l 21 de abril, pocos días después que usted se haya marchado de nuestro país, se cumplirá un aniversario más del ataque y ocupación del puerto de Veracruz efectuados en 1914 por la infantería de marina estadunidense, cuerpo expedicionario de larga tradición intervencionista que en su himno hace alusión a la guerra de conquista llevada al cabo por su país de 1846 a 1848, por la cual México perdió la mitad de su territorio (To the halls of Moctezuma, to the shores of Tripoli).
Así, Veracruz fue bombardeada dos veces por su marina de guerra –en 1847 y 1914, con grandes bajas entre la población civil, que –por cierto– en las dos ocasiones enfrentó heroicamente a los marines invasores, a pesar de su manifiesta superioridad bélica.
Ese 21 de abril, alumnos de la Escuela Naval Militar, hombres y mujeres de distintos orígenes sociales y algunos miembros de la colonia española ofrecieron desigual combate a las fuerzas de ocupación, mientras el ejército de línea mexicano dejaba deshonrosamente la plaza sin combatir, retirándose a Tejería. Acciones similares se dieron durante la ocupación de la capital de la República por las tropas del general Scott, quien durante los días 14 y 15 de septiembre de 1847 tuvo que enfrentarse a centenares de civiles que decidieron –a costa de sus vidas– hacer valer la dignidad nacional que el ejército de Antonio López de Santa Anna no defendió.
No sería la última invasión armada a territorio nacional de nuestro buen vecino
: del 14 de marzo de 1916 al 7 de febrero del siguiente año se efectuó la llamada expedición punitiva
comandada por el general John J. Per-shing, quien persiguió a nuestro general Francisco Villa por todo el territorio de Chihuahua sin lograr detenerlo. Esto sin contar las más de 100 incursiones filibusteras e ingresos armados a lo largo de la frontera norte que enumeró magistralmente nuestro historiador Gastón García Cantú en su libro Las intervenciones norteamericanas en México (1971), de lectura obligada.
En las tres invasiones mencionadas contra México, los comandantes en jefe de las fuerzas armadas, esto es, los presidentes estadunidenses en turno, James Knox Polk y Woodrow Wilson, pertenecían a su partido, el Demócrata. Usted recordará que Polk, su predecesor, fue propietario de esclavos toda su vida y entusiasta partidario de la expansión territorial de su país a costa de los pueblos indígenas diezmados y reducidos, del decadente
imperio español y de la naciente República Mexicana, proceso expansionista basado o justificado por las ideas que se sintetizan en el destino manifiesto
o misión otorgada por la Providencia
a los estadunidenses para extender las fronteras de esa nación a todo el continente, pensando incluso los padres fundadores en establecer su capital en el istmo de Panamá.
Por su parte, la presidencia de otro antecesor suyo, Woodrow Wilson, estuvo marcada por el intervencionismo hacia América Latina: en 1914, México; en 1915 ordenó la invasión a Haití; en 1916 sus tropas invadieron nuevamente México y la República Dominicana, país que ocuparon hasta 1924, dejando un gobierno afín a las inversiones estadunidenses.
Wilson, supuesto autor del derecho a la autodeterminación y premio Nobel de la Paz 1919, fue en realidad un violador de ese derecho y los mexicanos podemos afirmarlo por experiencia propia. Asimismo, seguramente usted lo sabe mejor, Wilson fue un férreo partidario de la segregación racial e impidió el ingreso de estudiantes afroestadudindenses cuando fue rector de la Universidad de Princeton y de igual manera actuó como presidente de la República, ya que no aceptó funcionarios negros en su administración.
Se preguntará qué relación tiene todo este pasado histórico con el tiempo actual y la respuesta la ofrece usted con las acciones tomadas en los primeros cien días de su presidencia como comandante en jefe de las fuerzas de ocupación en Irak y Afganistán, países en los que se considera que el destino manifiesto
autoriza a los soldados bajo su mando a violentar los derechos de autodeterminación de sus pueblos, causando millones de muertos, heridos, lisiados, huérfanos, viudas y exiliados, y colocando gobiernos colaboracionistas que abren las puertas a sus corporaciones, como Wilson lo hizo en la Dominicana.
Es verdad que usted se ha pronunciado en contra de la forma en que su antecesor ha llevado esas guerras, pero en ningún momento ha condenado la guerra misma ni su carácter neocolonial. Usted apoyó los recientes crímenes de lesa humanidad cometidos por Israel contra el pueblo palestino en la franja de Gaza. Usted ha hecho declaraciones injuriosas contra el presidente Chávez y su gobierno no se ha deslindado de los esfuerzos golpistas de la oligarquía venezolana.
Ahora pretende con esta visita a México cerrar el círculo de entreguismo santanista que caracteriza al gobierno que lo recibe. Debe saber que millones de mexicanos consideran a Felipe Calderón un presidente que llegó al poder mediante un fraude electoral con apoyo de los militares y la complicidad de los dirigentes y gobernadores del Partido Revolucionario Institucional, quienes, confesos, ahora le echan en cara su respaldo por motivos electoreros. Ese grupo gobernante, que ha llevado al país al desastre actual, pretende consumar una anexión silenciosa a Estados Unidos. Ese grupo es heredero de quienes se aliaron a los invasores para proteger sus intereses de clase durante la guerra del 47 y de quienes propiciaron la intervención francesa y la entronización de Maximiliano. Pero también, sepa usted que, como en 1847 y 1914, hay mexicanos que defienden su patria, sus recursos naturales y estratégicos, sus conquistas sociales, su soberanía y que luchan por una relación equitativa con Estados Unidos.
Hago votos por que usted no siga el ejemplo de sus predecesores. Buen viaje.