a crisis mundial a la que nos hemos visto arrastrados por la gran defraudación inmobiliario-financiera que estalla en Estados Unidos, que deviene en una crisis global, representa el fracaso del sistema económico mundial, en el que resalta la incapacidad del mercado como regulador de una economía con equidad, y en buena parte un fracaso también del Estado estadunidense, que hoy es cínicamente acusado por algunos banqueros por no haberlos detenido a tiempo y haberles permitido incurrir en conductas y prácticas indebidas, incluso delictuosas.
La crisis se está manifestando en estancamiento económico, en mercados que se achican, crecimiento exponencial del desempleo, astringencia del crédito y de recursos para el desarrollo, deterioro brutal de los niveles de vida de la población, una desigualdad social que se dispara, lo que la hace no sólo crisis financiera y económica, sino de hecho una crisis mucho más amplia y profunda: de civilización, de principios y valores, y en estas dimensiones es que tendrán que buscarse sus soluciones.
La crisis se genera en Estados Unidos y hoy golpea a todos los países, en todos los continentes. Resolverla, es decir, recuperar país por país, y en cada uno de éstos, región por región, las condiciones para el crecimiento de las economías y el mejoramiento sostenido de las condiciones de vida de los diferentes pueblos, no será sólo resolviendo la situación estadunidense ni sólo a partir de acciones de Estados Unidos, pero toda solución global pasará por contar con la participación decidida de nuestro vecino del norte, la nación con la economía del mayor peso relativo entre todas las del globo, y por acciones debidamente convenidas y llevadas a cabo por el conjunto de naciones.
***
Recién tuvo lugar la reunión del Grupo de los 20 países que supuestamente son los más desarrollados –de América Latina forman parte del G-20: Brasil, Argentina, y yo me pregunto, objetivamente, ¿por qué también México?, con un cuarto de siglo de estancamiento económico, incapacidad para generar los empleos que la población demanda, caída de los niveles de vida, insuficiencia y baja calidad de los servicios educativos, de salud y de seguridad social pero, en fin, ésta es la realidad y México es parte del G-20.
Desde América Latina y el Caribe se ha querido ver la reunión de Londres como un antecedente de la Cumbre Interamericana de Trinidad y Tobago, que estará comenzando ahora para concluir el día 19. El cónclave de Londres –del pasado 4 de abril– despertó grandes expectativas que se consideraba proyectarían hacia nuestra región, sobre todo en relación con lo que pudiera plantear el nuevo presidente de Estados Unidos para resolver la crisis: la de cada quien y la que abarca a todos.
Se esperaba que la reunión del G-20 tratara sobre la restructuración, reforma y nuevas normas para regular el sistema financiero global –para evitar que repita prácticas especulativas y delincuenciales como las que desencadenaron la crisis actual–, sobre reglas de cumplimiento obligatorio respecto de la transparencia de las operaciones financieras, sobre la forma de proporcionar liquidez a la economía real y compromisos de mayores inversiones para la creación de empleos, preservación de los existentes y fortalecimiento de los sistemas de seguridad social. Se esperaba que pudieran definirse acciones concretas de solidaridad de los países de mayor desarrollo hacia los más necesitados, para que la brecha entre unos y otros no siga profundizándose.
Si algo de esto se trató, fue un tanto por encima, con poco reflejo hacia la opinión pública mundial, y nada se dijo de quién pagaría al final los graves y ya muy altos costos sociales, políticos y económicos que la crisis está ocasionando por todo el mundo, pues en buena parte la discusión se centró en que Estados Unidos pretendía una mayor dependencia de los demás países respecto a su dólar, un dólar que imprimen y multiplican a su solo juicio, mientras el resto buscaba evitar que se dieran bienes tangibles, reales, como contrapartida de un dólar cuyo único respaldo es la palabra del Estado estadunidense. Al trabarse la discusión entre los económicamente poderosos, para mantener los buenos modos y como acuerdos principales, se convino la creación de uno o dos grupos de estudio, o sea, quédense las cosas como están y a ver qué pasa hacia adelante.
Lo tratado entonces en Londres deja al sistema financiero mundial prácticamente sin cambios, ni en sus instituciones ni en sus formas de operación.
Se acordó, ciertamente, elevar los recursos del Fondo Monetario Internacional (FMI), haciéndolos llegar al billón de dólares. Ello representará nuevas aportaciones de las potencias económicas, pero también sacrificios extraordinarios de las economías medianas y pequeñas para cubrir las cuotas que les correspondan, mermando esos recursos a sus posibilidades de inversiones nacionales.
Ese billón, por otro lado, se destinará a préstamos que hará el FMI y que tomarán sobre todo las naciones endeudadas, para que principalmente paguen los débitos que de otro modo no podrían cubrir, repitiendo el desquiciante esquema de pagar deuda con más deuda, dejando, por otro lado, que cada quien haga lo que pueda en relación con sus problemas de deterioro social, recesión económica y ebullición política, mientras Estados Unidos se lanza en un amplio programa keynesiano de gasto con déficit, echando a andar su imprenta de dólares, a pesar de su ya impagable deuda de más de 4 billones de dólares con bancos centrales extranjeros. A salvar primero la casa, y los demás, sálvese quien pueda, como en los naufragios.
