mmanuel Lévinas, discípulo de Martin Heidegger, en un trabajo que denomina Don Quijote, el embrujo y el hambre, dice: La técnica como destructora de los dioses del mundo, de los dioses cosas, tiene un efecto de embrujo. Pero la técnica no nos pone a salvo de toda mistificación. Queda la obsesión de la ideología, por la que los hombres se engañan y son engañados. Ni siquiera el conocimiento sobrio, apartado por las ciencias humanas está exento de ideología. Pero sobre todo la técnica no protege de la anfibología que yace en cualquier aparición, es decir, la apariencia posible que se enrosca en toda aparición del ser. De ahí el persistente tema del hombre moderno a dejarse embrujar
.
Esto, según Lévinas, lo expresa admirablemente Cervantes, cuyo Don Quijote tiene en su primera parte, como tema central, el embrujo, el de la apariencia que está latente en toda aparición.
Cuando el caballero de la triste figura se deja embrujar pierde el entendimiento y asegura a todos que el mundo y ellos mismos sufren un encantamiento: Agora acabares de conocer, Sancho hijo, ser verdad lo que yo muchas veces te he dicho de que todas las cosas desde este castillo son hechas por vía de encantamiento
. En la aventura Sancho es el único que conserva cierta lucidez y parece más fuerte que su señor.
¿Cómo salir del cerco donde está encerrado Don Quijote en la certidumbre del encantamiento? ¿Cómo hallar una exterioridad fuera del encantamiento?, se pregunta Lévinas. Sólo en el movimiento que va hacia
La naturaleza animal del hombre considerada como un estallido de la epopeya del ser, en el que se abre una brecha, una fisura, una salida, una dirección del más allá donde se encontraría un Dios distinto de los dioses visibles.
Quizá no exista una sordera que permita escaparse a la voz de los afligidos y necesitados (millones en nuestro país, que se suman a los muchos millones de desposeídos en el mundo entero). Voces que, en ese sentido, podrían producir la verdadera ruptura del hechizo. Voces que provocarían otra secularización, cuyo agente sería la humildad del hambre. Una secularización del mundo mediante la privación de hambre, cuyo significado sería una trascendencia que empezaría no como primera causa, sino en la corporeidad y la dignidad más elemental de la vida humana. Una trascendencia no ontológica o que al menos no encontraría ni su origen ni su medida en la ontología.
La ontología reduce a los dioses visibles, pero nos situaría en el lugar de Don Quijote y su encierro laberíntico, si no existiera esa otra trascendencia, dice Lévinas.
Todo asombro es poco ante el sordo lenguaje del hambre (Estómago hambriento no tiene oídos
) sordo a toda la ideología tranquilizadora, a todo equilibrio, que no sería más que el de la totalidad. El hambre es en sí la necesidad o la privación por excelencia que constituye la materialidad.
La terrible crisis mundial se ha gestado por la vía del encantamiento. Es tiempo ya de salir de ello (si aún es posible), de intentar rectificar el camino. Preocuparnos por el otro y no ensismismarnos en nuestro encantamiento.