on las siete de la mañana cuando salgo de casa, ayer, primero de mayo. Sé que las manifestaciones que se anuncian no pueden haber comenzado. Pero en el aire primaveral se respira algo que no es la influenza A. No pienso en ella cuando un vecino me pregunta: “cómo va chez moi (en mi casa)”. No entiendo su intempestiva pregunta: ¿en mi casa? Insiste. Termino por comprender y le digo, como un escupitajo, lo que me sale del fondo: “que yo sepa, por ahora el número de muertos es muy limitado, creo que a causa de la influenza A no pasan de seis confirmados en México, lo cual no deja de ser siempre muy triste, pero no corresponde al término epidemia, sobre todo cuando se sabe que cada año hay, según información de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 500 mil muertos, si no un millón (¿cómo decía mi padre: quién se pone a contarlos en serio?), en el planeta a causa de la gripe normal
. Y a eso se pretende llamar epidemia... No me haga reír”. La señora que se ocupa de los basureros nos escucha y se me queda viendo con sus ojos de Carmen española, sin atreverse a decir en voz alta lo que me dice en un murmullo: creí que había unos mil
. Gracias Calderón
, se escapa sin querer. ¿Quién?
, me pregunta Carmen buscando el enemigo tras las paredes del edificio. No, Carmen, no vive aquí, se trata de un tipo que quiere hacerle mal a México
. Me escapo. Pero, un mesero que comienza su trabajo en el restorán de la esquina, un libanés, me pregunta: ¿Cómo van en México?
No puedo caminar sin que se me recuerde que soy mexicana, y casi culpable de la influenza que los medios repiten mexicana
, a pesar de los comunicados de la embajada para recordar que no se llama porcina ni mexicana, sino A, según la OMS.
Llego, al fin, a la tabaquería. Qué quieren, ¡fumo contra toda la política ultracorrecta! Mi marchanta, en un acceso de amabilidad, después de preguntarme por la venta de mis libros, me interroga sobre mi casa
. Pues bien, a la crisis se suma otra crisis: restoranes, bares, discotecas cerrados, en fin, la más grande ciudad del mundo, me contó una amiga, gran escritora, La China Mendoza, está vacía. ¡Se imagina usted! Es lo que han logrado con la propagación deliberada del pánico. Y esto sirve, querida señora, a Francia para solicitar el paro de vuelos a México. Por fortuna, el resto de la Comunidad Europea se negó a tal absurdo. En fin, una catástrofe económica en el ojo del ciclón de la crisis mundial. Muy grave, me dice con sus ojotes bien abiertos, inteligentes, cuando se trata de dinero.
Decidí volver a casa no sin comprar algunos muguets: de buena suerte, tradicion del primero de mayo en Francia. Escucho en el radio, leo en Internet, que los laboratorios Roche, productores del medicamento contra esta influenza A, lo fabricó cuando la gripe aviaria. Se les quedó un stock enorme que caduca en unos cuantos meses. Hay que venderlo cuanto antes, la influenza A cae como una dádiva del cielo para esta riquísima industria. Tamiflu, la medicina mágica.
Calderón (Felipe) hace un heroico llamado a todos los mexicanos a enclaustrarse el primero de mayo... Todo se suspende. La más grande ciudad del mundo se vuelve una ciudad fantasma. Rulfo no habría soñado un mejor sueño. Pero el sueño de Rulfo no tiene nada, pero nada que ver con el de Calderón. La gente que desfila en las calles de Francia grita: nos echan una cortina de humo con la gripe mexicana
para ocultar los verdaderos problemas.
El eminente doctor Alex Dennetière, a quien no he escuchado exagerar ni mentir cuando de enfermedad se trata y se conoce en epidemias, nos dice que las cifras nada tienen que ver hoy con epidemia ni pandemia. Hay algo turbio: la gente debe encerrarse.
La estupidez humana daba a Einstein el sentido del infinito. Cuando se oye a periodistas y a locutores franceses anunciar con tono de victoria: Hay una víctima, su estado es satisfactorio
, uno puede decirse, al escucharla, que Einstein tenía razón.