enemos la mejor marca que existe sobre la tierra: la marca Obama”. La voz de Desirée Rogers suena convincente y segura. Desde que desembarcó en Washington como secretaria social de la casa Blanca, todos coinciden en señalar su capacidad para la organización de actividades. No en vano la revista Vogue la definió en 2004 como la prueba viviente de que “lo chic y lo ejecutivo podían coexistir en paz”.
Pese a que a Rogers no le gusta que se refieran a ella como la mujer que organiza las fiestas
, prefiere definirse como los ojos y los oídos de los Obama
; es la mejor en el arte del ágape para la venta del producto Obama y la producción lúdica de consenso en torno de su figura. Como decía hace unos días Valerie Jarret, consejera chic del actual jefe del Ejecutivo estadunidense, cuando te has agarrado a la cintura de alguien y bailado la conga la noche anterior, es muy difícil discutir políticamente al día siguiente
.
Hace un par de semanas la mano de Rogers se notó en una cena que el mandatario compartió con los corresponsales de prensa en Washington. Según los expertos, se trataba de una gala en la que el presidente tenía que exponer su aura a los cuatro vientos y ocupar el puesto de comediante
. La intervención de Obama, redactada por su jefe de discursos, consistió en una ristra de chistes que fueron acogidos con enorme entusiasmo por sus comensales. Al día siguiente, la prensa internacional apuntó al unísono las enormes dotes para la comedia de las que hizo gala el bueno de Barack.
Los diccionarios emplean el término comediante para definir a la persona que aparenta lo que no es o dice lo que no siente
. Durante su campaña electoral, Obama prometió transparencia y arremetió contra el estado de excepción instaurado por la administración Bush. Como presidente, sin embargo, ha prohibido la publicación de fotografías de soldados estadunidenses torturando a prisioneros y ha recuperado los tribunales militares de Guantánamo. El mítico Ed Wynn, leyenda de la interpretación y la comedia, definió hace muchos años la diferencia entre un comediante y un cómico: un comediante dice cosas graciosas, un cómico hace cosas graciosas
. Cuarenta y ocho horas antes de la reunión de Obama con los corresponsales de prensa en Washington, el ejército de Estados Unidos asesinó a 140 civiles en la provincia afgana de Farah, la mayor masacre desde que aquel país invadió a la nación asiática en 2001. Obama, como el conjunto de los mandatarios y las clases políticas mundiales, encaja en la distinción de Wynn: lo que dice puede resultar ingenioso, lo que hace no tiene ni la más mínima pizca de gracia.
En 1989, Time Warner lanzó The Comedy Channel, el primer canal de televisión que emitía únicamente comedia. Hoy, con el nombre Comedy Central es uno de los canales de cable más vistos en Estados Unidos. The Daily Show, programa dirigido por el magnifico comediante Jon Stewart, es una de sus emisiones estrella. Lo curioso es que se trata de un informativo que se ocupa de la actualidad política: la realidad explicada por la comedia. Es más real la ficción televisiva que cualquier discurso político, algo que sabe muy bien el gran guionista y productor David Chase. Cuando quiso contar la realidad durante el reinado de los Bush, Cheney y Rumsfeld, usó The Sopranos, una archipremiada serie que explicaba el orden social a través del crimen organizado. Hoy, en la época de Obama, Chase prepara una serie sobre la historia de Hollywood.
Al mismo tiempo que los políticos se han ido convirtiendo en marcas, sus lenguajes se han asimilado a la lógica publicitaria, y la publicidad se ha mirado en el espejo de la narrativa televisiva y cinematográfica. Todo empezó en 1981, cuando Ronald Reagan, un comediante metido a político, protagonizó la primera campaña electoral que apostó seriamente por las historias. Ese mismo año nacía Jon Favreau, el joven que actualmente escribe los discursos a Obama. No por casualidad Favreau declaraba hace poco su profunda admiración por Peggy Noonan, la jefa de discursos de Reagan. Si me dan a elegir entre un comediante metido a político o un político metido a comediante, no elijo a ninguno de los dos. Puestos a creer, yo ya sólo creo en David Chase.