l perfil de migrante mexicano ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Atrás ha quedado el típico bracero mexicano de sarape, sombrero y guarache, que provenía del medio rural y se dirigía al trabajo agrícola en Estados Unidos. No es que los braceros hayan desaparecido de las escena, siguen siendo relevantes es más son indispensables. Pero cada vez son menos. Aproximadamente un millón y medio de mexicanos trabajan en la agricultura estadunidense. Lo que ha crecido en décadas recientes es la oferta de trabajo en los servicios, la construcción y el procesamiento de alimentos: verduras, cárnicos y productos del mar. Y en estos rubros se insertan los migrantes de origen urbano.
Hace una década se discutía en el medio académico mexicano si el flujo migratorio era mayoritariamente urbano o rural. Todo depende de qué se entienda por urbano y por rural. Si se toma como criterio el nivel de urbanización que fija el límite en 2 mil 500 habitantes, obviamente el flujo migratorio podría considerarse mayoritariamente urbano. Sin embargo, las nuevas regiones de origen de la migración desmienten esta conclusión y el uso de este criterio. El estado de Veracruz, que se ha incorporado recientemente al flujo migratorio, envía mayoritariamente personas de origen rural. Por otra parte, ha crecido notablemente la migración de origen indígena, a la que debería considerarse como rural.
Pero más allá de estas discusiones, un poco bizantinas, no se había estudiado a fondo el tema de la migración de origen urbano. Este vacío ha sido cubierto por el libro de Rubén Hernández León, Metropolitan migrants. The migration of urban mexicans to the United States, editado por California University Press. Hernández toma el toro por los cuernos y estudia la migración en el contexto urbano más próspero y proletarizado de México: la ciudad de Monterrey. Allí descubre un añejo circuito migratorio entre la ciudad de Houston y la Sultana del Norte, devela los mecanismos que permitieron la inserción de obreros especializados en el mercado de trabajo estadunidense, desarrolla el tema de las redes de relaciones y su forma de operación en los contextos urbanos y plantea un nuevo tema de investigación, lo que califica como la industria de la migración.
Es bastante conocida la tradición de las clases medias y altas regiomontanas de ir a Laredo o McAllen para comprar en el súper, a San Antonio para ir de shopping, a Houston para visitar al médico y a la Isla del Padre, de vacaciones. Pero no se sabía del intenso tráfico que existe en el circuito migratorio que conecta los barrios obreros de Monterrey con los mexicanos de Houston. La migración de la clase obrera regiomontana tiene su origen en la crisis del modelo económico de sustitución de importaciones y el proceso de restructuración industrial. Un sinnúmero de industrias, desde la emblemática Fundidora, hasta las viejas textileras decimonónicas, tuvieron que cerrar sus puertas y despedir trabajadores. Por el contrario, en Houston, la industria petrolera y otras empresas empezaban a despuntar y requerían de trabajadores especializados: soldadores, freseros, torneros. Y en ese nicho laboral se insertaron muchos obreros despedidos por el proceso de restructuración industrial.
Entre ellos los obreros de La Fama, una fábrica textil enclavada en la zona obrero industrial de la ciudad que operaba como una colonia industrial (company town), donde los obreros vivían en torno al establecimiento fabril y donde tanto la factoría como el sindicato eran los ejes de la vida social, política y cultural de la comunidad. En ese contexto, profundamente urbano y absolutamente proletario, Rubén Hernández, empieza a tejer sus hipótesis con base en numerosas entrevistas a las familias obreras, autoridades locales, líderes sindicales y habitantes de la colonia. Como suele suceder, para desenredar la madeja hay que empezar por la punta, de ahí que Hernández, entre en contacto con los fameños
en Houston y luego cerrará la pinza de la investigación con trabajo de campo en ambos lados de la frontera.
No sólo eso, además de estudiar el lugar de origen y destino de los migrantes, Hernández completa la investigación al estudiar a los que transitan entre ambas ciudades y forman parte fundamental del circuito migratorio por donde fluyen personas, bienes, capitales, servicios e información. Además del transporte formal entre ambas ciudades, que ha crecido notablemente, hay que destacar las empresas pequeñas e informales que dan vida al circuito y que semana a semana, por medio de camionetas, conectan a las familias y los barrios de ambos lados de la frontera llevando y trayendo gente, mercancía, dinero, cartas, encargos, regalos y todo tipo de productos. Obviamente, el contexto fronterizo dinamiza estas actividades económicas, que con el tiempo y el decir de Rubén Hernández, constituyen una nueva industria que le da vida, sentido y fluidez al circuito migratorio.