os panistas, en cónclave de elite, afinaron ya sus baterías electorales. Apuntaron, con el auxilio de sus consejeros de imagen, hacia la mayoría de la Cámara de Diputados como su objetivo indispensable. La requieren para asegurar, sin mayores tropiezos ni cesiones futuras, la continuidad de sus ánimos de clan conservador. No se han olvidado, tampoco, de alguna que otra aspiración empresarial. El mero epicentro de su campaña radicará, según traslucen sus andanadas mediáticas, en la que juzgan carismática figura de su guía burocrático, el señor Calderón. Para tal cometido pulirán sus, hasta ahora ocultas, aristas de líder, hasta sacarle la pátina heroica que, dicen, yace en su mera pasta de guerrero valiente.
No han dudado ni un ápice en seguir el guión marcado desde el inicio de su diseño electoral. Primero atacaron al rival más adelantado según las encuestas de opinión: el engolosinado priísmo. Han tratado de hermanarlo con el mal mismo: el crimen organizado. Se han saltado, a la internáutica, las normas electorales recién aprobadas por ellos mismos. Los medios de comunicación, a su interesado servicio, han ido recogiendo (Youtube) sus magistrales endechas encolerizadas contra el priísmo. Segundo, polarizaron el debate y corren el peligro, de manera irresponsable, de extender esto al resto de la sociedad, ya de por sí afectada de esa dolencia. La pelea se dará, dicen los panistas, en la arena por ellos marcada. Tratarán de dividir las simpatías más representativas del electorado entre sólo dos contrincantes: ellos y los priístas, ya para esta altura una camada de cómplices del mal. Con tal estrategia pretenden desviar la atención de sus puntos débiles (que son hartos) para debatir en torno de sus fortalezas (que son casi inexistentes y les urge inventarlas), para, finalmente, auxiliarse de cuanto recurso público vayan encontrando en el camino, medios útiles hacia el punto que los afianzará como ganadores inevitables. Una ruta hacia el asalto del Legislativo, ahora que ya creen sometidas a las demás fuerzas políticas que podrían afectarlos. Y todo esto envuelto en la simpleza del voluntarismo santurrón y clasista que permea en la retórica de su predicadora estrella: Josefina Vázquez Mota.
Al llamado de todos conmigo si no quieres ser expulsado del paraíso
, los panistas se han lanzado a su cruzada para elevar a nivel de salvador de la patria (y del mundo, si se puede llegar hasta allá) al señor Calderón. Él será la pieza clave, su arma del combate estelar. El resto del grupo dará, cada quien en su propia trinchera, la madre de todas las pequeñas batallas para arrebatar el poder. Algo parecido a un mandato superior, proveniente de las meras alturas. No habrá titubeo que cuente y, menos aún, que ose descarrilarlos. Televisa y Tv Azteca (y buena parte de la radio) están con ellos. Sus voceros se han alineado: callarán lo que les sea molesto e incidirán, una y otra vez, en sus logros, en sus consignas. Por eso son los honestos, la gente de bien, los que respaldan al luchador incansable en su combate despiadado contra el narcotráfico. Los que se opongan a esta divisa, serán arrojados a las fauces del crimen, serán aliados del fracaso, los despreciables cómplices del mal esencial.
En las primeras andanadas los panistas encontraron a un priísmo inmovilizado por la soberbia, que creía tener el triunfo en la bolsa. Estaban situados, según su fantasía facciosa, en el lugar que siempre han ocupado de acuerdo con sus pulsiones heredadas: la cúspide del poder. Y desde tales alturas oyeron las lejanas diatribas del acólito iracundo que intentaba agredirlos. Los priístas de elite lo despreciaron, lo ningunearon con ese rencor que emana de los que se sienten poderosos, intocables. Los priístas fueron un fardo a la deriva sólo para reaccionar retándolo a un duelo, el que los panistas quieren dar y el que los priístas perderán. Cierto es que el señor Calderón y los panistas tienen muchos flancos débiles, pero a ellos van untados los priístas. Tienen un cordón umbilical que los hermana de forma consustancial.
Las oportunidades de un debate serio entre priístas y panistas no están sembradas. Será, por el contrario, retórico y en un callejón de patadas y mordidas, único terreno disponible según el plan panista en ejecución. Los temas de fondo, posibles de usar, son muchos, variados, básicos, trascendentes. Empezando por la economía hecha un desastre, dependiente de la estadunidense y con rumbo al abismo. El bienestar colectivo desahuciado. La impunidad sin cortapisas para la afianzada plutocracia y adláteres. El empleo en su peor momento y cayendo en picada. La seguridad amenazada de manera cotidiana. Un sistema de salud que no resiste, por sus carencias de tecnología e infraestructura, la más benigna de las influenzas. La impartición de justicia atada por los fuertes, los que pueden pagarla. La inmensa tragedia que agobia al aparato educativo, puesto en manos de una maestra depredadora y degradante. El rumbo extraviado y el futuro nebuloso. La marginalidad indetenible y amenazadora. La angustia por la sobrevivencia diaria. El entreguismo y los negocios como divisa de la acción de gobierno. La rampante inequidad. Todos estos asuntos, de importancia capital para los ciudadanos, no podrán ser aireados por los priístas y menos aún contestados por sus gemelos panistas. Para lograrlo es preciso tener el carnet limpio para impedir que sus efectos se vuelvan contra cualquiera de las dos agrupaciones ahora en discordia por los puestos en juego. Habrá que afinar la vista para encontrar la real opción de cambio y votar por ella para iniciar la ruta de escape. Lo demás será, simplemente, repetir el oneroso camino conocido hasta el hartazgo y sufrir las andanzas de un sastrecillo valiente.