n medio de las angustias, temores, malestares e indiferencias por la presencia del ya mítico virus A/H1N1, nos llega la noticia, recibida con gran entusiasmo por el presidente Felipe Calderón, de la determinación del genoma completo de los mexicanos. El entusiasmo producido por tal hallazgo se nos ha presentado como algo más propio de una afirmación chovinista que de un auténtico avance científico. Y no es que se quiera quitar mérito a quien mérito merezca por haber determinado esta secuencia de genes; sólo que llama la atención que de repente la inculta clase política que ha dominado a este país desde hace casi una década se interese por la ciencia y celebre el descubrimiento en cuestión, pero la sorpresa desaparece cuando constatamos que la celebración se hace más bien pretendiendo que el genoma determinado fuera algo de lo que debiéramos estar tan orgullosos como de los triunfos del Tri en el futbol; como si este descubrimiento fuera a llevar, al fin, al conocimiento científico profundo de nuestra
idiosincrasia, nuestra
esencia, nuestra
afición tan arraigada, por los mariachis, las peleas de gallos y la fascinación por las golpizas a las mujeres y a los homosexuales.
Esto no es burla ni socarronería. La genética contemporánea ha desarrollado una obsesión por intentar encontrar genes que expliquen las diversas facetas del comportamiento humano. De ese modo, se ha pretendido encontrar los genes de la violencia, la esquizofrenia, la misoginia, la homosexualidad, el consumismo, el amor, el alcoholismo, la drogadicción, el sentimiento religioso, la habilidad para bailar, la forma de cargar libros en hombres y mujeres, la moda en el vestir, etcétera, pretendiendo que los contextos culturales en los que esto se lleva a cabo también están determinados por los genes o estructuras mentales derivadas de ellos, de tal modo que el ser humano queda exonerado de una responsabilidad directa por sus actos o se sitúan las habilidades y capacidades humanas en fuentes ajenas a ellos.
A lo largo de la historia de la biología y de las ciencias médicas y de la mente, denodados esfuerzos se han hecho por encontrar las bases biológicas de la superioridad o inferioridad de ciertas de las mal llamadas razas
frente a otras. Quienes lo han hecho han sido guiados por sentimientos chovinistas, adhiriéndose al concepto místico de la pureza
de la raza. Así la convicción de la existencia de un fundamento biológico de la inteligencia desembocó en la elaboración de los exámenes de coeficiente intelectual, que se convirtieron, a inicios del siglo XX, en arma del gobierno de Estados Unidos para realizar operaciones de limpieza étnica, las cuales iban desde la negativa a la admisión de inmigrantes no anglosajones hasta la esterilización forzada de mujeres extranjeras. Conocemos las concepciones místico-racistas y seudocientíficas subyacentes en las guerras de exterminio de los nazis contra judíos y gitanos. Conocemos las obsesiones biologicistas contemporáneas de la sociobiología y la sicología evolutiva por mostrar a mujeres y obreros como seres naturalmente inferiores. Sabemos de las infortunadas declaraciones del doctor James Watson, en octubre de 2007, señalando la inferioridad natural, genéticamente determinada de los negros (sic).
No dudamos que la determinación del genoma mexicano pueda dar inicio a interesantes investigaciones en el tratamiento de deficiencias metabólicas o el combate a ciertas enfermedades, pero una deficiencia metodológica fundamental, al menos de la manera en que se ha comunicado este hallazgo, es que carece de la más elemental precisión requerida para el lenguaje de la ciencia.
No existe tal cosa como un genoma mexicano
, como tampoco existe un genoma de cualquier otro país del mundo, por una razón sencilla: la distribución de los genes en las poblaciones biológicas no está dividida de acuerdo con las fronteras de los estados. ¿Qué es un genoma de los mexicanos? La composición cultural, metabólica y anatómica de los mexicanos es tan diversa que no puede pensarse en ella como una clase natural ni como una población biológica bien caracterizada, debido al altísimo grado de mestizaje que en el territorio que hoy por convención se llama México
se ha llevado a cabo desde hace 500 años. Esta deficiencia metodológica sitúa muchos aspectos de la investigación en genómica en terrenos fangosos y nebulosos. Este descubrimiento científico que se nos quiere vender con la idea de que existe un mapa genético propio de la mexicanidad es un concepto racista que alude a una inexistente pureza
genética.
Mejor es imaginar que no hay países, como John Lennon lo hizo alguna vez, y a casi 30 años de su lamentable ausencia añadir que no necesitamos hincharnos el pecho orgullosamente pensando cuán diferentes somos los mexicanos de los demás seres humanos.