La insoportable levedad del voto
a actual controversia sobre el voto nulo, me recuerda cuando en los años 70 del siglo XX discutíamos lanzar la candidatura de Nadie.
La designación De la Madrid a inicios de los años 80 dio la puntilla al sistema político posrevolucionario, entregó el PRI a su antítesis ideológica, encumbró a la ultraderecha neoliberal y ésta, fundamentalista, cerró las puertas al pensamiento distinto. Todo indicaba que los planes de reproducir en México un sistema bipartidista de derecha, con alternancia PRI-PAN como garantes de los intereses del capital, se habían cumplido.
Con lo que no contaron fue con que el desprendimiento de un grupo de priístas inconformes con la derechización, encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas, fuera capaz de aglutinar a un numeroso grupo de partidos, organizaciones y ciudadanos en un frente electoral que, para muchos, gano la elección. Fue la primera ocasión en que la derecha (el PRI) le robó el triunfo a la corriente social de centro izquierda; la segunda fue el PAN, en 2006.
Pero entender la buena fe de muchos por hacer de su voto un instrumento de protesta no significa estar de acuerdo, y quisiéramos hacer algunas reflexiones al respecto:
1) La idea y la práctica del voto nulo existe desde hace mucho y en muchos países, pero nunca ha servido para mayor cosa. Claro que si éste pasa de 2.5% de la votación (2006) a 5% de 1991 o a 10%, posiblemente los partidos acusarán recibo de la animadversión, pero eso ya lo saben de sobra por todas las encuestas sobre el tema. Además, el voto nulo sin directriz sólo generaliza una expresión de rechazo, pero no tiene un sentido específico ni es un indicador de lo que se quiere (que puede ser incluso contrapuesto entre un votante nulificador y otro), lo cual da sustento adicional a su intrascendencia.
2) Si bien hay razones de sobra para la inconformidad, el sistema político es hoy en México abismalmente distinto al de los años 70, y no por gratuita concesión sino por la decidida participación y presión de millones de mexicanos que en forma directa o con su voto han pugnado por transformar el escenario político del país. Bien o mal, ya no hay un partido hegemónico; las votaciones son realizadas no por el gobierno sino por un organismo independiente (IFE), y se cuenta ya con un sofisticado marco legal, el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales y con un Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) para dirimir las controversias. En las pasadas seis elecciones (1991-2006) han participado más de una veintena de partidos (unos añejos, otros nuevos, otros efímeros, unos respetables, otros deleznables) y varias coaliciones (Gráfico 1).
En esta transformación a veces se avanza y otras prevalecen las fuerzas retrógradas que todo lo corrompen porque de ello medran.
3) Se ha hecho voz común decir que todos los partidos son lo mismo
: una miasma que sólo merece repudio, pero ésta es una generalización no del todo cierta. En todos los partidos hay gente íntegra y gente deshonesta. Pero lo importante no es que aparezcan elementos negativos sino cómo responde a ellos cada formación política: hay partidos que solapan, protegen y encubren de impunidad a sus malos elementos, y hay partidos que los repudian, marginan y hasta consignan. Si no valoramos la enorme diferencia de éste distinto proceder estaremos haciendo un juicio erróneo. Algunos institutos políticos, por lo demás, cuidan las formas pero carecen de fondo, y otros al contrario.
4) Mucho menos son lo mismo
los partidos en cuanto a su ideología, línea política, propuestas, y posiciones de gobierno. Sólo una infinita ignorancia o necedad puede confundir las posiciones de la derecha reconocida (PAN, PRI, PVEM y Panal) con las de centro izquierda (PRD, PT y Convergencia), especialmente en cuanto a su enfoque económico y social. Años de debates en el Congreso, propuestas de leyes, votaciones y actos de gobierno dan evidencia de una marcada diferenciación de quienes están por un gobierno de, por y para la gente, y quienes por uno de, por y para el dinero.
5) No existe el partido perfecto, pero sí la posibilidad de votar por una u otra corriente política. Abstenerse de votar es un mal endémico en los países avanzados, pero inexplicable en un país atrasado y desigual como el nuestro, y nulificar el voto, como hacen cientos de miles, tampoco ha servido de nada en nuestro sistema electoral. En las anteriores elecciones intermedias (2003) sólo votaron cuatro de cada 10 empadronados, y de los que votaron 3.4% inutilizaron su voto (Gráfico 1).
6) Como están las cosas, consideramos una mejor opción al voto nulo analizar qué propone cada partido sobre lo que más interesa a cada quién, y en particular sus posiciones sobre una reforma electoral de tercera generación que avance, por ejemplo, en:
a) Abrir la puerta a candidaturas independientes.
b) Adoptar un sistema de dos vueltas en el cual si ningún contendiente gana mayoría absoluta en la primera votación, se pasaría a una segunda ronda en donde los contendientes serían las dos coaliciones que aglutinaran más votos de la primera vuelta. Esto permitiría distinguir con más claridad quién es quién, lograr más pluralidad y un mejor equilibrio en el Congreso.
c) Prohibir la atosigante e inútil propaganda electoral en los medios electrónicos y en las calles, y privilegiar el mensaje escrito, concreto, sustancial, analizable y comprometedor de los partidos y candidatos. Los medios electrónicos pueden jugar un papel muy importante dando cabida a foros temáticos, donde partidos y/o candidatos expongan sus posiciones y propuestas, sin debates
degradantes tipo reality show, sobre aspectos específicos y en igualdad de condiciones.
d) Legislar para que los conse-jeros del IFE y los integrantes del TEPJF sean electos directamente por voto de la ciudadanía y no en un cónclave de partidos.
e) Establecer en definitiva las figuras de: referéndum, plebiscito y revocación de mandato.
El próximo 5 de julio elegiremos a los diputados (as) Federales y a diversas autoridades locales. La configuración de las candidaturas (ocho partidos, dos coaliciones) es en mucho un galimatías que ojalá los partidos logren esclarecer a los votantes.
En síntesis, si usted considera que México va bien y piensa votar por la derecha, le pedimos que haga caso omiso de lo aquí escrito y mejor se abstenga o nulifique su voto.
Si, por el contrario, usted considera que vamos mal y que México requiere reorientar su curso hacia una economía más sólida, el empleo, un mayor bienestar colectivo y una democracia más madura, entonces por favor vote y convenza a todo el que pueda de votar por las opciones de centro izquierda. Total, peor no nos puede ir y un Congreso progresista algo bueno habrá de hacer.
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