Ataurinismo televisivo
n otros tiempos, cuando aún no nos convertían en primermundistas por decreto ni en ataurinos por órdenes de anglosajones civilizados, promotores y concesionarios de televisión vieron en el prodigioso-peligroso invento electrónico una herramienta valiosísima de difusión del arte del toreo y oportunidad de apuntalar en la sociedad tan original expresión popular.
Cada domingo corridas y novilladas eran transmitidas en vivo por la hoy denominada televisión abierta, no de paga, y muchas generaciones de aficionados se fueron interesando y formando por este medio y el radiofónico. Dicha circunstancia, lejos de despoblar las plazas contribuyó a una mayor asistencia a éstas y a un espectáculo de mayor interés gracias a su inusitada divulgación, así como a un claro sentido de competencia entre los alternantes y, lo más importante, a un toro de lidia sin exceso de kilos pero con suficiente bravura para plantear problemas y provocar emociones.
Aún faltaba tiempo para que Televisa y Tv Azteca fueran convertidas en intocables secretarías de Estado por sucesivos gobiernos cuya ambición iba de la mano de su nula sensibilidad para comunicarse con los gobernados. Los presidentes de la República acusaron una total indiferencia por el curso que tomara la fiesta de los toros, convencidos de que resultaba políticamente incorrecto acudir a un coso taurino donde el público les mentara la madre. Salvo la asistencia ocasional de Adolfo López Mateos y en actitud más frívola de José López Portillo, el resto ni vieron ni oyeron lo que sucedía con la tradición taurina de México, como si se tratara de un país aparte, y siguieron haciéndose bolas.
Si al jefe
no era tema que le interesara, la fiesta brava fue paulatinamente relegada de la programación televisiva, de universidades, foros y reglamentos, en tanto que los taurinos se echaron en brazos de una irreflexiva autorregulación, benéfica para ellos y perjudicial para toda tradición que se quiera sana y perdurable.
Fernando Sariñana, director de Canal Once del Instituto Politécnico Nacional –¿o ya pertenece a alguna cadena gringa?–, siguiendo esta línea de modernidad mal entendida y humanismo de oropel, por lo pronto mandó el programa Toros y toreros de las inoportunas 11 de la noche de los lunes, a las desalmadas doce, para ver quién resiste. Lo bueno es que el mandatario en turno, como el anterior, se dice aficionado a los toros y cena con Ponce, que si no…