Autoridades ordenaron cierre de establecimientos por la epidemia
Miércoles 29 de abril de 2009, p. 20
La estrecha relación histórica entre restaurantes, cafeterías, cantinas y taquerías con la clase política de México sufrió ayer uno de los golpes más severos, al ordenarse el cierre de 35 mil establecimientos mercantiles en la capital del país.
En esos lugares no sólo se pactan los negocios más lucrativos, sino se acercan posiciones entre contendientes de los signos más diversos. Son también sitios donde se consiente el paladar más exigente o se pone a prueba el de quienes, de manera temporal, consiguen degustar platillos a la carta
con nombres que les resultan tan extraños como impronunciables.
No es lo mismo, coinciden los políticos, llegar a consensos sobre temas de relevancia nacional entre vinos y un buen platillo de por medio, que hacerlo a través de la frialdad del teléfono o del correo electrónico, a lo cual se vieron obligados a partir de las medidas adoptadas este lunes para tratar de controlar la propagación de la influenza porcina.
Tan arraigadas están las imágenes de políticos en los restaurantes, que podemos remontarnos a la escena en que Emiliano Zapata y Francisco Villa comparten mesa en el entonces moderno café de Los Azulejos, en el Centro Histórico, o el asesinato de Álvaro Obregón en el restaurante La Bombilla, en 1928, y las escapadas –siempre con aviso previo a los medios de comunicación– de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo al Danubio, de la calle Uruguay.
Desde ayer, las calles donde se ubican los restaurantes elegantes de Polanco, la Condesa, San Ángel, Juárez, Del Valle y Santa Fe se vieron vacías.
Ni el priísta Manlio Fabio Beltrones pudo ayer acudir a uno de sus restaurantes favoritos de comida francesa, Aud Pied de Cochon, con su tradicional Pot au Feu de Res, ni su colega en la Cámara de Diputados, Emilio Gamboa, al Suntory, con sus exóticos platillos del milenario Japón, gusto que comparte con el dirigente del PAN, Germán Martínez, quien también tiene como base el Pajares y sus churrascos.
Hasta el perredista Javier González Garza y el coordinador del PRD en el Senado, Carlos Navarrete, tuvieron que renunciar al pecho de ternera de El Cardenal, en la Alameda.
El panista Gustavo Madero, mientras tanto, se vio privado de las albóndigas al chipotle del Bellinghausen, aunque siempre le quedan las reuniones-comida con sus colegas de bancada en el Senado en los salones privados del Club de Banqueros. Beatriz Paredes, la dirigente nacional del tricolor, tendrá que esperar al menos hasta el 6 de mayo para volver al San Ángel Inn.
Otros padecieron menos, como el presidente de la Cámara, el priísta César Duarte, quien se caracteriza por comer en el restaurante que le quede más cerca, o el coordinador de los diputados panistas, Héctor Larios, quien tampoco es exigente y se conforma con los ceviches del Sábalo Beach, ubicado a un costado del recinto parlamentario.
Todos, por el momento, tendrán que pedir su comida para llevar, privándose de asistir a esos mentideros políticos, tan necesarios para mostrar el estatus de la mayoría de quienes ocupan momentáneamente cargos de elección popular, de quienes luego de dejar el cargo sienten la nostalgia del poder perdido y de otros que ante ese espectáculo cotidiano tienen la esperanza de convertirse en alguno de sus actores.