asi de entrada se expone el retrato que le hizo Manuel Álvarez Bravo. Luce el pesadísimo collar de ámbar que se dice fue un regalo de Picasso y el énfasis está puesto en las bellísimas manos, de dedos largos y uñas perfectas. Una de las cejas en forma de triángulo queda connotada en su propio autorretrato de 1951, pieza que abre la exposición.
Ella se representa como una montaña que la integra en la parte central a modo de fósil; hay habitáculos en la parte inferior, como sucede en Mont St. Michel, sitio entre dos aguas que la artista debe de haber visitado varias veces, pues es vecino de Bretaña, su región de origen, donde nació en 1904. También se exhibe la fotografía que le hizo Walter Reuter, con el pelo cubriéndole media cara, asimismo resaltando las manos y el vistoso collar.
El espacio de la sala donde se presenta material informativo reúne algunas obras de aquellos de sus contemporáneos que le fueron cercanos, todos vinculados de algún modo con el surrealismo. A Wolfgang Paalen lo representa Le Toison d’or, una pieza anterior a las mociones plásticas que lo hicieron decir adiós
al surrealismo en uno de sus artículos de la revista DYN. También está la inquietante fotografía de Kati Horna, Subida a la Catedral, de 1938, en la que mediante montaje se advierte un rostro femenino integrado a la arquitectura.
Alice Rahon y Paalen –se casaron en 1934–, acompañados de la protectora de ambos, la fotógrafa Eva Sulzer, quien amistó con ellos hasta el resto de sus respectivas vidas, llegó a México en el otoño de 1939 después de un largo viaje por Alaska, Canadá y Estados Unidos. En esas regiones el team de artistas-investigadores recogió testimonios del arte amerindio
que fue una de las pasiones tanto de Paalen como de Alice.
Hay algunos objetos en la exhibición, así como juguetes y primorosas cajas , ejemplares de la revista DYN y fotografías con Eva Sulzer. De la breve, pero apasionada liasson que Alice mantuvo con Picasso, también hay ineludible testimonio en prosa poética del 1º de febrero de 1936: “pour Alice a telle heure éntendre sur l’etendre de la couleur qoi saigne ce silence” (a esa hora escuchar sobre el color su silencio que sangra). De algún modo como compensación, junto a la carta de Picasso se exhibe un texto que ella dedicó a Paalen. Desde el ángulo pictórico no se advierte influjo del malagueño en la francesa, en cambio sí lo hay de Klee y de Miró, cuyas reminiscencias se advierten en varias obras a lo largo del recorrido.
Como se acostumbra de un tiempo a la fecha, la muestra, coordinada por Tere Arq, con la colaboración del galerista Óscar Román y de su equipo, está dividida en rubros y por tanto no obedece a orden cronológico. Fuera de los primeros intentos ya locales de paisaje, unas acuarelas que algo se parecen a las que Miguel N. Lira salvaguardó de Frida Kahlo, el arte de Alice Rahon se aleja de la mimesis en aras de procurar una poética que es a la vez primitiva y altamente sofisticada, con formas geométricas irregulares, grafismos delicados y aquellas insinuaciones de energía cósmica que Paalen tanto persiguió en sus afanes científicos.
Aparecen señaladamente en la pintura titulada El país de Paalen. Él se consideraba poeta, profeta y pintor del mundo a descubrir. Alice casó en segundas nupcias con el cineasta canadiense Edward Fitzgerald, el escenógrafo de Los olvidados –de Buñuel– y, aunque el matrimonio duró poco, ambos se lanzaron a filmar una película con guión de ella que al parecer nunca terminaron por falta de fondos.
Alice sí se influyó de los colores y ambientes locales y muy probablemente de las artesanías y de las leyendas mexicanas. En la pintura mal titulada Piedad para los judíos (1952, colección MAM, cuyo título correcto es Piedad para los judas) hay siete figuritas en el plano inferior que se supone van a explotar como los judas del Sábado de Gloria; algo se parecen a los Cuatro habitantes de la ciudad, de Frida Kahlo.
Frida inspiró otra de las piezas del acervo MAM, La balada de Frida Kahlo, con estructura que se antoja análoga a un corrido. Otro de sus homenajes, el dedicado a André Breton, más pareciera un homenaje a Chucho Reyes. En la cédula la sustitución del vocablo judas
por judíos implica en primer término desentenderse de la iconografía, que es muy clara.