n tiempos de bonanza económica los trabajadores migrantes son bienvenidos. No sólo eso, son necesarios e indispensables para el desarrollo económico; por tanto, son reclutados, enganchados, contratados. No importa que sean irregulares o indocumentados, todo se justifica en aras del crecimiento económico. En épocas de recesión los que habían sido bienvenidos se convierten en trabajadores desechables y son estigmatizados, discriminados, culpados por el desempleo y en ocasiones deportados.
Con la crisis, las labores que desechaban los nativos, por considerarlas impropias, riesgosas, sucias y mal pagadas, se convierten, retóricamente, en puestos de empleo arrebatados a los trabajadores locales. Y digo retóricamente porque muy difícilmente un americano de raza blanca o negra va a ir a trabajar a los campos para recoger lechuga, brócoli o coliflor. Prefieren hacer cola para cobrar el seguro de desempleo.
El hombre de la calle percibe la crisis por los indicadores de desempleo. No los que anuncian la prensa o el gobierno, sino aquellos que por su propia cuenta han podido constatar en su familia, sus amigos, su barrio. Estar empleado se convierte en el bien más preciado y no estarlo en desgracia personal y familiar. Todos quieren conservar su puesto y para ello trabajan más, llegan temprano, evitan pedir permisos, se olvidan de las organizaciones sindicales. Pero al mismo tiempo el empleo se convierte en un derecho de los nacionales; son ellos los que deben tener preferencia sobre los extranjeros.
En Cataluña, por ejemplo, la tasa de desempleo de los nativos en 2009 es de 12.7 puntos, mientras la de los inmigrantes es el doble: 30.5. Pero en realidad las cosas son mucho más complejas, como puede apreciarse en tres espacios laborales donde los inmigrantes suelen ocuparse: la agricultura, la construcción y el servicio doméstico.
España, país que reclutó cientos de miles de esos trabajadores en décadas recientes, ahora ha empezado a despedirlos. Hace 20 años existían numerosas cuadrillas de trabajadores agrícolas españoles que recorrían los campos de acuerdo con el ritmo de las cosechas. Ahora hacen el trabajo los inmigrantes marroquíes, polacos, rumanos y ecuatorianos. Paradójicamente, estos trabajadores, que son el último peldaño de la escala laboral, difícilmente perderán sus empleos. La agricultura no suele parar y siempre demanda mano de obra barata. Cuando un tipo de labor se convierte en tarea exclusiva de inmigrantes, se transforma en un nicho laboral al cual no suelen recurrir los nativos. La crisis tendrá que ser muy profunda y prolongada para poder desplazar a los trabajadores migrantes del medio agrícola.
Por el contrario, en la construcción los salarios son mejores y son un nicho laboral que disputan nativos e inmigrantes. Los empleadores suelen preferir a los foráneos porque cobran menos y trabajan más. Tienen otras ventajas, pueden ser despedidos fácilmente, no tienen prestaciones sociales y no hay sindicato que los proteja. Pero, a diferencia de la agricultura, la industria de la construcción está estrechamente ligada a las épocas de bonanza y simplemente se cancelan las obras cuando empieza la crisis.
En el servicio doméstico los inmigrantes, en su mayoría mujeres, no suelen tener competencia. Al igual que la agricultura es un nicho laboral considerado de muy bajo nivel, propio para inmigrantes. Paradójicamente, es una labor que todo el mundo puede realizar pero donde el trabajador contratado se convierte en indispensable. La peor crisis doméstica que pueda imaginarse se da cuando la doméstica
agarra su maleta y dice: señora, me voy
. Por otra parte, los que suelen contratar el servicio doméstico son los sectores medios y altos que por lo general tienen mayores recursos y ahorros, y se pueden dar el lujo de contar con ese servicio. Recursos que se obtienen precisamente porque alguien se encarga de limpiar la casa, cuidar los niños y atender a los ancianos.
Por su parte, en Estados Unidos se calcula que hay unos 7 millones de trabajadores indocumentados, de los cuales 21 por ciento trabaja en servicios domésticos (limpieza, cocina, cuidado de niños y ancianos, jardinería, etcétera); otro 14 por ciento labora en la preparación de alimentos (enlatados, empaque, procesamiento de carne, mariscos, aves, etc.) y 13 por ciento se dedica a labores agrícolas, fundamentalmente la recolección de cosechas estacionales. Por lo general, en el desempeño de estas labores no se paga más allá del sueldo mínimo, alrededor de 7 u 8 dólares por hora, dependiendo de las regiones. Podríamos afirmar que casi la mitad de la población indocumentada está ubicada en un mercado de trabajo que resulta estratégico para la sobrevivencia (alimentos perecederos y procesados) y para el bienestar cotidiano (servicio doméstico). Dos rubros donde difícilmente se puede prescindir de mano de obra y donde muy pocos nativos quieren o pueden trabajar.
En la agricultura estadunidense, por ejemplo, 77 por ciento de los trabajadores es nacido en México y 9 por ciento de origen mexicano. A lo largo de cien años la política migratoria de ese país tuvo como principal objetivo confinar y especializar a los mexicanos en el trabajo agrícola. Y esta política puede considerarse todo un éxito, sus propios datos y estudios lo demuestran. La agricultura en Estados Unidos está totalmente mexicanizada, tanto en la base como en los mandos medios y las labores técnicas. Su medio agrícola depende de la mano de obra mexicana y esto no se puede cambiar de la noche a la mañana. Son indispensables, no importa que tengan o no papeles, eso es secundario.
En el rubro de la preparación de alimentos se han dado cambios radicales en los 20 años recientes. En la industria avícola y el procesamiento de carnes en Estados Unidos trabajaban fundamentalmente negros, tanto hombres como mujeres. Ahora laboran latinos, principalmente mexicanos y centroamericanos. La industria entró en una fase de reconversión, se abandonaron las viejas instalaciones, se indemnizó a los trabajadores y se relocalizaron las fábricas. Pero, sobre todo, se acabaron los sindicatos y los contratos colectivos. Los reclutadores empezaron a contratar migrantes y en pocos años cambió radicalmente la composición de la fuerza laboral. Las redadas de la época de Bush se enfocaron a este tipo de empresas que contratan miles trabajadores. Pero, finalmente, eran actos simbólicos; ni modo que los americanos dejaran de comer pavo el día de Acción de Gracias.
Por el contrario, en la industria de la construcción, donde labora 12 por ciento de la mano de obra indocumentada, los despidos han sido masivos. La crisis hipotecaria repercutió directamente en la producción de viviendas y se paralizaron las obras. A diferencia de los otros rubros, en éste se ganan mejores salarios y hay más posibilidades de que entren a trabajar los nativos cuando se reactive la economía.
Sucede lo mismo en la industria restaurantera y hotelera, donde los nativos han empezado a solicitar trabajo y los indocumentados a perderlos. Al fin y al cabo, no es lo mismo trabajar al aire libre, bajo el sol o en la nieve, que con aire acondicionado o calefacción. El retorno masivo de indocumentados sólo se dará si la crisis se agudiza y la recuperación se dilata varios años.