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Es posible una nueva banca de desarrollo para el agro Carolina Trivelli Luego de muchos cambios en los bancos de desarrollo, hoy en América Latina, incluido México, contamos con una renovada banca para el campo. Desgraciadamente en la mayoría de los casos, ello aún no se traduce en cambios sustanciales en las oportunidades financieras para los más pobres de las zonas rurales. Los bancos de desarrollo, generalmente instituciones grandes y pesadas, demoran mucho en cambiar y siempre han estado sujetos a múltiples presiones de diverso grado tanto desde los propios estados como desde sus clientes habituales, que tratan de evitar cambios en los usos tradicionales de estas entidades. En varios países del mundo, y en la mayoría de los latinoamericanos, los bancos de desarrollo que atienden al medio rural han experimentado procesos de reformas profundas. El caso mexicano no ha sido ajeno. La creación de la Financiera Rural (Finrural) luego del cierre del sistema Banrural da cuenta de ello. La Finrural viene introduciendo poco a poco nuevas prácticas para lograr honrar su diseño, que es interesante, bastante moderno y con una apuesta clara por el desarrollo de un mercado financiero rural que logre atender a los pobres. Desgraciadamente las buenas intenciones de su diseño enfrentan el choque de conflictos e incentivos en su operación diaria. Los conflictos no son causados como antes por presiones políticas o por estrategias con fines equivocados, sino por las propias características institucionales de la Financiera. El reto es enorme: convertir una institución de su envergadura en una entidad de segundo piso que respalde a intermediarios con operación en el medio rural requiere de varios logros previos. Va por ese camino, pero es un camino largo y sinuoso, lo clave será que no pierda el rumbo y que no se deje encantar con tentaciones populistas que nunca faltan o por cambios de giro que obedecen a situaciones mediáticas.
La nueva banca de desarrollo para el campo es aquella que parte de una adecuada identificación de las necesidades financieras de sus clientes, actuales y potenciales, y por ello, para identificar sus prioridades, esta banca debe partir del cliente y sus demandas y no del oferente o del accionista. La nueva banca de desarrollo debe ser además una pieza clave en la promoción, desarrollo y expansión de los mercados financieros rurales y para sectores de bajos ingresos, lo que no quiere decir que debe ser el actor central, pero sí el promotor. ¿Es posible lograr una banca de estas características o es sólo un buen discurso? Es posible. La experiencia de varias entidades de la región y de otras partes del mundo lo demuestra. No es, por cierto, tarea sencilla pasar del viejo modelo de bancos agrarios a nuevos esquemas de bancos rurales enfocados en clientes de bajos ingresos; pasar del mandato de una secretaría o secretario de Estado al de los clientes y el mercado; pasar del crédito a una oferta diversa de productos y servicios financieros; de unos pocos clientes, en su mayoría homogéneos, a una masa de clientes diversos. Pero todo esto no sólo es posible sino que es viable hacer de los bancos de desarrollo, acá y en el resto del planeta, instrumentos de desarrollo, claves para la inclusión, y además hacerlos entidades sostenibles y rentables. Para ello el primer paso es ver cómo lo han hecho otros, desde los clásicos en Indonesia (BRI), Tailandia, Filipinas y Mongolia, cada uno con un modelo distinto, hasta los vecinos de Guatemala, que por mucho tienen el mejor banco de desarrollo rural de la región, o los colegas de Brasil con bancos de desarrollo con fuerte injerencia en el desarrollo de los territorios que atienden, como el caso del Banco del Nordeste de Brasil. México, como el resto de países de la región, está aún en deuda con su entorno rural. Hay todavía mucho por hacer para lograr que las entidades financieras de desarrollo cumplan su rol de promover justamente el desarrollo y en particular el del medio rural. En México se cuenta con un banco de segundo piso como Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA), que financia infraestructura y crédito en el largo plazo; con el Banco del Ahorro Nacional y Servicios Financieros (Bansefi) para las operaciones pasivas, y con la Financiera Rural, más orientada a las colocaciones destinadas a capital de trabajo. La tarea de convertir a estas entidades en instrumentos sostenibles de desarrollo compete a las propias entidades financieras de desarrollo que operan en el medio rural, pero también es una tarea que involucra a otros actores que, desde el sector público y la clase política, deben facilitar el proceso, y desde el sector privado y la sociedad civil, deben exigirlo. Investigadora principal del Instituto de Estudios Peruanos, autora del libro Banca de desarrollo para el agro: experiencias en curso en América Latina, Lima, 2007. |