a vida pública de México, implicando en primerísimo sitio a su elite gobernante, ha entrado en una etapa de acelerada decadencia. Los frutos de tan perverso fenómeno sociológico brotan por doquier. Más de un cuarto de siglo en que el crecimiento ha sido nulo, propicia enormes grietas. Conflictos y crisis recurrentes aparecen por casi cualquier ángulo de la vida organizada del país que se ponga a prueba. En trágico alineamiento, las múltiples carencias provocadas al aparato productivo y de seguridad o las inducidas al Estado de bienestar irrumpen incontrolables para testimoniar el deprimente estado de la cosa común o las minusvalías del capital humano. El resultado forma un cúmulo de súbitos cuan devastadores golpes a la conciencia colectiva.
Ya sea que se trate de la crisis financiera mundial y sus cruentos efectos en la desprotegida y desarticulada economía local. O puede referirse a la autoritaria presencia del oficialismo en su intentona por manipular la epidemia de influenza, aparecida sin registro previo, la degradación sistémica se aparece como un proceso incontenible. Por ello las trampeadas descripciones de un truhán (Derecho de réplica, Carlos Ahumada) que se alega perseguido y extorsionado, traslucen, sin tapujos, los destrozos éticos y las ruinas del sistema imperante para conducir los asuntos públicos. Una aterradora serie de dramas continuos que, para desgracia de muchos, se irán haciendo recurrentes en los días y meses por venir. Una colección de ilícitos y complicidades que quedarán en la más cínica de las impunidades. La resistencia al cambio que apuntala al modelo vigente navega contra toda cordura y sanidad contra los intereses colectivos. Los actuales dirigentes del país están enfrascados en soldar y reponer las rotas bases de sus torvos acuerdos cupulares que les permiten sacar enormes réditos del injusto modelo en boga.
Los alardeados blindajes nacionales vuelan en pedazos cuando se les somete a la menor prueba o son afectados por el mínimo contratiempo o de-sajuste externo. Nada resiste un simple soplo de realidad. Trátese de un susodicho catarrito, pues resulta pegoteado a monumentales deudas de los grandes corporativos locales, endrogados más allá de cualquier mesura. Sea por la deteriorada organicidad del aparato de salud, inmerso en la mediocridad y el olvido presupuestal, el desmoronamiento social y político no puede ser ya detenido. La que debía ser una básica consistencia ética choca y se derrumba ante prácticas sujetas a pasiones de baja estofa. En ese fango, presentado como simple oportunismo, traviste a un ya muy vapuleado ex presidente (CSG) en cínico jefe mafioso enarbolando la defensa de sus bastardos privilegios y masivos intereses. Todo se desmorona sin oponer la mínima resistencia. La ciudadanía apenas si puede contener el aliento y recae en profunda indiferencia ante los acontecimientos que, sin duda, le afectarán.
El alegado salvamento de la humanidad que lanzó el señor Calderón se ayunta con aquella su visión de la economía mexicana que, en sólo 25 años, llegaría a ser la cuarta potencia del mundo. Tristes alardes de un funcionario descontrolado en sus predicciones, defensas heroicas y catálogos del deber cumplido por colaboradores sumisos. El gabinete se exhibe en su ineptitud ante los temores de una población sin respaldo del equipamiento médico (se presume un millón de reservas de antivirales o de inapropiadas vacunas, a todas luces insuficiente: apenas para uno por ciento de la población). Pero había que aprovechar la oportunidad de elevar el aprecio ciudadano hacia un Ejecutivo ayuno de efectiva autoridad, sin, aunque sea ligeros, toques de responsabilidad. Para ello se rellenó el espectro mediático con su presencia. Golpes de mano ante la incuria extranjera no se olvidaron en el guión difusivo. China, Argentina, Haití o Cuba fueron los paganos malhechores sin que hubiera medidas de apoyo para desquitar ofensas.
Pero nada retrata más la decadencia de la elite que una disímbola troupe de conjurados contra la emergencia de un proyecto alternativo de izquierda (con todo y sus tramposos a bordo). Cualquier atajo (hasta la ilegalidad) antes de permitir la asunción que alguien independiente, no salido del designio plutocrático, sin compromisos subyugantes, llegara al poder supremo de la República. ¡No pasará ese peligro para la cosa nuestra! Murmuraron, gritaron a coro para rego-dearse en sus tropelías. La defensa a ultranza y desmedida de posturas personalizadas: miedos cervales ante las propias complicidades, los latrocinios a costa del presupuesto, los favores con los haberes y bienes públicos se coagularon en un grupúsculo en pérfida trama. La intentona de purificación que un ladronzuelo armó para salir de un apuro los desnuda en toda su impúdica labor de maniobreros.
Ahí, en ese relato, queda ensartado, una vez más, ese ranchero deshonesto, manirroto, rencoroso y traidor a la democracia que encarna, sin discusión alguna, Vicente Fox. Pero también el priísmo de categoría toma su parte estelar y el panismo subordinado de los operadores, Fernández de Ceballos, con su indiscutible lugar preferente, entra a escena sin menospreciar al amanuense Döring, un lodero de varios corrales. Un sainete que, de no ser por sus nefastas consecuencias para la vida nacional y personal de los mexicanos, tendría que asemejarse a la pantomima de Los Tres Chiflados, un capítulo para el olvido.
La derecha y su asimilado proyecto económico y de gobierno todavía vaga insepulto por esta atribulada nación. En otras regiones del subcontinente le están horadando, a pasos severos, lo poco que le resta de vigor. La derecha mexicana ha caído en una trampa de su propia creación que no la dejará avanzar, menos aún prevalecer. La plutocracia local es de una contextura cegatona ante su propia seguridad, no digamos a su continuidad o convivencia. Tiene que montar tramas como la que se narra en el libelo de marras y sus recursos de contención se esfuman con los golpes que las crisis le vienen ocasionando.