18 de junio de 2009     Número 21

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


ILUSTRACIÓN: Carlos Pellicer

Dispendio energético
(¡Dame más gasolina!)

En una era de caos climático y recursos disminuidos el modelo neoliberal se vuelve inviable. Su dependencia de las exportaciones con enormes gastos de transporte y creciente empleo de recursos es insostenible. La viabilidad económica futura demandará un dramático vuelco hacia las economías locales, reintroducir una versión modernizada de la sustitución de importaciones y promover una ordenada rerruralización y revitalización de las comunidades a través de reforma agraria, educación, métodos agroecológicos de pequeña escala, control de importaciones-exportaciones y énfasis en la democracia local. Todo en preparación de la inevitable desindustrialización de la agricultura que vendrá al declinar la disponibilidad de combustibles baratos.

Jerry Mander (editor), Manifesto on Global Economic Transitions,
Global project on economic transitions, septiembre, 2007.

En los 20 años pasados gastamos más energía que en toda la historia previa de la humanidad. Energía en gran medida proveniente de los hidrocarburos cuya combustión es altamente contaminante y está en la base de la crisis ambiental que ocasiona el catastrófico cambio climático.

Cuando se le ve el fin a los veneros del diablo. Además de envenenar la atmósfera, los combustibles fósiles se agotan provocando una debacle energética. Según los expertos estamos en el punto de inflexión pasado el cual habrá una declinación general de la producción petrolera. No que los hidrocarburos se vayan a terminar de un día para otro, sino que cada vez se requiere más energía para producir la misma cantidad de energía petrolífera. Y el problema es mayúsculo pues la generosidad de los combustibles fósiles, que condensan millones de años de trabajo biogeológico, es difícil de igualar.

La cuestión está en que el nuestro es un mundo petrolizado y cuando el “oro negro” se agota, se agota también el ciclo histórico iniciado hace más de 200 años con el despliegue del capitalismo industrial. Orden inicuo presidido por las ganancias y sostenido por un creciente gasto de energía, que sólo fue posible por la providencial existencia de los hidrocarburos.

El carbón mineral se empleaba ya en las primeras máquinas de vapor del siglo XVIII, pero para las de combustión interna fueron necesarios los derivados del petróleo. A mediados del siglo XIX se perfora el primer pozo petrolífero y con ese poderoso recurso la pasada centuria vive una inusitada aceleración: en un lapso equivalente al 0.05 por ciento de la historia de la humanidad el uso de energía crece mil 600 por ciento, la economía se expande mil 400 por ciento, el empleo de agua dulce aumenta 900 por ciento y, al pasar de dos 500 millones a seis mil millones, la población se incrementa 400 por ciento Pero a su vez el bióxido de carbono en la atmósfera aumenta un terrorífico mil 300 por ciento y las emisiones industriales se disparan un 40 mil por ciento.

La Agencia Internacional de Energía documenta que entre 1980 y 2004 hubo un incremento de la demanda mundial de energía de 45.7 por ciento, para llegar a 11 mil 204 millones de toneladas de petróleo crudo equivalente, y proyecta para 2030 una demanda de 17 mil 95. En 1980 las principales fuentes de esta energía fueron petróleo, con 42.8 por ciento; carbón mineral, con 24.6; y gas natural, con 17 por ciento, es decir en total 84 por ciento provenientes de combustibles fósiles; mientras que en la proyección a 2030 prevé que el petróleo aporte 35.2 por ciento, el carbón 24.6, y el gas 20.5 por ciento, donde se aprecia una baja en la participación del petróleo pero una dependencia apenas un poco menor, de 80 por ciento, de los combustibles fósiles en conjunto.

Todo hace pensar que globalmente, estamos en la inminencia del pico del petróleo, también llamado pico de Hubbert, en referencia al geofísico que en 1956 trazó la curva que señalaba la cúspide y caída de la producción petrolera en Estados Unidos. En términos geológicos la fórmula designa el momento de mayor producción de un yacimiento, a partir del cual ésta se reduce. Dicho máximo ha sido alcanzado ya en muchas regiones productoras y según diversos autores en el nivel planetario es una inflexión en curso o inminente.

Pero, además de que se produce menos combustible, los rendimientos decrecientes de los yacimientos se traducen en reducción de la energía neta que se obtiene del petróleo pues la extracción y refinamiento demandan gastos cada vez mayores. Otro factor que acentúa la declinación es que tienen que explotarse aceites más pesados, depósitos más profundos o fuentes no convencionales en los fondos marinos, en el Ártico o en arenas bituminosas. Así, la energía neta del petróleo pasó de cien a uno, a 20 a uno, en los años recientes, y sigue descendiendo.

El que se rebase el pico del petróleo y entremos en un período de creciente escasez de combustibles fósiles constituye un fin de época. Y esto es así no porque habrá que cambiar de fuentes de energía sino porque la densidad energética del petróleo, el gas y el carbón es excepcional y posiblemente irrepetible, pues al estar formados por materia orgánica acumulada y comprimida desde el cenozoico y durante tiempos geológicos, condensan enormes cantidades de energía solar. Energía empaquetada, a la mano, y “barata” en una lógica extractiva, que la humanidad sorbió y quemó en poco más de 200 años.

En un suspiro cósmico, el capitalismo saqueó el presente y el pasado; depredó la biosfera viviente y la biosfera fosilizada en la litosfera. Pero el sueño ha terminado y con él se esfumó el espejismo de abundancia en que vivió la efímera civilización industrial.

Con el petróleo se agota un paradigma civilizatorio, un sistema mundo que siendo socialmente inicuo y ambientalmente predador también resultó energéticamente insostenible.

La salida a la crisis terminal del mercantilismo absoluto no está en desarrollar otras fuentes manteniendo el derroche energético, ni mucho menos en sustituir de manera generalizada los combustibles fósiles por agrocombustibles cuya eficiencia energética, saldo ambiental y balance económico son dudosos por decir lo menos, además de que compiten por la tierra y el agua con la producción de alimentos. No necesitamos sucedáneos del petróleo; lo que hace falta es cambiar radicalmente nuestro modo de producir, de mercadear, de consumir y de convivir.

La crisis energética gravita decisivamente sobre la crisis agropecuaria. No sólo porque una de las opciones a los combustibles fósiles son los agrocombustibles, cuya expansión se da –en parte– sobre tierras antes destinadas a otros cultivos (caña de azúcar y cereales, para producir etanol, y oleaginosas para generar biodiesel); sino también porque la agricultura siguió los mismos patrones que la industria y hoy depende en gran medida de la disponibilidad y bajo costo de los derivados del petróleo: las máquinas agrícolas, muchos sistemas de riego y toda la agroindustria son grandes consumidores de energía, la mayor parte de los fertilizantes proviene de la industria petroquímica y la globalización agropecuaria supone desplazar cosechas masivas a grandes distancias con enorme dispendio en combustibles. El estrangulamiento del modelo energético es también el agotamiento del paradigma de la “agricultura industrial” que empezó a imponerse hace dos siglos.

Armando Bartra