En esta perspectiva es que se llega a la Cumbre Interamericana de Trinidad y Tobago.
***
El ex embajador estadunidense en México Jeffrey Davidow, coordinador del gobierno de Estados Unidos para los asuntos relacionados con la cumbre, refiriéndose a ésta, declaró recientemente que el esfuerzo de Estados Unidos se centraría en el diálogo y la colaboración, para buscar resultados concretos en lo relativo a la inclusión social y a la reducción de la pobreza extrema, y que para alcanzar los fines que en su momento se propusieran, se buscarían distintos agrupamientos de gobiernos, organizaciones no gubernamentales y empresas, así como formas diversas de colaboración, entre las que destacó la de los acuerdos de libre comercio.
Se llega a la cumbre de Trinidad cuando existe ya aceptación general de que los mercados han fallado por haber desatendido los gobiernos su función regulatoria y por no haber cumplido el principio de que los beneficios sociales vayan siempre por delante de los económicos, y cuando existe clara convicción también de que las instituciones financieras no se regulan a sí mismas –la crisis deja ver que se dio la facultad de regular a reguladores que no creían y no querían la regulación– y que en sus operaciones es indispensable una transparencia que hasta ahora no ha habido –información a clientes, a la opinión pública y a las autoridades.
Se llega con el reconocimiento, igualmente, de que se requiere mejor regulación para asegurar la solidez tanto de cada institución financiera como del sistema económico en su conjunto, para proteger a los consumidores, mantener la competencia, asegurar acceso a todos al financiamiento y mantener la estabilidad de la economía.
En relación con la crisis global y queriendo ser optimista, aunque no hay que hacerse ilusiones, para avanzar en el diseño y creación de un nuevo sistema financiero global, hoy indispensable, sería deseable que de Trinidad surgieran propuestas en este sentido trascendentes, como: 1) la suscripción de un tratado mundial para la regulación y el control de los mercados financieros, bajo la autoridad de la ONU, 2) creación de una comisión para la estabilidad de los mercados financieros, 3) otra comisión para el aseguramiento de los productos financieros y 4) registro público internacional de títulos de garantías financieras; propuestas para la creación 5) de un fondo mundial para el desempleo, que estiman especialistas podría iniciar urgentemente con 20 mil millones de dólares; 6) un fondo mundial para refinanciar los créditos de la pequeña y mediana empresa, del orden del anterior, y 7) un fondo mundial para inversión en infraestructura, de 40 a 50 mil millones de dólares, acordándose respecto a estos fondos que operaran a base de donaciones atadas a proyectos específicos, cuya ejecución pudiera debidamente supervisarse, y no concediendo créditos; y la creación también 8) de un nuevo sistema de reserva global; por otra parte, que los gobiernos asistentes tomaran los compromisos de 9) expedir leyes contra la usura, 10) dar transparencia a la operación y establecer condiciones de competencia en materia de tarjetas de crédito y, mediante acuerdos internacionales, 11) poner fin a los paraísos fiscales.
Si realmente un objetivo de la colaboración internacional fuera reducir hasta eliminar las diferencias en las condiciones de vida y las oportunidades de mejoramiento sostenido de los distintos pueblos, y si en verdad se considerara que los procesos de integración económica contribuyen a ello, la Cumbre Interamericana podría plantear sustituir los acuerdos de libre comercio por acuerdos de desarrollo, considerando que los primeros, según las experiencias de su operación, han provocado que se agudicen las diferencias sociales, así como el desmantelamiento y desintegración de amplios sectores productivos, con el consecuente desequilibrio de las economías de menor desarrollo. De hecho, la cumbre podría proponer la suscripción de un gran acuerdo continental de desarrollo, que tuviera como propósitos centrales terminar las asimetrías en las condiciones de desarrollo y niveles de vida de los diferentes países, fijando metas concretas a alcanzar en tiempos determinados en cuanto a empleo, ingreso y equidad en su distribución, educación, salud, cobertura y fortalecimiento de la seguridad social, protección y mejoramiento ambiental, uso de energías no convencionales, echando mano de instrumentos como los fondos de compensación que creó en su momento la Comunidad Europea –que fluyen de los países de mayor desenvolvimiento a los de necesidades mayores– y de la puesta en práctica, gradualmente, según se fuera conviniendo, de políticas comunes en áreas clave del desarrollo.
Entre las cuestiones prácticas, la cumbre podría recomendar que las altas reservas en divisas extranjeras que han acumulado los bancos centrales –más de 80 mil millones de dólares, en algún momento, en el caso de México, una mala práctica general, por cierto, pues al correr del tiempo esas reservas han estado perdiendo valor en términos reales y se vienen utilizando para apoyar a los países más fuertes– se invirtieran en los respectivos países preferentemente para cubrir cabalmente las necesidades de la educación en sus diferentes grados y para elevar su calidad, así como crear y mejorar tecnología y en producción.
Volviendo a la realidad, esperemos lo mejor de la cumbre, aunque, desafortunadamente, creo que sus acuerdos quedarán muy por debajo de lo que América Latina y el Caribe esperaban y necesitan, y de lo que a partir de la solidaridad internacional y en cada país podría hacerse. Por tanto, la lucha sigue.