ay muchos cuestionamientos acerca de la dirección que toman las reformas financieras que se están aplicando en Estados Unidos a raíz de la crisis desatada en septiembre de 2008. La extensa intervención del gobierno estadunidense, primero en los últimos meses de la presidencia de George W. Bush y ahora con Barack Obama, no ha logrado aún estabilizar el sistema financiero, evitar que se sigan reclamando las viviendas con problemas hipotecarios y restaurar las corrientes de crédito para las empresas.
La economía está en recesión, en los últimos seis meses se han perdido 3.94 millones de empleos y aún están por registrarse más pérdidas entre los bancos. En buena medida el mercado financiero ha cambiado radicalmente, por la organización de la industria, la participación en la propiedad que tiene el gobierno, el tipo de operaciones que se hacen y el fuerte efecto adverso que ha tenido en el patrimonio de las familias, por ejemplo, mediante la depreciación de los fondos de pensiones.
La Reserva Federal ha emitido miles de millones de dólares para recrear la liquidez en la economía. Eso aún no se consigue, sin embargo, se ha elevado significativamente la deuda pública y con ello se ocasiona una presión en el futuro valor del dólar.
Las interrelaciones de los mercados financieros comprometen las posiciones económicas de muchos países: China mantiene una alta proporción de sus activos en bonos del Tesoro de Estados Unidos y no puede desprenderse de ellos; en Europa, el contagio de muchos bancos fue muy grande y también hay una recesión que ha obligado al banco central hace unos días a bajar las tasas de interés de referencia hasta uno por ciento.
En Asia se resiente igualmente la caída del consumo y, por lo tanto, de las exportaciones, y crece la fragilidad productiva y financiera. Lo mismo ocurre en México, donde las cifras más recientes indican que la economía padece ya de una recesión y de alta inflación; el escenario que prevalece es hacia una mayor rebaja del nivel de la actividad económica. Hay previsiones que sitúan la caída del PIB este año en 5.7 por ciento, es decir, mayor, al esperado hoy por la Secretaría de Hacienda y el Banco de México.
Hoy son ya muy pocos los que esperan que pueda iniciarse una recuperación económica en Estados Unidos este año y que empiece a arrastrar a las demás naciones. Esto se pospone cuando menos hasta entrado 2010. Lo cual no quiere decir que se repondrá el crecimiento anterior, sino que incluso puede extenderse un periodo de varios años de lento crecimiento.
Muchos analistas insisten en que la recuperación, para que sea más sólida y sostenida, exige una reforma financiera profunda, empezando por Estados Unidos. Esto involucra la regulación de las distintas instituciones y de los instrumentos que se colocan en los mercados y se extiende hasta la conformación de una nueva arquitectura del sistema financiero que prevenga la extensión de los riesgos y privilegie el financiamiento de la producción.
La última década ha sido de grandes excesos por parte de los bancos, las hipotecarias, las aseguradoras y, también de los consumidores. Los gobiernos se arroparon en una ideología y una práctica políticas que rechazaba la normatividad y las reglas. Había una relación incestuosa con las instituciones financieras de las cuales muchos se beneficiaron con grandes ganancias. La proporción del total de las ganancias corporativas que representaron las empresas del sector llegó a ser la más grande la historia de ese país, alrededor de 30 por ciento.
No es claro que la reforma que se implementa vaya a replantear la organización del sistema en la medida en que esta crisis parece exigir. Las dudas al respecto se exponen desde distintas posiciones. Entre ellas sobresale la forma en que lo plantea Simon Johnson, quien fue economista en jefe del Fondo Monetario Internacional en 2007 y 2008.
En un reciente artículo publicado en la revista The Atlantic, Johnson hace una fuerte crítica al proceso asociado con el desencadenamiento de la crisis y al de la reforma en curso. El texto, titulado El golpe silencioso
, se refiere a cómo se fueron acomodando las relaciones financieras conforme a los intereses de la elite financiera de Estados Unidos.
El planteamiento es llamativo por ser de quien viene y por hacer una comparación muy cercana con las experiencias de países emergentes en los que, luego de las crisis financieras, las reformas acaban obedeciendo los intereses de los banqueros y cargando la cuenta a los ciudadanos mediante el uso de dinero público y las consecuencias de la recesión y las presiones fiscales.
Señala que la oligarquía financiera usa ahora toda su influencia para prevenir precisamente el tipo de reformas que se requieren, y pronto, para sacar a la economía de su caída. Añade que el gobierno de Obama parece incapaz, o no quiere, actuar contra ellos.
Ya habían surgido las fuertes críticas de Stiglitz, también desde dentro del sistema, en su caso el Tesoro, el Consejo Económico del Presidente y el Banco Mundial, sobre la necesidad de grandes reformas en el sistema financiero. Johnson se suma con una crítica mucho más política y devastadora. Si estas consideraciones no tienen eco cuando vienen de fuera, es posible que también acaben marginadas ahora que se debate la reforma en un entorno de mucha incertidumbre económica y política por todas partes.