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El servicio secreto, dominante, no amenazante; le vi los pies, festejó una turista

Obama cumplió; mucho protocolo y ningún anuncio espectacular
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Los elementos asignados a brindar protección a los presidentes de México y Estados Unidos, Felipe Calderón y Barack Obama, respectivamente, desarrollaron riguroso operativo sobre las personas que presenciaron la ceremonia de recepción en Los Pinos, periodistas incluidosFoto José Carlo González
 
Periódico La Jornada
Viernes 17 de abril de 2009, p. 7

¿Y qué les dijo el presidente Barack Obama? Nada, responde la mujer, trabajadora de la embajada, decepcionada por la larga y casi inútil espera.

Gracias por estar aquí; sigan haciendo un buen trabajo, soltó el presidente Obama en la reunión de apenas dos minutos con el personal de la embajada y consulados, así como con representantes de la comunidad estadunidense residente en México. Casi 800 personas que habían esperado hasta cuatro horas para verlo.

Obama arribó 45 minutos después de la hora programada para la cita privada. Llegó rápido y a cumplir, en un acto que podría resumir su visita entera: mucho protocolo y ningún anuncio espectacular.

La espera comenzó cuando los aviones callaron, cerrado el espacio aéreo de la capital del país. Cuando los boleros se aburrían frente a los restaurantes semivacíos y el pesado tráfico, cosa normal en la calle Campos Elíseos, brillaba por su ausencia.

Soldados camuflajeados, camionetas con ametralladoras, policías de todos los colores, controlaban varias manzanas en la zona hotelera de Polanco.

Aun así, la exhibición  de fuerza era más discreta que en algunos actos del presidente Felipe Calderón. Todas las vallas, por ejemplo, eran chaparras, de las que llegan a la cintura de una persona mediana, y no las placas de acero que blindan los informes presidenciales mexicanos.

El hotel donde dormiría Obama estaba controlado totalmente por el servicio secreto estadunidense. Un dominio del terreno evidente pero no amenazante. Los francotiradores apenas asomaban la cabeza y parecían tener más trabajo que los agentes que revisaban con espejos las panzas de los automóviles.

Cuatro arcos detectores y dos cámaras de rayos X eran el último filtro en las dos entradas del hotel. Adentro, estereotípicos agentes del secret service –pelones, trajeados y con un cable en la oreja– checaban a todo mundo aunque en apariencia no se metían con nadie. El ambiente era tan relajado que en el centro del lobby un perro se aburría a los pies de su entrenador. Felk era uno de los cuatro canes entrenados para hallar explosivos que formaron parte de la enorme comitiva del ex senador por Illinois.

Felk descansaba mientras bandas de niños rodaban sus juguetes en el suelo y Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interior de Estados Unidos, se negaba a responder, con un seco: prensa no, la siguiente pregunta: ¿Por qué dos buenos vecinos dispuestos a trabajar juntos deben tener un muro que los separe?

Napolitano fue de las pocas funcionarias de alto nivel que entraron al hotel por la puerta principal, siempre rodeada de guardaespaldas. Obama, en cambio, lo hizo por el sótano y entró al elevador después de atravesar un corto pasillo oculto por unas mamparas grises con rueditas.

Le vi los pies a Obama, dijo una turista buscándole el lado bueno a su infructuosa espera, porque era imposible saber cuál de los 25 pares de pies pertenecían al mandatario.

Obama subió al piso 42, uno de los tres a su entera disposición. Por obvios motivos de seguridad, no se pudo saber en cuál de las casi 550 habitaciones ocupadas por él y sus acompañantes durmió este jueves el presidente estadunidense (el hotel tiene 660).

Nada que ver con nuestro Estado Mayor Presidencial (EMP). Nosotros estamos muy limitados de recursos, por eso no podemos relevar al personal en las giras. Ellos son burocráticos; son tantos que sólo cubren turnos rigurosos de ocho horas, dijo un anhelante mando de este organismo mexicano.

Al hotel llegan noticias de fuera. El discurso de Obama en Los Pinos, por ejemplo. Cero reforma migratoria y una promesa de control de armas, basada en un tratado firmado por William Clinton, pero nunca ratificado por el Congreso de Estados Unidos, donde Obama se puede topar con los representantes financiados por la poderosa Asociación Nacional del Rifle.

O bien que, por la mañana, Napolitano se reunió con el gabinete de seguridad y ahí hablaron de la solución mágica de mayor presencia militar en la frontera, cada uno con su ejército.

Participante en esa reunión fue Marisela Morales Ibáñez, titular de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), quien anduvo aquí por la tarde, según ella en otro asunto, aunque sus temas tengan mucho que ver con los de la ex gobernadora de Arizona.

Detrás de los detectores de metales, los testigos alcanzaban a ver la calle. No había ahí afuera manifestaciones antiyanquis ni las masas que recibieron a John F. Kennedy. Saldo blanco, reportaba el EMP.

Afuera también, apenas unas cuantas personas esperaban resignadas el enorme convoy de camionetas negras que llegó apantallando, como en las películas. En medio de esas personas pacientes ondeaba, solitaria, una bandera de México.