n nuevo programa ha sido propuesto por la administración de Barack Obama para evitar que las empresas financieras puedan generar otra vez una crisis económica mundial. Las propuestas planteadas, que deberán ser discutidas por el Congreso estadunidense, tienen un sentido evidente, aunque mucho de lo que parecía necesario para resolver la crisis financiera se quedó en discusiones previas. En el programa se establece la manera en que las autoridades supervisarán el funcionamiento del sistema financiero, lo que implica el reconocimiento de que el mercado financiero no puede autorregularse.
Haberlo pretendido llevó a la economía mundial a la crisis actual. Las reformas anunciadas limitarán los riesgos sistémicos, es decir, los derivados de falta de información sobre la solvencia de los emisores, aunque eso signifique una reducción de las ganancias, ya que proponen regular los derivados, particularmente los seguros por incumplimientos crediticios (credit default swaps) y la bursatilización de activos crediticios.
Los aspectos centrales de esta propuesta son: atención a los riesgos sistémicos; mayores requerimientos de capital y de liquidez a las instituciones financieras; fortalecer la regulación de las grandes empresas financieras; aumentar las capacidades de los reguladores y consolidar ciertas funciones regulatorias; regular los derivados y la emisión de valores respaldados por activos financieros; proteger a los consumidores; mayor coordinación internacional. El primer aspecto es decisivo: los instrumentos y las empresas financieras funcionan globalmente, de modo que sus dificultades tienen un impacto en el sistema.
El riesgo a supervisar es el sistémico. El moral, es decir, el riesgo excesivo que toman los agentes económicos debido a que no creen que el mercado pueda castigarlos dada la protección estatal, tiene que ser vigilado por las propias entidades. La principal crítica a esta propuesta es si un administrador podría evitar ese tipo de riesgos. La Fed no sólo no pudo hacerlo, sino que estimuló el crecimiento de la burbuja. Tampoco lo hicieron los jugadores del mercado financiero. El argumento que sostiene la propuesta es que es mejor un regulador responsable de ir contra los jugadores, cuando se aprecia una expansión excesiva de rendimientos extraordinarios, que dejar que el mercado se auto controle con sus propios mecanismos.
La necesidad de mayores requerimientos de liquidez y de capital resulta casi obvia. El planteo de regular cuidadosamente a las empresas que no puede permitirse que quiebren, implica el reconocimiento de que los recursos de los contribuyentes que se usarían para protegerles obliga a regularlas firmemente para impedir que tomen riesgos excesivos. Además, esta regulación se extiende a las empresas financieras, no sólo a los bancos. La esperada consolidación de las entidades reguladoras no se logró, lo que implica que los diversos enfoques para atender problemas particulares persistirán disminuyendo la capacidad de controlar el riesgo sistémico.
Los emisores de valores respaldados por activos financieros deberán retener el 5 por ciento del riesgo, obligándoles a mejorar la calidad de estas emisiones. Los europeos sostienen que esta retención debía ser de 20 por ciento. La garantía solicitada no resuelve que rendimientos altos conduzcan a tomar mayores riesgos. En relación con los derivados, la disputa entre obligar a que se estandaricen para poder regularlos mejor y el reconocimiento de que los derivados a la medida permiten reducir costos ya que cubren con precisión el riesgo involucrado en la operación, pudiera complicarse con la intervención legislativa.
La propuesta del equipo de Obama es limitada. Atender los reclamos sociales obligaba a mayores intervenciones de las autoridades del Estado. La aceptación del papel central y supremo del libre mercado
obligó a que la propuesta fuera más suave de lo esperado. Lo central será conocer si las empresas financieras volverán a cumplir su función crediticia primordial y si con esto se evitarán nuevas crisis. La respuesta no parece clara.