as personas infectadas con el virus de la influenza porcina no están condenadas a muerte, ni deben ser objeto de discriminación. Uno de los efectos adversos de la forma en la que se estableció la alerta sanitaria ante esta epidemia, es que se generó pánico. Las autoridades de salud se alarmaron (quizá de forma justificada) y trasmitieron este estado de ánimo a la población. Pero para quienes han adquirido la enfermedad o la puedan adquirir en los próximos días, es importante saber que pueden recobrar la salud si son atendidos oportunamente. Pienso en las familias que están muy preocupadas y que, como todas, no quieren ver a algunos de sus integrantes enfermos. Pero también pienso en aquellas que tienen a alguno de sus padres, hermanos o hijos afectados por este mal. ¿Qué hacer?
La prevención. Es muy importante seguir las recomendaciones de la Secretaría de Salud, instancia que coordina las acciones para enfrentar esta epidemia. Ante una contingencia como la presente (a menos que se cometan errores garrafales, que no es el caso actual), se deben seguir las directrices de la autoridad sanitaria. Hay que evitar, en lo posible, el contacto con personas enfermas, lo que implica procurar no asistir a lugares de alta concentración, lavarse las manos (yo agregaría: lavarse la cara, tomar una aspirina y usar gotas antisépticas para los ojos). Seguir todas las recomendaciones de la Ssa publicadas en todos los medios de comunicación. Todas están orientadas a evitar el contagio. Como el agente es un virus nuevo, no se ha desarrollado una vacuna que resulte efectiva; las medidas generales de higiene, acompañadas de una buena alimentación, son en este momento los únicos elementos disponibles para la prevención.
El agente. Es muy importante identificar al agente, es decir, el virus causante de la influenza. Se trata, de acuerdo con las autoridades sanitarias, de una variedad de origen porcino. Pertenece a la familia ortomixoviridiae. Está formado por una molécula de ácido ribonucleico (RNA) cuya cubierta posee dos glicoproteínas (azúcares unidas a proteínas). Una de ellas es la hematuglutinina (HA) cuya función en unirse a la superficie de las células que invade; la otra, que se llama neuraminidasa (NA), facilita la liberación del virus al interior de las células donde se reproduce. Existen varios tipos de virus de la influenza porcina. Sus nombres dependen de las características de estas glicoproteínas. Las más frecuentes en el cerdo son la H1N1 y la H3N2. Hay, además, uno de origen euroasiático, el H1N2. Alguno de estos tipos virales (probablemente el último), sufrió una mutación, es decir, modificó la estructura de su RNA, y de las glicoproteínas de su superficie. Este cambio produjo que una infección que pudiera ocurrir bidireccionalmente de cerdo a humano, adquiriera la capacidad de transmitirse de humano a humano. La identificación del agente es de primera importancia, pues puede conducir a la elaboración futura de una vacuna que ahora no se tiene.
El tratamiento. Las personas infectadas con este virus no se van a morir, a menos que no reciban los cuidados y el tratamiento adecuado. En una epidemia, esto pone a prueba a los sistemas de salud, pues el número de casos puede rebasar su capacidad de atención adecuada y oportuna. A falta de una vacuna, la herramienta de que se dispone, es el empleo de antivirales como el oseltamivir. Este fármaco es una prodroga, quiere decir que su molécula se transforma en el organismo cambiando su estructura y su efecto es inhibir a la neuraminidasa; o sea, bloquea la entrada del virus a las células, lo que impide su reproducción. Es objeto de discusión si puede emplearse con objetivos de prevención, pero en todos los casos debe ser prescrito por un médico.
¿Qué hacer? Si una persona ha adquirido la enfermedad, ha de ser tratada con todo respeto y cariño, jamás deben ser discriminadas, mucho menos abandonadas. Quienes tienen contacto con el enfermo, familiares o personal médico, deben contar con todas las medidas de protección e higiene, pues de lo contrario el problema será doble. El tiempo juega un papel muy importante. Hay que acudir al médico particular o a los servicios de salud pública, de inmediato. Y estar pendientes de que su familiar reciba el tratamiento adecuado, denunciando los casos en los que esto no ocurra.