Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Votación cómplice
L

a profunda polarización de la sociedad mexicana se hará bastante evidente el 5 de julio. Pero las evidencias serán confusas. Lo que nos divide seguirá siendo impreciso.

La polarización no enfrentará a quienes votarán por algún candidato o partido con quienes anularán su voto. Hay entre ellos más coincidencias que diferencias y comparten el descontento que afecta al país entero.

La irritación con las clases políticas se observa hasta entre quienes forman el voto duro de cada partido. Ahí están militantes que votarán siempre por su partido, aunque estén muy enojados con él. Y están también quienes son forzados a votar, con presiones, amenazas o manipulaciones, y lo hacen a disgusto, bajo protesta.

Muchas personas irán a votar porque piensan que no hay otra opción y les machacan continuamente que es su obligación hacerlo, no porque estén satisfechos con lo que ocurre o por un compromiso democrático. Algunos descontentos están buscando afanosamente el candidato menos malo, para tratar de dar algún sentido a su voto.

Será una votación sin interés ni entusiasmo, realizada por ciudadanos frustrados, resignados y molestos que se sienten atrapados en una situación de la que no saben cómo salir. Se apegan al patrón establecido porque ninguna otra cosa tiene sentido actual para ellos y porque se les ocultan o criminalizan las alternativas.

No es convincente la conjetura de que la promoción del voto nulo es una conspiración de la derecha. La impulsan ciudadanos de muy diversas afiliaciones políticas.

Carece de sustento la hipótesis de que el voto nulo y la abstención beneficiarían sólo al PAN, el PRI o la ultraderecha. Aparentemente, sólo si la votación se redujera sustancialmente el PRD y el FAP podrían rebasar su meta optimista de 18 por ciento, el nivel de las votaciones recientes: con 70 por ciento de abstención y voto nulo, su voto duro podría alcanzar sin dificultad la tercera parte de los votos por partido…

Entre los votantes y hasta entre los candidatos existen personas muy estimables, íntegras, seriamente interesadas en el bien común y dispuestas a dar la vida o por lo menos toda su energía, esfuerzo y pasión por aquello en lo que creen: el régimen político actual y su manera específica de constituir el poder político y practicar el gobierno, eso que todavía llaman democracia. No es muy democrático, sin embargo, que descalifiquen todo intento de construir otro género de democracia. No votar sirve al autoritarismo, dicen por ejemplo algunos de ellos. Habrá que divulgarlo en Finlandia, donde votó menos de 20 por ciento la semana pasada.

Irá a votar, probablemente, una minoría de la población. El voto será posiblemente menor que el de 2003, cuando votó 42 por ciento de los electores. Al dar ese voto desganado, que respalda al sistema político y económico dominante, esa minoría quedará enfrentada a una mayoría que ya está harta de él. No serán tantos como antes los que se abstengan por apatía, indiferencia y falta de responsabilidad política. Una serie de factores ha estimulado la participación política. Pero esos mismos factores y otros han producido inmenso desencanto, que provoca creciente deserción de las urnas, en México y en todo el mundo.

Entre quienes se abstienen de votar hay un número incierto de personas cuyo pensamiento se asemeja mucho al de los que votan bajo protesta: piensan también que el régimen dominante es la única opción. Expresan su descontento con la abstención porque consideran estéril el procedimiento: no logrará cambiar algo que ya se pudrió. Es una abstención sin esperanza alguna.

En contraste, un número muy grande de abstencionistas, quizás la mayoría, dejará de votar esta vez como expresión de una postura política clara. No quieren hacerse cómplices de un régimen en el cual, como dice el Comité Invisible y recordé aquí hace 15 días, política y policía se han vuelto sinónimos y las elecciones sólo sirven para definir quién tendrá el privilegio de ejercer el terror.

Tales abstencionistas, además, no sólo están convencidos de que existe opción, sino que se dedican a construirla desde abajo y a la izquierda. Consideran que, en las circunstancias actuales, la vía electoral y la democracia representativa son la peor de las opciones disponibles.

Más que por el voto nulo, el gobierno, los partidos y los votantes deberían preocuparse seriamente por este sector de abstencionistas comprometidos, políticamente muy activos, entre los cuales predomina la convicción de la no violencia y la pasión democrática. Es falsa la dicotomía democracia formal/dictadura, como es falso que la única alternativa al camino electoral sea la vía armada.

La opción está a la vista… pero se necesita cierto tipo de mirada para atreverse a verla.