n pleno auge del movimiento estudiantil de 1968, Alejandro López y Esperanza quisieron formalizar, en el espíritu de los tiempos, su relación de pareja. A mí me tocó, en nombre del Comité de Lucha de Economía, hacerlo. Hace unos cuantos días, Alejandro quien era director del Parque Izta-Popo Zoquiapan, regresaba a su casa en Amecameca de una reunión de trabajo en la ciudad de México, cuando un poste de luz se le atravesó en la carretera. Murió instantáneamente. A mi querida Esperanza, quien además salvaguarda mucha de la maravillosa herencia de Laurette Sejourné, mi pésame emocionado.
La presencia del presidente Obama en México destapó muchos de los problemas estructurales que tenemos entre la clase política mexicana.
La desinvitación
a la cena en el Museo de Antropología dejó al descubierto la mezquinidad y cortedad de miras de unos y otros. Queda claro para unos, el poco respecto que les merece el poder legislativo y para otros, la escasa importancia que le conceden a las funciones de Estado, como era la cena con el presidente Obama.
También es posible suponer que las condiciones de seguridad con las cuales viaja el presidente Obama impidieron que se diera un contacto más directo y espontáneo con la ciudadanía. Pero en Praga realizó un reunión tipo town hall al aire libre con jóvenes, y lo mismo hizo en Turquía, aunque en un local cerrado. ¿Por qué aquí no? ¿Será que los jóvenes mexicanos son más incisivos que sus contrapartes en la República Checa o en Turquía? ¿O será, más bien, que para la clase política mexicana todo lo que sea interacción directa sin mediaciones, con los ciudadanos, tiende a desnudarle sus profundos instintos autoritarios? Argüir que se podía perder el control de la reunión es un tanto ridículo, después de haber visto hace unas semanas el buen oficio con el cual Televisa organizó reuniones con ese formato, a las cuales asistieron funcionarios y políticos de primer nivel, sin haber sufrido mayor zozobra que la de responder preguntas que generalmente están desprovistas de retórica y van directo al meollo del asunto.
La expectativa mayor y la que mejor pinta a un sector importante de la clase política y también de la sociedad era esperar que Obama viniera a México a resolver nuestros problemas. El eje discursivo que tomó el presidente Calderón, el de la nueva era en las relaciones México-Estados Unidos, es absolutamente crucial, a condición de que lo llenemos de contenido y no de retórica. Más aún tanto para México como para Estados Unidos la construcción de una nueva agenda bilateral requiere de coaliciones políticas que vean al mundo con distintos ojos. Obama desde su campaña lo viene haciendo con el Partido Democráta, las cámaras legislativas e incluso mediante las organizaciones ciudadanas agrupadas alrededor del conjunto Organizing for America.
En México, en cambio, lo que se ve es cortoplacismo, mezquinidad, disputas sin salida y una política deliberada de desarticulación social. Nada que pueda construir fortaleza para negociar en mejores condiciones esa nueva era de las relaciones bilaterales.
En condiciones dramáticas y frente a una sociedad estadunidense desconcertada y dividida, el presidente John F. Kennedy encontró un eje discursivo que apeló a los mejores sentimientos de un pueblo que deseaba abrazar un nuevo proyecto de nación. Les dijo: nos encontramos en el borde de una nueva frontera, la de los sueños y las esperanzas no cumplidas. Esta nueva frontera tiene que ver con los problemas no resueltos de la paz y la guerra, con los espacios no conquistados de la ignorancia y el prejuicio, con las preguntas aún sin respuestas sobre la pobreza y la riqueza.
La nueva frontera que hoy buscamos muchas mexicanas y muchos estadunidenses no divide, sino une; no es un muro, sino un puente. La nueva frontera apela al concimiento y a la competencia. Es la frontera de nuestros sueños en común.
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