l escrutinio de los lectores de La Jornada es un estímulo para quienes escribimos en las páginas del periódico. Tanto en la edición impresa, en El Correo Ilustrado, como en la versión de Internet, a la que los lectores hacen llegar sus comentarios sobre los artículos publicados, aparecen críticas, desacuerdos y afirmaciones que nos llevan a revisar lo escrito y valorar la agudeza de los comentaristas.
Mi colaboración de hace dos semanas recibió algunas observaciones, en la edición de Internet, que me hicieron releerme. Hubo dos aportaciones tal vez compartidas por otros integrantes de la comunidad lectora de La Jornada. Ambas me llevan a intentar explicar el sentido de lo expresado en mi colaboración de una quincena atrás, con el fin de que los dos lectores tengan más elementos para aquilatar lo escrito por mí.
A una persona le llamó la atención que me hubiese descrito así: Soy menonita, pero no vendo quesos, ni visto overol y tampoco uso sombrero
. De mi expresión concluyó que estaba menospreciando a quienes sí venden el producto lácteo y usan las prendas mencionadas. También observó que la frase denotaba intolerancia religiosa. Paso a explicar la intencionalidad de mi afirmación, que debió ser entendida de acuerdo con la línea argumentativa del artículo y no como palabras aisladas del contexto en que se insertaron.
Es frecuente que los estereotipos socialmente construidos sobre un grupo se generalicen a la totalidad de los integrantes individuales de esa colectividad. De tal manera que automáticamente se aplican las imágenes creadas a toda persona que se identifica como parte de un grupo al que ya se estereotipó con determinadas características, cerradas e inmutables. Son incontables las ocasiones en que, al identificarme como menonita, mis interlocutores me han expresado que entonces por qué no soy rubio y alto, que en dónde vendo quesos y que me faltan el overol y el sombrero.
A la definición cerrada de lo que identifica socialmente a un menonita, le antepongo una identidad más abierta y distinta al molde dominante. Se puede ser menonita sin, necesaria u obligatoriamente, llevar las marcas de identidad tradicionales que distinguen a los menonitas étnicos y tradicionalistas. De la misma manera que se puede ser chamula y usar vestimenta que no haga uso del tradicional chuj. Entonces eso de ser menonita, pero no comerciar quesos (y lo del overol y el sombrero), simplemente fue un recurso para llamar la atención a la diversidad existente entre la comunidad menonita global.
En la ironía que usé para nada busqué ridiculizar a los menonitas tradicionales, menos perpetrar intolerancia religiosa hacia ellos que tantas persecuciones han padecido en la historia desde el siglo XVI.
Una lectora escribió que en mi artículo evadí responder una aseveración que sobre mí hizo un personaje al que algunos medios, organizaciones y periodistas señalan como líder moral de la Iglesia cristiana restaurada y el albergue Casitas del Sur. A saber, que soy pastor menonita. Esa lectora dice que tiene derecho a conocer si la afirmación es cierta y exige, de mi parte, una definición. Contesto que sí, pero con algunos matices.
En las congregaciones menonitas existen diferentes formas de liderazgo. Algunas sí deciden tener un pastor de tiempo completo y remunerado, pero que está sujeto a las decisiones de la comunidad. En otras –es el caso de la comunidad a la que pertenezco– no existe un pastor, sino lo que se llama equipo pastoral o de liderazgo. Quienes conforman éste son elegidos por la congregación, se autosostienen mediante su empleo (que algunos llaman secular) y su función principal es de enseñanza. No se trata de clérigos profesionales, ni de personas incuestionables por parte de los demás congregantes. El equipo es conformado por varones y mujeres, con distintas formaciones escolares y trasfondos sociales y económicos. Las decisiones se toman en consenso, después de abiertos ejercicios de diálogo. Un equipo pastoral así es muy distinto del modelo vertical que domina en diversas expresiones eclesiásticas, y está lejos del clericalismo que aspira a imponer sus puntos de vista no solamente en una comunidad de fe, sino también al resto de la sociedad.
A los menonitas del siglo XVI les llamaron originalmente menistas
, por su líder Menno Simons (1496-1561). Afirmaron la asociación voluntaria, sin coacciones de ningún tipo, se pronunciaron claramente por la separación del Estado y las iglesias, su férreo pacifismo les valió ser acusados de traición tanto por parte de los reinos católicos como de los protestantes. Para huir de la intolerancia religiosa recorrieron casi toda Europa, refugiándose temporalmente donde su existencia no fuera amenazada. La de los menonitas es tanto una historia de persecuciones en su contra como una de perseverancia en la defensa de sus convicciones y derechos humanos. Los interesados en el tema pueden encontrar más información en el sitio www.menonitas.org.
Espero, con lo anterior, haber respondido a los cuestionamientos de los lectores críticos. Y me congratulo de formar parte de una comunidad, como la de La Jornada, en la que se expresan libremente los lectores. Ellos tienen derecho a inquirir, expresar sus desacuerdos, debatir y a exigir explicaciones por parte de quienes tenemos un espacio en las páginas del periódico.