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Camus: las ratas y la epidemia
L

as personas de mi generación probablemente recuerden que la publicación de La peste, de Albert Camus (1913-1960), que salió a la luz en 1957 por Gallimard, se inicia con el episodio de las ratas. Los roedores mueren en las calles, los periódicos dan cuenta del hecho y los habitantes de la ciudad de Orán, en Argelia, desarrollan actitudes hiteroides. Entonces, como ahora, Orán era un sitio que, aunque muy visitado por sus atractivos, había sufrido a lo largo de su historia de varios brotes de peste bubónica.

La moción de Camus al elegir una epidemia como tema tiene que ver con eso, lo que le dio ocasión de contraponer la idiosincrasia y las acciones de caracteres en oposición. Hay una tendencia, propiciada por el personaje principal, el doctor Rieux, quien es el primero en observar la inusual muerte de las ratas y al mismo tiempo cae en la cuenta de que un vecino suyo –monsieur Michel– muere repentinamente de fiebre.

Decide entonces investigar y es ayudado en sus pesquisas por otro médico, Castel, quien es el primero en identificar a las ratas como portadoras de la enfermedad transmisible a los humanos.

En oposición, otro colega, el doctor Richard, se muestra reacio a tomar medidas generales hasta en tanto se confirme la existencia de la plaga, que a esas alturas de la novela ha cobrado pocas víctimas proporcionalmente hablando.

No muy bien parado queda el reverendo Paneloux, S.J., debido a que en sus sermones advierte a los fieles sobre la conveniencia de resignarse: hay poco que hacer, porque la enfermedad es un castigo divino, o sea, de la misma índole bíblica que asoló a Sodoma y Gomorra. Camus condena de manera quizá un poco radical a este personaje, que muere víctima de la peste.

En cambio, Raymond Rambert, un visitante que quedó atrapado en Orán y que ha dado muestras de ser algo acomodaticio, acaba por ayudar denodadamente al doctor Rieux y es premiado por el autor, porque logra sobrevivir y regresar a París, proyecto en el que derrochó bastante energía, pues lo que deseaba por encima de todo era reunirse con su amante a la brevedad posible. Lo logra, pero no sin antes coadyuvar con brío a la ejecución de las normas encaminadas al bien común.

Lejos de que la narración sea pesimista, lo que Camus alienta es la idea de que las acciones de conjunto, promovidas por autoridades médicas y por ciudadanos dispuestos a acatar reglamentos y a sumarse a las acciones propedéuticas, acaban por persuadir al conjunto de la población, que acaba por luchar  en común con la amenaza de muerte a pesar de que el suero necesario para la mejoría de los afectados tarda en llegar.

Si Camus fue o no un pensador existencialista (él lo negaba) es lo de menos ahora. Sólo conviene recordar que su madre era de ascendencia española y que su padre murió en la batalla de Marne, esto es, en los inicios de la Gran Guerra de 1914-1918. El joven escritor y periodista nacido en Argelia padeció la ocupación francesa por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La combatió por escrito.

Intentó alistarse en el ejército francés, mas fue rechazado debido a que había padecido tuberculosis. La superó, pero tuvo un brote cuando era ya adulto. Fue de izquierda y llegó a pertenecer al PCF, del que dimitió en favor de un anarquismo contrario a cualquier forma totalitaria.  Fue a la vez recalcitrantemente pacifista y cuando recibió el Premio Nobel, en 1957, puntualizó su postura.

Aliado de Jean Paul Sartre, rompió con él a raíz de la publicación de su novela El rebelde, que no fue del agrado de Sartre, quien la calificó como producto de un rebelde de la estética.

Sí trató cuestiones artísticas. Jonas ou l’artiste au travail es, por lo menos, muy curiosa, casi llega al absurdo, género al que Camus no fue ajeno.

Resulta que a Jonás, casi totalmente desconocido, le llega un éxito inesperado que lo convierte de la noche a la mañana algo así como en un superstar. No pudo con la situación, después de ser celebrado ad nau-seam, se recluyó en un tapanco, alegando que se encontraba pintando un mural. No sé si esta narración ha sido llevada al cine, es buen tema para un largometraje, aunque no resulta muy plausible que un artista que alcanza el éxito llegue a extremos tales, aunque podemos pensar, v.gr. en algunos casos, como el de Francisco Toledo, quien rehúye la notoriedad y pone en duda el éxito artístico.