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Campesinos ejemplares Don Ramón Martínez Belarmino Fernández Don Ramón Martínez Gutiérrez tiene 94, fuertes, erguidos años. Nació en Saltillo, Coahuila, pero a los dos años de edad la familia, presidida por el padrastro, se instaló en Villa López, Chihuahua, por los rumbos de Ciudad Jiménez. La suya es la historia de un líder natural del campo norteño tras la Revolución. Era muchacho cuando el pueblo, con sus 400 habitantes, solicitó el primer ejido de la región que, como todos, debía salir a nombre de 40 cabezas familiares. Los dotaron con 6 mil 85 de las 124 mil hectáreas de la que seguía llamándose Hacienda de los Urquidi. Había sido propiedad de la familia del primer gobernador del estado apellidado así, pero ésta la había vendido a otro, quien a su vez la enajenó a una compañía de Chicago. Tierra abandonada era el lugar, por efectos del movimiento armado, cuando se hizo la solicitud. En los días que paso por su casa, a don Ramón el comisariado ejidal lo ha convertido en sello oficial. Como su fotografía no reproducía bien, se le encargó un dibujo a un lugareño, quien para mejor captar al hombre lo hizo caricatura. El gran protagonista de la ampliación del ejido y de buena parte de la unión de ejidos de la zona mueve la cabeza de un lado a otro viendo la estampa en tinta, y sin embargo calla, orgulloso del reconocimiento. Un ejidatario o ejidataria del sur o del centro del país no podría creer, claro, la holgura en la cual vive Villa López. En ella se descubren muchas cosas. Entre otras una falsa imagen de amplias áreas del norte mexicano, que los prósperos propietarios y empresarios nativos volvieron verdad a punta de repeticiones, de modo de reivindicarse milagrosos. La falsa imagen es que por su mano florecieron suelos magros y sin agua, cuando dispusieron siempre de pródigos manantiales o mantos accesibles si se escarbaba un poco. (La mentira llega al sumun en Monterrey y vastos alrededores, donde la vegetación a ratos es de plano tropical.) Pero igualmente cierto es que sin el esfuerzo de don Ramón y sus vecinos, Villa López resultaría el más o menos pequeño ejido original, pobre, sin imaginación ni arrestos para continuar enfrentando la avaricia de los grandes plantadores y la autoridad –hoy empeñados en jalar toda el agua de la región y mucho más allá, para entregársela a las compañías nogaleras, la mayoría, de capital español. De la larguísima entrevista que nuestro personaje convirtió en una pieza maestra sobre la historia personal y social, escogemos tres momentos íntimamente relacionados. Antes, un apunte. La entrevista forma parte de una larga serie recogida en diversos puntos del país, sobre todo en las ciudades, hecha para el Frente Auténtico del Trabajo (FAT). De la serie saldrá un libro cuyo propósito es comprobar que la utopía, el proyecto de nueva sociedad, lejos de desaparecer se construye de una manera mucho más sólida que en el pasado: discutiéndose sobre la marcha y el trabajo y la lucha cotidianos. “El logro del Pérsico”. Así llaman en Villa López a la lucha que en 1994 les dio al fin la ampliación del ejido, solicitada 20 años antes y que ahora afectaría las grandes extensiones concedidas con subterfugios a las plantaciones nogaleras. Para ello los ejidatarios debieron tomar espacios y edificios públicos, bloquear la circulación de transportes, etcétera, en Chihuahua y Ciudad Jiménez, durante la auténtica guerra de toda lucha social, que aquí convocó a una variedad de las, con justicia, conocidas como fuerzas del orden. Detrás se hallaba un momento estelar del trabajo de don Ramón. Éste a fines de los 50s se convirtió en el primer habitante de Villa López en viajar a la ciudad de México, en un periplo que continuaría por años, con ayuda financiera del FAT. Comprobando la ley que toda revolución saca a la luz –las capacidades de la sociedad son infinitas y sólo el poder de la estructura vertical impide que se desplieguen y ocupen el lugar público que les corresponde–, el hombre se dio maña para, con sus cuatro grados de instrucción primaria, burlar los cercos en torno a las funcionarios. Y entrevista tras entrevista llegó al despacho del director encargado del tema. Como un perro, impidió que el tipo se le soltara, hasta obtener de él la firma convalidando la ampliación del ejido. A aquél o de plano se le borró de la mente el acto o, luego de una nueva, provechosa negociación, apostó