a feria de Sevilla desde la pantalla televisiva con los toreros modernos de posturitas aflamencadas que confunden con tener duende y torería, aunadas a un desfile de toros mansos, inservibles, se llevaron el serial por la borda. En la visión de corridas soporíferas sin la animación y el no sé qué
de la feria me llevaron a recordar esas horas de tertulia con mi amigo Paco Cañas en múltiples ferias.
Enlazada a la feria la epidemia que nos azota, mi recuerdo de don Paco me remontaba a los orígenes del hombre, a los orígenes del mal en la tierra y de pasada a los orígenes del toreo en la que aquellos hombres flamencos
de hace 4 mil o 5 mil años se complacían en vestirse como ahora mismo se visten los bailarines andaluces del bajo Guadalquivir o los amanerados toreros que partieron plaza este año en la real Maestranza de Caballería.
Recordaba en las tertulias de Paco que las esculturas y dibujos de la época minoica representaban un tipo de hombre con la cintura muy estrecha, ceñida y apretadas las caderas. Forma de ser que adquieren en los andaluces carácter ritual y sagrado. Agregados a estatuillas que representa mujeres con el pecho ajustado, cintura comprimida y larga falda con volantes superpuestos como cualquier morena en un tablao de la feria de farolillos.
Y en la que, ¿por qué no?, sugería don Paco, algún extraordinario de Creta, súbdito de Minos, se fuera a torear en los veranos a una de las ricas haciendas que había en Huelva o en toda la rica cuenca del Guadalquivir. Toda unatradición de la que sólo van quedando las posturitas aflamencadas…