Opinión
Ver día anteriorJueves 21 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Granados Chapa, académico
G

ranados Chapa elaboró paso a paso su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua el 14 de mayo pasado: la parte medular fue, ¿cómo podría ser de otra forma?, el problema de la libertad de pensamiento y de expresión, cuyas raíces explora.

Miguel Ángel examina un dato recurrente y poco estudiado de la historia de México: cuando se logra decretar constitucionalmente el derecho a la libre expresión, se produce de inmediato una curiosa y nociva reacción, la que él llama el relativismo de consagrar un derecho y de inmediato acotarlo con limitaciones, relativismo ya denunciado en 1857 durante el proceso de elaboración de la Constitución por los diputados Ignacio Ramírez, Francisco Zarco y Guillermo Prieto.

¿Una reliquia del pasado? No, Granados comprueba con numerosos datos cómo aún esa libertad acotada fue suprimida durante la dictadura de Díaz y, cómo, después de la Constitución de 1917, Venustiano Carranza se apresuró a reglamentarla y, cómo, agazapada cual influenza maligna, sigue vigente. Los artículos 6 y 7 de la Constitución de 1917 mantienen viva, explica Granados, (a) esta ley cuyo lenguaje recuerda al de Santa Anna, por más que una interpretación lineal de la historia los ubique en corrientes antagónicas.

Otro tema importante es definido así: “Nuestra lengua, en general, y la de México en particular, está sujeta a un proceso de pauperización (dato que se advierte)… en la incapacidad para formular enunciados sencillos. El empobrecimiento del lenguaje”, concluye, amenaza precipitarnos en la mudez.

Y, es obvio, entre los múltiples y muy serios problemas que nos aquejan en nuestro país, uno de los más serios es el de la educación pública y su deterioro constante; es más, el hecho de que Elba Esther Gordillo se haya convertido en la mujer más poderosa de México va en relación directa con la paulatina afasia que como epidemia nos sobreviene.

¿Y cómo no asociar este hecho con otro reciente, la entrega de la medalla Belisario Domínguez a Miguel Ángel? ¿No se otorga ésta como homenaje a –y como símbolo de– la libertad de expresión? ¿No fue privado de su lengua –se quedó sin lengua– don Belisario por criticar en el Congreso al tirano?

La lengua se degenera, se reduce, se achica, muere. Nos la han encogido mediante decretos y alianzas con liderazgos corruptos y prácticas desleales: la triste verdad es que han surgido miles de nuevos lenguajes verbales y no verbales para amordazarnos, desde los escritos en mantas por los narcotraficantes, colocados en sitios públicos muy visibles, o, lo más aterrador, en cadáveres con signos de tortura o descabezados. Comprobamos así que el lenguaje se pulveriza como los cuerpos sumergidos en ácido para hacerlos desaparecer y no dejar ningún indicio de los crímenes. Existen otras modalidades asimismo perversas para hacernos callar que no recurren ni a la tortura ni al asesinato para dejarnos mudos y que nos van privando poco a poco del lenguaje y de la reflexión.

Al negarles a las jóvenes generaciones una educación adecuada, se las deja a la merced de autoridades y profesores ineptos, y además, en manos de los medios, los cuales, en su mayoría, nos inundan con programas insulsos que ayudan paulatinamente a que nuestra lengua se deteriore cada vez más para reducirnos casi sin remedio a la afasia funcional.

Una de las tareas de un académico sería quizás cortar lengua, como lo hacía la Malinche, expresión con la que se solía definir el quehacer de doña Marina, metáfora contraria al acto literal ejercido para enmudecer a los enemigos, y que, para don Fernando Alvarado Tezozómoc y sus contemporáneos indios, se relacionaba con lo agudo, lo filoso, lo cortante, lo puntiagudo, lo medular: sólo podía cortar lengua –equivalente también a la locución cortar la pluma, antes de emprender el acto de la escritura– quien tuviera mayor facilidad de palabra y lograra por ello descifrar el idioma de los españoles, un lenguaje al parecer muy apretado.