Epidemias y toros
n un sentido, epidemia es la enfermedad o conjunto de éstas que afectan a una población de forma abrupta por contagio masivo de un agente infeccioso. En otro, la cultura griega nos recuerda que epi es prefijo que significa sobre, y demos palabra que quiere decir pueblo. Por lo que en sentido etimológico epidemia es estar o caer sobre el pueblo, ni más ni menos.
Desde siempre, al pueblo le han caído encima los que dicen que saben lo que éste realmente necesita, mientras que el pueblo, entre su atolondramiento y su rica imaginación, se inventa salidas, respiraderos para no acabar asfixiado definitivamente por sucesivos salvadores de epidemias, reales o inventadas.
Entre los respiraderos más originales que algunos pueblos han creado está la tauromaquia o arte de lidiar reses bravas, como remanente del culto a la deidad táurica en varias civilizaciones, particularmente del Mediterráneo. Y de la Hispania fecunda, que dijera el poeta, al continente inventado, que apuntara el ensayista.
Como expresión insólita, el arte de la lidia ha sufrido no pocas epidemias, tanto naturales como artificiales, algunas involuntarias y otras premeditadas, con la consiguiente complacencia o ira del dios Tauro, según se le honre o se le use para degradantes cultos, desviados de su esencia por la ambición o ignorancia de los ministros en turno, como en cualquier otra religión que se respete.
Cancelado momentáneamente el espectáculo taurino en México dizque para salvar vidas a costa de que otros no arriesguen la propia, cabe recordar que el mismísimo Francisco Arjona Cúchares (Madrid 1818-La Habana 1868) falleció en la capital de Cuba a consecuencia del llamado vómito negro o fiebre amarilla. Pero entre tantos colores no falta quien sostenga que el famoso diestro murió a causa de los excesos, y no precisamente con carne de puerco. La Habana como el Waterloo de varias figuras.
Durante cinco años (1947-1952) asoló al país la fiebre aftosa o glosopeda, por lo que cientos de miles de cabezas de ganado, incluido de lidia, fueron sacrificadas. Y en 1947, el 18 de agosto, una tremenda explosión cobró miles de víctimas en el puerto de Cádiz, provocando aún más muertes la aplicación de un plasma en mal estado proveniente de Noruega. Diez días después, en Linares, Manolete moría a consecuencias de la cornada de Islero, pero luego de que le aplicaron el dichoso plasma. ¡Ah, que las epidemias y sus efectos colaterales!