por el secreto convenientemente guardado hasta última hora. El caso es que un buen día don Ramón es enterado de que el susodicho se presentaría en Chihuahua capital a zanjar de una vez varias disputas por tierras. Con varios camiones repletos con sus vecinos, nuestro personaje llegó a la plaza de armas de aquélla, cuando los empresarios nogaleros entraban al palacio municipal. No había manera de ocultar la beligerante presencia de los de Villa López, de modo que el director de marras hizo pasar a una comisión de ellos. Y en el espléndido salón donde estaban los productores de nueces, dijo a los ejidatarios: –Lo siento, pero la razón está del lado de estos señores, a quienes acabo de firmar la resolución que les reconoce las hectáreas demandadas por ustedes. Durante la perorata don Ramón sonreía abriendo su maletín. Parsimoniosamente sacó unos papeles, se levantó y los puso en manos del funcionario, ayudándose con unas cuantas palabras: –Fíjese usted en la firma y la fecha. Al director de súbito le regresó la memoria, y volteó hacia los nogaleros: –Deben disculparme, pero ha habido un error. Desde luego para que del dicho se pasara al hecho, se requirió la batalla “del Pérsico”, nombre de las superficies en disputa. Para quien quiera escuchar qué tan desalmados han sido siempre los desalmados. Lástima que deban transcribirse las palabras de don Ramón, pues en la voz va en gran medida la riqueza de lo contado, con su fuerza. Este hombre de casi perfectos 94 años, lee un documento elaborado por él en 1994. A través suyo hablan generaciones de campesinos y campesinas de Chihuahua, que don Ramón ha visto pasar: “La comisión encargada por la asamblea, de elaborar el siguiente proyecto de reglamento interno para el ejido de Villa López, discutió y tuvo en cuenta las consideraciones siguientes: “Primera. Tanto la reforma del artículo 27 constitucional, como la nueva Ley Agraria de ella derivada, son imposiciones que lo campesinos tenemos que aceptar por fuerza. Pero estamos claros que son totalmente contrarias a los postulados de la Revolución Mexicana. “Segunda. El artículo 10, ya de la nueva ley, dice que debe elaborarse un reglamento interno para en él establecer cómo debe funcionar cada ejido, pues a la nueva ley esto no le interesa, sino establecer sus competencias de producción, como si México fuera un país competitivo agrícolamente. “Y esta competencia se quiere hacer cuando nuestros productos agrícolas están cayendo de precio en relación con la inversión y la falta de riego oportuna al campo. “Tercera. La Ley tiende a privatizar el ejido y volver a la época de los latifundios porfiristas, que fue lo que dio origen a la Revolución Mexicana. La comisión, en su conjunto, rechaza la venta de derechos ejidales. “La rechazamos porque es la desaparición del ejido, para convertirlo en pequeña propiedad, sujeta a la ley de la oferta y la demanda del sistema capitalista, convirtiendo al ejidatario nuevamente en peón asalariado. “Cuarta. Por ello establecemos en el proyecto de reglamento, que las tierras del ejido de Villa López no deben venderse, porque son el patrimonio de la mayoría de los ejidatarios y sus familias, herencia que dejaron nuestros antepasados que lucharon por esa tierra y dieron la vida por ella. La tierra se la deben a la Revolución Mexicana. “Quinta. La nueva Ley Agraria establece asociaciones hasta con extranjeros. Por ello proponemos que siga siendo propiedad del ejido, o del ejidatario, y no patrimonio de una sociedad. La Ley obra con todo dolo y mala fe en contra de los ejidatarios.” Hoy Villa López paga su rebeldía y su liderazgo en la Unión de Ejidos de Jiménez, con la reducción de hectáreas que reciben agua, decretada por la comisión regional: de cuatro a tres y media por parcela. Desde luego los ejidatarios están resueltos a no dejarse, a pesar del golpe al corazón que significó la reforma al artículo 27, tras la cual un buen número de vecinos vendieron o rentaron a quienes, venidos de fuera, por fuerza no están dispuestos a involucrarse en la defensa con la misma intensidad que los demás. El problema mayor es otro: el ya avanzado proyecto de desviar el curso natural del que se surte el ejido, a favor de la colonia de plantadores de nogal, que esconden sus motivos mintiendo: el agua entubada que así llegará es requerida con urgencia por Ciudad Jiménez, donde sobran los mantos por explotar, según bien sabe y está dispuesto a demostrar don Ramón. |