o sabemos si la llamada gripe porcina
llegará o no a ser auténtica pandemia. Pero se consolidan ya otras dos pandemias con fuerza letal: la desinformación y el autoritarismo fuera de control.
Investigadores alemanes se atreven ya a decir que el virus recién identificado podría ser menos agresivo que el de la gripe común. Lo saben, probablemente, las autoridades de salud de todas partes. Pero no pueden ni quieren decirlo. Plantean ansiosa y compulsivamente que estamos ante un riesgo de extrema gravedad, que requiere medidas igualmente extremas. Aumentan el pánico que así inducen al aludir, directa o indirectamente, al espectro del ancestro reconocido del nuevo virus, el cual habría matado a muchos millones de personas entre 1918 y 1919. Pero este antecedente es claramente equívoco: entonces, como ahora, las personas no murieron por el virus de una gripe porcina
.
El uso arbitrario de la información sobre la gripe porcina
, con fines electorales o de control de la población, tiene otro antecedente claro. La gripe porcina podría extenderse al mundo entero
, proclamaban los titulares de los periódicos estadunidenses en 1976. El presidente Ford, en el clima de pánico que había contribuido a crear, autorizó el 12 de agosto la vacunación masiva de la población y en las siguientes semanas 40 millones de estadunidenses fueron vacunados. Sólo pudo atribuirse a la epidemia
un muerto, pero cuando la campaña de vacunación se suspendió oficialmente el 16 de diciembre de 1976 –pasadas las elecciones– había causado ya más de 100 muertos y 200 personas paralizadas, además de toda suerte de efectos dañinos. (Ver L’Impatient, No.1, París, Nov. 1977, versión de Eneko Landaburu, www.opaybo.org y www.cdc.gov/spanish/EIS/timeline.htm)
Este efecto iatrogénico (la enfermedad creada por el terapeuta) podrá repetirse muy pronto, tanto con la vacuna que ya se ha anunciado y se lanzará al mercado sin experimentación suficiente, como con el uso recomendado de Tamiflu, que según parece sólo alivia síntomas por 36 horas y está plagado de efectos secundarios, incluyendo la muerte. (Ver, entre otros, http://articles.mercola.com/sites/articles/archive/2009/04/29/Swine-Flu.aspx)
Estos hechos ilustran la conocida contraproductividad del sistema de salud, que sigue produciendo efectos contrarios a los que pretende. Corresponde también a la actitud necrófila de la biocracia reinante. Stephen Harrod Buhner (2000) presenta con elegancia la actitud alternativa: De hecho, estamos formados por las bacterias que se nos ha enseñado a temer y que hemos tratado de exterminar desde la invención de los antibióticos. Como los científicos empiezan a aprender, apesadumbrados, no podemos matar a las bacterias que causan la enfermedad sin liquidar también toda la vida en la Tierra. Por las mismas razones, no podemos exterminar a los virus que causan enfermedades. Los virus, como las bacterias, cumplen una función esencial en la coevolución de toda la vida en el planeta. Somos nuestros virus tanto como nuestras bacterias
(p. 104). En vez de atacar al supuesto enemigo identificado necesitamos aprender a coexistir con él.
Desconfiar de las vacunas y del Tamiflu o reconocer la inutilidad del cubrebocas en el uso masivo propiciado por las autoridades no debe aumentar la ansiedad sobre el tema. Al contrario. Podemos y debemos actuar con responsabilidad ante el virus que ha mutado, mediante medidas sensatas que se encuentran al alcance general y hacen evidente la falta de fundamento del pánico generado.
El comportamiento de las autoridades y sus biócratas aliados expresa un espíritu autoritario y letal. El afán de controlar una enfermedad mal caracterizada y liquidar a su supuesto causante no es sino una variante de la obsesión de controlar por todos los medios a la población, y en su caso liquidar a quienes se aparten de la norma o se rebelen al control. La declaración del estado de emergencia, incluyendo la facultad de recurrir al ejército y la policía para sacar a los enfermos de sus casas, son muestras descabelladas y aberrantes de una mentalidad que apela a la fuerza hasta cuando es tan inútil como contraproductiva.
Esa actitud no es sólo característica de las autoridades mexicanas, cuyo autoritarismo se combina con un nivel sorprendente de incompetencia. Es pandemia. Se observa en todas partes del mundo. La matanza de 300 mil puercos en Egipto podrá convertirse en símbolo de la insensatez y tontería que contagiaron a los dirigentes políticos en estos días. Sus decisiones aparecen como respuesta refleja ante su falta general de legitimidad, la proliferación del descontento y la creciente rebelión de los insumisos. Necesitamos reaccionar con serenidad y lucidez, en vez de angustia o temor. Ayuda también el sentido del humor, al constatar la influenza de ridícula confusión que sufren allá arriba.