l título de este texto, plagiado al querido y admirado amigo Gabriel, supone que todo general, en un momento, no encuentra por dónde ni cómo salir de algún embrollo. Hoy es el caso de Felipe Calderón Hinojosa. Sus cinco estrellas no le ofrecen suficiente amplitud de firmamento para desentrañar sus complejos problemas de seguridad. Seguridad que él mismo degradó, aconsejado quién sabe por quién.
En estas condiciones abrió, con enorme entusiasmo y comprometiendo todas sus fuerzas desde el primer momento, una guerra sin información, sin plan y sin cálculo de consecuencias. Sin experiencia alguna en el manejo de grandes estructuras y conflictos, ni de la perspicacia necesaria, ni del manejo de colaboradores reacios a la cooperación. Pronto dio muestras a sus gabinetes especializados, en este caso los de seguridad, de que no sabía adónde iba, ni cómo ejercer el mando enorme que era su responsabilidad. Esto lo llevó, a la mitad de su mandato, al final de su camino.
La conformación de esos gabinetes fue producto no calculado de nombramientos apresurados, con simple sentido burocrático, de rutina, en los que no se tuvo en cuenta la complejidad de la función que pronto habrían de desempeñar, porque ésta no se había concebido y menos calculado sus rebotes; era una simple idea de campaña.
Esto es, se nombró al funcionario con una visión imprecisa, sin cabalidad sobre lo que se le demandaría. Fueron: procurador de la República, Eduardo Medina Mora; secretario de Seguridad Pública, Genaro García; director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional, Guillermo Valdés; asesora en Seguridad Nacional, Sigrid Arzt Colunga, sin tener en cuenta sus capacidades para algo que todavía no se sabía qué iba a ser, ni cuáles serían sus complejidades. ¿Qué habría de resultar? Lógicamente la impericia y cosas más graves aún, como la incapacidad para controlar a sus huestes, parte de ellas involucradas desde mucho antes en el delito y en ciertos casos hasta el encubrimiento.
Los años venideros no ofrecen sino más de lo mismo, atendiendo a aquella máxima que sentencia que a iguales causas-iguales efectos. Los cambios que podrían advertirse son de dos naturalezas: 1. Por el gobierno, más dinero, equipo, tropas (sin inteligencia) y 2. Por el crimen, posiblemente, mayor beligerancia y cobertura territorial, que se habría de ir consolidando, distribuyendo y encontrando arreglos para gobernar todo el territorio nacional que les resulte rentable, pero ya con una perspectiva de sistema, con criterios gerenciales, con una estructura federativa, con cárteles autónomos, con reglas para sus interrelaciones y la diversificación a áreas como son el turismo, negocios inmobiliarios, ciertas industrias, grandes centros comerciales, inversiones en el extranjero, etcétera, dirigidos por una clase cupular que no son los primates que nos enseñan en la televisión. Todo ello ante un régimen que cada día empalidece.
Concurrente con todo esto, sería urgente, pero no se está pensando en ello, conocer a fondo y con exactitud el sentir íntimo de las tropas involucradas: soldados, marinos y policías. De aceptarse honestamente el resultado, sería preocupante. Las bases, mandos básicos y medios están en un estado de ánimo bajísimo, una situación moral deplorable. Con lógico miedo a cumplir misiones inexplicadas y sin objetivos claros; con altos riesgos de perder la vida sin más retribución que las pensiones raquíticas que alcanzarían sus familias, sin ningún reconocimiento oficial. Mueren anónimos. Por eso algunos de ellos son informantes del crimen organizado. Los altos mandos, orgullosos y arrogantes, gracias a que no corren riesgo alguno y se les paga con increíble esplendidez, lo que incide más en el desánimo de las bases.
El jefe de la policía judicial de Morelos, a una semana de haber sido nombrado y ante una ola de crímenes, externó el 5 de mayo: Los elementos de la policía a mi mando tienen miedo, son humanos. Yo también tengo miedo
(Reforma, 6/5/09). Es una grave situación que, a falta de una política de personal adecuada, las bases del sistema de seguridad muestren grietas como las descritas.
Todo esto lleva a configurar una situación de pérdida de los ejes cartesianos del quehacer gubernamental. A un laberinto propio del Minotauro y a un sentido de soledad para el que Calderón no está preparado; de ahí el afecto hacia Mouriño.
Tiene ante sí al enemigo que él motivó; debajo de él sólo oye arrastrar cadenas en el sótano. Está viviendo en su propia casa una guerra de baja intensidad, donde todos le sonríen, pero pocos estarían dispuestos a obedecerle hasta el extremo. Vive su propio Vietnam, sordo y solitario. Y faltan tres años, a los que no se les puede anticipar ser diferentes. Los dados ya están echados. Es parte de la tragedia nacional.