Opinión
Ver día anteriorDomingo 26 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Yale: una banda despistada
H

ace algunas semanas, la Banda de Concierto de la Universidad de Yale visitó la ciudad de México para presentarse en la Sala Nezahualcóyotl. El programa propuesto contenía, es cierto, algunas cosas interesantes, pero se antojaba escuchar a la banda, sobre todo por la bien ganada reputación que tienen los ensambles de alientos de las instituciones académicas de Estados Unidos. Al final del día, ni lo uno ni lo otro se materializaron, y lo escuchado esa tarde se presta no sólo al comentario meramente musical, sino también a algunas consideraciones culturales de mayor alcance.

Bajo la conducción de Thomas Duffy, la Banda de Concierto de Yale inició con la poderosa, dinámica Obertura festiva, de Shostakovich. Una banda que pifia notablemente el primer acorde de la primera obra de su concierto no se deja mucho espacio para un correcto desempeño sonoro y, en efecto, el ensamble siguió caminando con el pie izquierdo a lo largo de la velada después de haberlo plantado de manera firme y sonora desde el inicio de su concierto. Después, una transcripción del Sensemayá, de Revueltas, ejecutada apenas con corrección, con evidente preocupación por descifrar el extraño e irregular compás de la obra, lo cual les impidió meterse de lleno en el poder y la sensualidad de la partitura. Hay quienes dicen (chovinistas ignorantes, al fin y al cabo) que se necesita ser mexicano para tocar bien a Revueltas. Una simple patraña, como tantas otras. Basta escuchar, por ejemplo, las versiones de Sensemayá grabadas por Esa-Pekka Salonen, con la Filarmónica de Los Ángeles, y por la Ebony Band de Amsterdam, bajo la conducción de Werner Herbers. Ya quisieran muchos de nuestros músicos.

No le fue mejor a la Banda de Yale con la transcripción de la Sinfonía india, de Carlos Chávez, a cuya ejecución le faltó, sobre todo, la potencia que es indispensable en las últimas páginas de la obra. De hecho, esta fue una constante a lo largo del concierto; extraña que un ensamble musical formado por jóvenes toque con tan poca convicción y con tan poco espíritu lúdico. Pero más que estas y otras carencias específicamente musicales, destacó sobre todo la sempiterna actitud paternalista que los músicos estadunidenses suelen tener hacia la música de México y, por extensión, hacia su público. No sé si venir aquí a tocar tímidas versiones de obras de Chávez y Revueltas sea un apreciable gesto de deferencia, o simple falta de imaginación. Lo que es francamente censurable, por ejemplo, es incluir en el programa dos mediocres y olvidables pasodobles españoles, y que el director los anuncie, con feo acento y beatífica sonrisa, como un poco de música mexicana. Parece mentira que el director de la banda de música de una de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos todavía crea que los greasers de este lado de la frontera nos vestimos de traje corto andaluz con sombrero de bolitas, y que el atuendo natural de las mexican señoritas es de rigurosa mantilla y peineta. Esta actitud fue reflejada fielmente en la selección de la última obra del programa, La fiesta mexicana, de H. Owen Reed, pastiche sin ton ni son de falsos y mal urdidos mexicanismos sonoros. A pesar de todo esto, nuestro cada vez más inculto y complaciente público no dudó en ponerse a batir palmas (con una lamentable falta de ritmo) para acompañar una pieza de David Amram, ofrecida por la banda fuera de programa.

Insisto: más que el mediocre desempeño musical de la Banda de Conciertos de Yale y su director, lo que queda es la confirmación de la actitud zafia y condescendiente de ciertas instancias culturales estadunidenses que no han querido aprender, entre muchas otras cosas, que lo que está de este lado del Río Bravo no es lo mismo que lo que está más allá del Río Manzanares. Prueba contundente: en las notas de programa que la banda envió para su concierto se afirmaba que “la palabra maya ‘sensemayá’ se refiere a un ritmo o canción ritual popular”. ¿Maya de Camagüey, o de Pinar del Río? Me queda la duda.