na de las cualidades más bellas del ser humano es admirar. Al admirar a una persona, se desea ser como él, se ensalzan sus actividades y se aprecian sus virtudes. No lo digo yo: lo dice la experiencia de la vida y lo subrayan algunos pensadores. Sobran ejemplos. Descartes, por un giro aciago del destino, entra en contacto con la reina de Suecia a quien le manda su tratado del amor y de las pasiones. Para Descartes son seis las pasiones: amor, odio, deseo, alegría, tristeza y admiración. La admiración, siguiendo al intelectual holandés, es una cualidad necesaria; por medio de ella se progresa, se crece. Antes, mucho antes, Aristóteles, escribió: “… la admiración impulsó a los primeros pensadores a especulaciones filosóficas”, y agregó: “… el comienzo de todos los saberes es la admiración”. La admiración camina de la mano con el aprecio que se tiene hacia una persona por contar con atributos extraordinarios o sobresalientes; incluye también respeto y confianza.
El problema que se ha suscitado en relación con el voto nulo o blanco
mucho tiene que ver con la falta de admiración y el desprecio que se vive en México hacia la clase política. Aunque debe ser cierta la tesis que sugiere que la idea de no votar proviene de la derecha, la realidad económica, política, moral y social de nuestro país es suficiente razón para considerar la opción del voto nulo.
El descrédito, ganado a pulso, por la inmensa mayoría de nuestros dirigentes no tiene que ver sólo con la campaña que llama a anular el voto en los comicios del próximo 5 de julio. Su génesis es múltiple. Algunas razones son las luchas intestinas y corrientes de los partidos (el PRD a la cabeza), el desvío –robo– de cantidades inimaginables de dinero por el panismo de hoy y la quiebra del país como herencia del PRI. La desconfianza hacia la inmensa mayoría de los políticos y sus partidos es demoledora: los modelos políticos actuales han fracasado y siguen fracasando. En el contexto actual del PRI-PRD-PAN poco espacio queda para la esperanza.
¿Votar o no votar? Acudir a las urnas y anular el voto es una forma de votar. No acudir es no sufragar. La primera opción es un ejercicio de libertad individual y de desprecio hacia nuestros dirigentes. Incluye también falta de admiración y, según algunos analistas políticos, es producto del manipuleo originado desde la derecha. La segunda opción, no votar, retrata hartazgo, desconfianza en nuestra incipiente democracia, falta de esperanza, pobreza –los pobres no tienen para qué votar– y, finalmente, es también un ejercicio de libertad.
Los encargados de la política en México y el Instituto Federal Electoral consideran que el voto blanco o nulo
es, entre otras afirmaciones, inadecuado, ya que el abstencionismo implica una regresión a sistemas autoritarios
, amén de ser un contrasentido del sistema democrático
, “un suicidio político y una autoexclusión del sistema democrático que se fundamenta precisamente en el sufragio
. Esas tesis, todas veraces, chocan con la cruda realidad del país y cuestionan nuestro sistema democrático. Esas ideas deben confrontarse con una ciudadanía harta de las mentiras y de los hurtos de la clase política, con la inconformidad de la sociedad hacia nuestros dirigentes, con la falta de transparencia y con unas leyes que se aplican al antojo y conveniencia de quienes ostentan el poder.
Muchos años lleva México hundido por la falta de políticos que ejerzan su profesión con responsabilidad y ética. El abstencionismo no es nuevo en nuestro país. Ha sido una constante y sus cifras siempre han sido retrato de todas nuestras malas realidades. La sociedad, culta o inculta, pobre o rica, de ciudades o del campo nunca ha votado en masa. Lo ha hecho a cuentagotas.
La diferencia en 2009 es la campaña que algunos
han emprendido alentando el voto blanco o nulo
. Aunque sean los políticos de derecha los que auspician esa idea, ése no es el problema. El embrollo es otro. Es la situación económica de más de la mitad de los mexicanos y es la turbia moral de la mayoría de nuestros gobernantes.
Bueno sería admirar a algunos de nuestros políticos. Admirarlos y copiarlos. Promoverlos, imitarlos. Asombrarnos por lo que hacen y apreciarlos por lo que no hacen. Sorprendernos por sus nobles e inteligentes actitudes. Magnífico sería incluirlos en el tratado de nuestras pasiones y en los cuadernos de nuestros saberes. Si así fuese, es probable que hubiese muchas personas deseosas de sufragar.