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La dulce vida

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Fotograma de la cinta, que se proyecta hoy en la Cineteca
P

oppy: chispeante. Poppy (Sally Hawkins) es una maestra londinense de 30 años, soltera, de carácter extrovertido y verba incontenible, que comparte su departamento desde hace 10 años con una joven de temperamento diametralmente opuesto. Tiene además dos hermanas, una menor, otra más grande, esta última casada y recluida en suburbios uniformizados, ansiosa, sin embargo, de respetabilidad social. A partir del personaje de Poppy, el realizador británico Mike Leigh (Secretos y mentiras, El secreto de Vera Drake) construye una comedia agridulce sobre la amistad y las dificultades del compromiso amoroso.

Quienes por facilidad tienden a identificar automáticamente a Mike Leigh como un director sombrío, con mirada cáustica a la vida familiar y afecto a personajes tan desesperanzados como el Johnny (David Thewlis) de Naked (1993), joven arrojado a un interminable naufragio urbano, tendrán una gran sorpresa con La dulce vida (Happy Go-Lucky), una comedia pletórica de vitalidad y optimismo. De hecho es tanta la vitalidad y desparpajo que a la menor provocación ostenta la protagonista, que para muchos espectadores resulta, por un tiempo, francamente irritante. Pareciera una versión actualizada de aquel personaje locuaz interpretado por Lynn Redgrave en Georgy girl, comedia británica de 1966, con el que por otra parte Poppy tiene varios puntos en común.

Lejos, sin embargo, de la sicodelia pop londinense, y más cerca del universo laboral tan característico de las cintas de Mike Leigh, La dulce vida no tarda mucho en revelar aspectos más complejos.

El director juega nuevamente con personajes sicológicamente muy contrastados. No sólo opone a Poppy a un entorno familiar, en el que su actitud frente a la vida parece demasiado frívola, cuando no irresponsable, sino a Scott (Eddie Marsan), su instructor en clases de manejo, secretamente enamorado de ella, y menos veladamente no correspondido.

La verborragia de Poppy, aunada a su total desinhibición en el comportamiento, y su intromisión en todos los asuntos que de lejos o cerca atañen a quienes la rodean, con una entrega cercana al samaritanismo no solicitado, le complican una y otra vez las situaciones. De modo muy especial, la vida amorosa.

La joven actriz Sally Hawkins maneja con destreza los registros humorísticos, particularmente en secuencias como la divertida clase de flamenco a la que asiste con dedicación insospechada, o en la conflictiva relación que sostiene con un Scott insoportable, frente al cual revela, también de modo inesperado, una paciencia enorme.

Poppy es uno de los personajes más enérgicos y generosos en la filmografía del cineasta inglés. Lejos de disimular abismos de frustración detrás de su frenética algarabía, la joven ostenta con ánimo excelente su soltería elegida y su independencia, oponiendo al estrecho horizonte doméstico de su hermana mayor una extensa familia alternativa, hecha de amigos y amoríos de paso, renuentes algunos a aceptarla en toda su exuberancia, a la postre seducidos todos por la singularidad de su encanto.

Se exhibe hoy en la Cineteca Nacional, a las 12, 16, 18:15 y 20:30 horas, y mañana, a las 13, 16:30, 18:45 y 21 horas.