerdos destinados a enardecer los ánimos y bloquear el diálogo. Esta forma de campaña podría extinguir a la izquierda mexicana que casi alcanzó la presidencia en 2006. ¿Cómo explicar su actitud? Acusó al TEPJF y a la dirigencia del PRD de operar bajo el manto de la mafia político financiera
que se ha convertido en su nueva bestia negra
. Humilló al PRD, su partido
(al que sólo una amplia base proselitista le impide mandar al carajo
). Su estrategia en torno al Juanitogate (que de renuncia
se convirtió en licencia
) fue un acto arbitrario e ilegal para burlar el sistema electoral, y una falta de respeto al jefe de gobierno y a una asamblea que aún no ha sido elegida.
En su último arranque entabló en contra de los tres últimos ex presidentes, Felipe Calderón y algunos importantes empresarios (los supuestos integrantes de la mafia
que lo tiene obsesionado), una insensata denuncia penal sin ningún futuro jurídico, destinada a incrementar la crispación de las elecciones intermedias. Basado en un refrito de viejas acusaciones, el presidente legítimo
rompió nuevamente lazos (y cualquier posibilidad de diálogo) con los principales partidos políticos y con los empresarios. Con el paso del tiempo el mundo ha ido descubriendo el importante papel que juega la apertura democrática en la solución de temas como la pobreza, el medio ambiente, la inseguridad, la salud, las oportunidades económicas, el acceso a la educación y a las nuevas tecnológicas. Por lo visto, en este segundo episodio, López Obrador esconde tras una cortina de populismo sus ambiciones presidenciales, y se aleja nuevamente de cualquier diálogo que favorezca el arribo de la democracia incluyente. Seguimos atrapados entre la fractura irremediable de la izquierda, las pasiones del populismo y la impotencia de la derecha.
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