La sangre brota
unque durante más de una hora La sangre brota (2008), segundo largometraje del argentino Pablo Fendrik, concentra su atención en Leandro (Nahuel Pérez Biscayart), un banal joven desarraigado, adicto a las drogas y al sexo duro, el interés real de la cinta es la figura de su padre, Arturo (Arturo Goetz), un taxista envuelto en negocios turbios, quien intenta reunir una fuerte cantidad de dinero que le reclama su hijo mayor que vive en el extranjero.
La anécdota es mínima, pero sus derivaciones dramáticas se vuelven particularmente confusas. Hay personajes secundarios, como la madre de Leandro, especialista en el juego de bridge, cuyo desapego familiar le hace vivir en una órbita aparte, y la novia del joven, apática y de conducta imprevisible, que súbitamente tiene arranques de violencia, como hacer sangrar los labios de su amante con una mordida, gratuita e inopinada, en un beso.
El propósito aparente es mostrar la irracionalidad del impulso violento en una relación amorosa, y esto a su vez reflejaría algo de esa disfuncionalidad mayor que viven Leandro y su familia.
El director explica en sus declaraciones a la prensa: La energía que me impulsa para realizar este proyecto radica en la imperante necesidad de saldar cuentas pendientes con mi familia
. El desahogo autobiográfico languidece, sin embargo, por espacio de una hora, y da paso después a una catarsis sanguinolenta en la que aflora, como obsesión incontenible, el ajuste de cuentas del joven con su padre, en algo que empieza con una traición y un robo y culmina con un impulso parricida.
Resulta tentador ver en esta propuesta el retrato, entre realista y grotesco, de una generación desencantada, marcada por el nihilismo y el desasosiego, con el vampírico gusto por las drogas de diseño mezcladas con besos sanguinolentos. Hay provocación visual y una buena dosis de esa violencia espontánea a la que alude el título de la cinta. Lo que no se vislumbra es un cuestionamiento social o moral, mínimamente estructurado, que sirva de contrapeso, o atractivo complementario, a este largo regodeo en un ánimo juvenil iconoclasta.
No hay lugar en la cinta para un thriller medianamente atractivo, tampoco convicción en una entrega que pudiera ser vagamente amorosa; para colmo, toda sensualidad se desecha en beneficio de una mecánica corporal desangelada. Quienes han visto el trabajo anterior de Pablo Fendrik, El asaltante, hablan de una narración contenida y magnética, centrada en un solo personaje (como en aquel memorable El custodio, 2006, del también argentino Rodrigo Moreno).
La actuación de Arturo Goetz como un padre de familia que transita de su carácter taciturno a la violencia despiadada, permitía imaginar una propuesta dramáticamente intensa. Desafortunadamente, el realizador quiso abarcar demasiado con su añadido retrato de una juventud sumida en la languidez y agobiada por el escepticismo. Como resultado, buena parte del público responde a la película de la misma manera.
La película se exhibe hoy en la Cineteca Nacional a las 12, 16, 18:15 y 20:30 horas, y mañana, a las 13, 16:30, 18:45 y 21 horas.