ace varios meses que la confianza de los estadunidenses en la evolución económica dejó de caer. Pero no aumenta. Se desplomó de enero de 2007 a junio de 2008. Luego de este mes ha subido y bajado, para mantenerse prácticamente en un nivel 40 por ciento inferior a su máximo, registrado a finales de 1999 y principios de 2000. Así lo muestra el indicador de confianza de los consumidores de mayor prestigio, el de la Universidad de Michigan. Sus números más recientes muestran que hoy, los consumidores vecinos tienen casi la mitad de la confianza en su economía que la de hace ocho años.
No es para menos. Están radicalmente endeudados. Las obligaciones financieras de los hogares estadunidenses ya alcanzan 19 por ciento de su ingreso disponible (16 por ciento a principios de los 80 y 17 a principios de los 90). Se integran con sus pagos por deudas hipotecarias y de bienes de consumo, más los de arrendamientos de autos, seguros e impuestos a la propiedad. Sólo por concepto de deudas hipotecarias y deudas por consumo, los hogares estadunidenses hoy deben pagar 14 por ciento de su ingreso disponible. Los que rentan su vivienda llegaron a pagar en 2001 más de 30 por ciento de ese ingreso por concepto de renta y deudas por consumo.
Actualmente su deuda por esos mismos dos conceptos representa cerca de 26 por ciento de su ingreso disponible. Y los que pagan una hipotecan, sólo por este concepto destinan cerca de 12 por ciento de su ingreso. A principios de los ochenta destinaba no más de 8 a 9 por ciento. Este comportamiento del servicio de la deuda y de las obligaciones financieras globales de los hogares estadunidenses ha repercutido de manera drástica y violenta en las ventas de bienes. Un indicador lo muestra con nitidez. La relación entre los inventarios (disponibilidad de bienes en los almacenes) y las ventas cotidianas se ha elevado violentamente.
Esta relación mide cuántos días de ventas se garantizan con los bienes almacenados. A principios de los años 90 se trataba de cerca de 50 días. El auge económico estadunidense –en buena medida artificialmente prolongado por el crédito– hizo bajar de manera continua y permanente esa cifra a no más de 38 días a finales de 2005, aunque se había levantado un poco en la crisis de 2001. Sin embargo, hoy se tardarían más de 43 días en agotarse los inventarios de bienes en los establecimientos de nuestros vecinos, Además, implican un sobrecosto comercial tremendo. Pero también –lo más delicado– una baja drástica de pedidos a la industria y, consecuentemente, de los niveles de producción.
Señalo algo que cotidianamente trato de comentar. La baja de la producción industrial continúa. El último dato es contundente: 13 por ciento de caída en marzo de 2009 respecto del nivel de marzo de 2008, uno de los más altos de la historia industrial reciente de Estados Unidos. Y este descenso equivale a operar a no más de 69 por ciento, una capacidad industrial total instalada que –dramáticamente– ha seguido con su inercia creciente. Para el caso de los bienes de consumo duradero –autos, electrodomésticos, mobiliario.
¿Se habrá tocado fondo ya? Reitero que hay dos o tres indicadores que parecen mostrarlo. Sin embargo, ¿qué podemos entender por tocar fondo? ¿Qué ya se llegó al nivel más bajo de la producción industrial, o de la capacidad utilizada? ¿Que ya no cae la cifra mensual de inicio de construcción de viviendas o de venta de viviendas terminadas? ¿Qué ya no crece el nivel de servicio de la deuda o de las obligaciones financieras de los hogares? ¿Que se ha llegado al nivel más alto de desempleo? No, parece que esto no significa tocar fondo. ¿Por qué? Porque todos estos indicadores –mensuales o trimestrales, por lo demás– seguirán descendiendo, al menos de seis a nueve meses más (dos a tres trimestres más), en relación con el mes o el trimestre equivalente del año anterior.
Sin embargo –aquí la única buena noticia– es muy probable que lo hagan a tasas negativas cada vez menores, hasta llegar a cero crecimiento. Aquí, aquí precisamente, habremos tocado fondo. Y ya cuando se empiecen a registrar tasas positivas en todos esos indicadores –y en mucho más que ni siquiera mencionamos para simplificar un poco las cosas– empezará la recuperación. Con los datos que presento ¿de qué fechas estamos hablando? De los primeros meses del año entrante, en los que comenzará un largo camino de recuperación que, en el mejor de los casos, nos llevará a los buenos niveles de principios de 2008 en cuatro, cinco o seis años más.
Por cierto esta visión es compartida por especialistas que debatieron a principios de año en Ginebra. ¿Dónde? ¿Dónde cree usted? En lo que por sus siglas en inglés se denomina WHO, recordándonos a la famosa banda de Quadrophenia. Pero se trata de la Organización Mundial de la Salud, que reunió a expertos de todo el mundo para analizar el impacto de la crisis financiera en la salud mundial. Véase, por favor, en su página web (www.who.org) el documento The financial crisis and global health, cuya refrescante lectura parece darnos una cachetada con guante blanco. Sobre todo hoy que vivimos una de nuestras crisis de salud más delicadas de los últimos tiempos. De veras.
NB. No soy filósofo. Pero 30 honrosos años de enseñanza de fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx en la Facultad de Economía de la UNAM me llevan a suscribir absolutamente el análisis y los comentarios de Gabriel Vargas Lozano en La Jornada de ayer. Con él y con muchos –filósofos y no filósofos–, me siento profundamente indignado por la desaparición de las materias filosóficas en el bachillerato oficial. Lamentable. Profundamente lamentable.